viernes, 12 de julio de 2013

Un legado del áfrica: hacer posible lo imposible.


Un sardinel en ladrillo limpio, tres viejos lavaderos apostados en un arbusto sobre el separador, una polvareda que arropa toda la barriada, una tarde extensa que se soslaya en sí misma; un lunes que no se deja atrapar, que es esquivo; así son los lunes vespertinos en el barrio San Marino, animados por las músicas negras, por relatos a voz en cuello que hablan del dolor de la partida, de la esperanza de un regreso, de la rabia que acuna una ausencia; canciones que narran de las cosas nativas, del sabor criollo, del melao con piña, de tu boca, tu rica boca; que no dejan de recordar que el amor artificial es la muerte cada noche y por supuesto que es diferente conmigo; temprano ha sonado Daniel Santos con Patricia y Nelson Pinedo con Borrasca, no ha faltado Tito Rodríguez con Inolvidable o Ismael Miranda con me voy ahora en tiempo de bolero; en tiempo de romance y mueca que le hace un pasar a la desdicha, al infortunio y al penar; de todas maneras poco a poco, mientras llega la noche y las luces azules recuerdan la mar de esta ciudad, la playa que llevamos por dentro, nos va ingresando a otro ritmo que marca otra vez el mar y yo que nos pusimos de acuerdo para que nunca tu nombre cruce por mi pensamiento. Que difícil que es cumplir acuerdos me dice Wilber, eso no es como cumplir años; él está cumpliendo años y azota la melodía con sus palmas, con todo el cuerpo.
 
