sábado, 24 de agosto de 2013

Pa´ la ponceña.


 

No existes ciudad, solo te vi en la ebriedad mientras bailabas.
 






Un barrio es herencia social, hijo del poblamiento y de la lucha entre las funciones que le asigna el poder convencional al espacio urbano y el uso creativo que le dan los habitantes en su morar cotidiano; pero sobre todo el barrio es un territorio de imaginación, ensoñación y fantasía que mantiene con calor mundos supuestamente muertos, aparentemente idos, o mundos que nunca existieron en la realidad, pero que se sintieron como posibilidad, como sensación extraviada; barrio más allá de sus calles y alerones; que está en los ojos, en el tacto, en la intuición, habitante  del calor corporal, sitio de olores y sabores entrañables, eso a lo mejor es lo que guarda de barrio, en salsa de golpe, la Ponceña…

Un local de ocho por quince metros cuadrados que a veces es un universo familiar inabarcable, Unas  diez o doce mesas dentro,  tres mesas fuera, una barra pequeña, cien asiduas almas que se juntan todos los viernes para vivir un ritual musical profundo: campanas, maraca y bongos que hacen sonar la melodía diferente cada vez, según el estado de animo de quien se deja atrapar por los cueros, los fierros y los maderos. Eso es la Ponceña, la salsoteca de barrio más amada por la Cali salsera y popular  incrustada en la esquina de una mediana avenida para azotar la soledad.

Muchos amores vinieron a darte todo su calor
Y los despreciaste cual si no existieran
La soledad mala consejera
Se llevó tu risa como una quimera
La soledad mala consejera,
Se llevó tu risa como una quimera
La soledad es mala consejera canta conmigo y olvida tus penas
 

Las almas que se encuentran por este lugar viven una relación compleja entre la barriada heredada y la barriada fantaseada que se arma de espacios de ensoñación; podemos decir que siempre hay empate en esa batalla; está por esos mosaicos, el barrio con su clasismo musical, con sus códigos y lenguajes arrebatados, pero  también se encuentra el barrio como mundo alucinado compartido, sitio de cruce de experiencias, religiosidad en acto que es ahogo musical, sacrificio del cuerpo, nostalgia que se vive como presente y futuro, tiempos recobrados a la felicidad perdida, con-sumo (no consumo) que es abertura profunda y radical a otras existencias llenas de simbolismos y trances oníricos que desdoblados hacen persistir mundos nocturnos vivenciados desde la fagocitación de la urbe; esta Ponceña se arma en un frente de combate con la avenida, sacando la cara por el barrio que no es solamente el Santafe, porque aquí en realidad se encuentran todos los barrios populares de la ciudad, siempre al oriente…

Los viernes al anochecer sobre la calle 44 con carrera 15a la ciudad negra y cimarrona tiene uno de sus tantos encuentros; cada quien va llegando, aunque se abre a las ocho, la cita es después de las diez, cada grupo, viejo conocido, hace su propia ejecutoria en medio de una comunalidad desbordada en la propia geografía corporal y en los tiempos milenarios que regalan las músicas negras. Expresiones dolorosas y pendencieras, grito a cuello partido; traquean, traquean las campanas; también se ven noctámbulos con los ojos puestos en otra parte, esfumados en el cigarrillo portado por cada melodía. No fume mami… no, mejor fúmeselos todos que no quede un pucho en el universo, esfúmese 

Cada tema suena con acentos, hay hervidero, canto hondo, vos profunda, coro gritado, estado litúrgico, apriete musical; todo pasa en el baile: las guerras, las derrotas, las celebraciones, los olvidos, las muertes y los enamoramientos. Mundo que es entorno, sospecha en el cuello, mirada pa´ dentro mientras suena la música, canto que se lleva en el atuendo, falda blanca que se levanta, sandalia que pide un pisón, suave, suave que es bolero, así sea por un instante hagámoslo suave, antes de que estallen los cuerpos y se difuminen las formas en las fumarolas y en la penumbra que suena, para ir por el filo del puñal.

Soy como el roble palo de fuerza infernal
Resisto el azote de la cruel tempestad
Pero no puedo aceptar ese absurdo y  tonto criterio
Que no existe sentimiento que haga un hombre llorar
¿a quién vamos a engañar? Dejémonos de esos cuentos,
Clavado llevo en el pecho el filo de tu puñal

 
El golpe cimarrón negrura que goza, miradas familiares que retan, culto a un ritmo cruzado, celebración de nacimientos, defunción que no falta, umbral de la vida y a veces de la muerte que siempre llega, va llegando poco a poco y solo con música será digna y recordable en otras vidas; un resquicio de resistencia, mezcla química esperanzadora entre trabajadores de base, animadores sociales, académicos, pobladores, trabajadores informales, estudiantes universitarios y obreros; lideres juveniles, señoras y señores de la vieja guardia, todos arropados por la rumba que es un cielo con luceros pasado por estrellas fugaces, espacio adocenado por flores musicales y almizcles cerveceros; una orquesta se arma de manera