Por ahí pasa el País de la Calle, el que muere y el que vive, el que llora y el que ríe, el que dice amar y no lo hace, el que no lo dice pero lo hace. El País de la Calle en el que se hace posible lo imposible porque ahi se guarda la vida con el don que se comparte; se dá de lo que hay que es sabrosura, no importa lo que no hay porque lo que se comparte basta para gozar. Menos mal, porque si estuviéramos en manos de las figuritas de oficina o del malabarismo de la palabra dulce que peca de noche y a puerta cerrada, pero reza de día y de puertas abiertas, pues estaríamos perdidos, nada nos redimiría, ni una piel canela de negros ojos…
Expedicionando por una y otra ciudad de esas que se representan siempre como la misma Cali, hace algunos meses me deje llevar por las calles del barrio San Marino; una barriada negra, de gentes sobre todo venidas del pacifico que se fundó a inicios de los años setenta al calor de la lluvia, la inundación y el golpe salsero, con canto de arrabal; en esa época de invención de la banda oriental de la ciudad, cuando se armaron barrios asociados a la lógica industrial como las Delicias, el Sena, la Rivera, la Base, Guayacanes, también se formaron suburbios a expensas de la explosión migratoria, armados por príncipes y princesas del rebusque y la informalidad en una ciudad que comenzaba a inflarse y a producir sus escasas ínfulas de capital en la región, mientras el Barrio se hacía candela. Arrabales como Siete de Agosto, López, Gaitán, Andrés Sanín, y San Marino entre ellos, fueron poblamientos más atropellados pero también más cocinados al calor de la solidaridad vecinal, del esfuerzo material de los pobladores para introducir los servicios y también con vínculos identitarios más compartidos alrededor de la espiritualidad, del lenguaje y de valores encarnados en el cuerpo colectivo; así se puede sentir que barrio es familia, es pareja, es amigo, es solar, anden y cuarto en la penumbra lleno de ensoñaciones; barrio de picada de ojo, de forma de caminar, de gritico cantado, de estribillo de hincha; barrio que es sancocho de leña, minga para arreglar el parque, que es viaje en bus viejo y visita de tienda, pelea a grito tendido y reconciliación en mesa de parques, lugar que se siente en el son, el montuno, el bolero, el guaguancó. Es que mi barrio, el de la pelea y el bochinche, vive en la mente, en la memoria, en el recuerdo inmediato que nos hace respirar de una particular manera.
Mis visitas recientes al Lavadero estuvieron ligadas a conocer un encuentro de domingo en la noche donde cientos y a veces miles de personas se reúnen a vivir un ritual colectivo de baile abrazado y salsas gritadas a mil voces que se vive como sacrificio y desprendimiento; palo mayombe es lo que hay, ritual palero del África pal pacifico que vive en el oriente de Cali. lo que compartimos se puede nombrar como sublime, comunalidad a flor de piel, regalos de músicas de generación a generación, intercambios de comidas, empanadas de camarón, tollo frito, tostadas de plátano con ají endiablado, cero conflictos interpersonales, músicas venidas de todas partes, gentes venidas del oriente, de toda la ciudad y regresadas de la diáspora caleña en otros continentes, cencerros, campanas bongoes, claves, palmas, pies que vuelan, cuerpos que se aman, liricas boricuas, cubanas, venecas, newyorkinas, que viajan por ciudades atiborradas y campos desolados, contando sus letras dolidas y enamoradas.
Algún lunes de estos me fui nuevamente al lavadero a devolver a sus poseedores uno de los relatos del libro Banda Oriente que recoge una crónica de esas visitas felices al domingo de aquelarre en el arrabal, y tuve la oportunidad de conocer a través de su gente la génesis de este lugar que fácilmente puede ser uno de los emprendimientos más importantes de Santiago de Cali, lo que pasa es que no se anuncia por televisión con avisos oficiales y queda en el Oriente, por lo tanto como todo lo que vive por allá, es estigmatizado y puesto sobre sospecha; pero este lugar de encuentro viaja como buena noticia en las gualas, en las esquinas y trabajaderos informales, en los taxis y en los cenaderos populares. Hable largamente con el gestor y los promotores de la idea; en particular converse con Henio Hincapié y con Wilber Cuesta, en su reunión de fraternidad melodiosa; este primer día de la semana ellos se encuentran para compartir en familia boleros y músicas que dependen del estado de ánimo: si un amigo cumple años todo el barrio desfila a abrazarlo, si alguien partió se le recuerda, si hubo velorio se llora en hermandad sobre una tumba humilde y si no pasa nada por esos días pues se celebra el futuro construyendo un proyecto desde el andén o el recuerdo, o el estar ahí que ya es una razón para pelar la muela escuchando al Anacobero que viene a decirle adiós a los muchachos.
Cuentan que el poseedor de la esquina en mención era un duro del reciclaje que llego ahí con su familia, buen mozo, y no quería salir de su lotecito con mejora, por mas plata que le ofrecieron el hombre no quería soltar la mejor esquina del barrio, solo salió cuando le ofrecieron una buena casa en el mismo barrio en cuadras cercanas; después fue necesario encontrarle el registro civil, hacerle cedula y acompañarlo en la formalización de su herencia  familiar. Ya con el lote pelado, la cofradía de señores, unos dedicados a la construcción, otros a la fabricación de muebles, a la pintura, a las cocinas de exclusivos negocios gourmet de la región, levantaron el primer piso de un nicho para escuchar música; Henio dice que los amigos querían un lugar para hacer bulla porque en la casa no los dejan; y en obra negra del primer piso, hace unos cuatro años comenzaron a sonar los cueros en la esquina; rápidamente todo el barrio se sumó a los domingos de bullicio y después todo el oriente comenzó a dejarse danzar por las melodías en una verbena de domingo al atardecer que copa dos cuadras de una calzada doble … solo melodía, solo armonía, no hay un problema y si hay conato de él los vecinos se ocupan de que no pase a mayores; lo que pasa a mayores niveles, es la felicidad que produce un bailar comunal y una cadencia que se acompaña con el rozar de los cuerpos, esto así solo pasa en Cali; con otros ritmos yo lo he visto en el Patio del Indio  Froilán en Santiago del Estero al norte argentino, en las bandas industriales del centro de Sao Paulo; pero este carnavaleo san pachesco con salsa, solo en San Marino…
Lo que he visto en estos paseíllos por la rumba del Lavadero es un currículo vital de educación de los sentimientos, de liberación del cuerpo, de aprender a gozar en convivencia con los otros, de formación del oído, del gusto; se esculpe la cadencia en la  forma de hablar, formación de la piel y de la sangre que mantiene su hervor.  Ya deberían ir los educadores angustiados por la rutina letrada y los burócratas incapaces de construir un régimen de convivencia en la ciudad, visitar semejante propuesta de educación en la convivencia; y que quede claro es un emprendimiento popular que no salió de ningún artificio o propedéutica de la industria cultural; salió de estar ahí, florece de las caras lindas de mi gente negra.
La vida, que parte en cada amanecer en una carrera contra el tiempo, se extravía en este lugar, toma aire, le hace una jugarreta al mercantilismo y a la funcionalidad de la ciudad y se esconde en el danzar popular para vivir en plenitud la calle, la música, la conversa ritual entre géneros y generaciones. A veces lo grande es lo sencillo, a veces como el amor, lo importante, el gran proyecto no se tiene que ir a buscar muy lejos, está ahí y  no lo vemos; porque está demasiado presente y no estamos preparados para ello. No estamos preparados para sentir semejante emoción atrapándonos en una esquina, en una verbena popular que solo tiene el permiso de la vida y que va sabionda buscando la felicidad. Fuerza moral de la barriada, sacrificio que es abandono al cuerpo en sus jugos, desprovisto de sentido utilitario o de acumulación, porque lo que interesa es el derroche, el exceso de amor y de pasiones para dar y compartir…
Larga vida para el Lavadero…
Nota: Es clave el apoyo popular a otra iniciativa salsera: SALSA AL PARQUE, para que sea involucrada en la agenda pública la ciudad en los próximos años y para que sus organizadores tengan condiciones para seguir haciendo del símbolo de Jovita un encuentro amoroso con nuestras músicas y bailaos.

2 comentarios:

  1. Qué cadencia la de tu texto, me lo podría bailar. Creas la necesidad de organizar el convite para visitar San Marino y unirse con respeto a la bella escena de verbena que describes.

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  2. hay gente hermosa en ese lugar, los promotores son personas muy especiales y el barrio vibra en un solo cuerpo. ahi dices y vamos a caminar el lavadero...

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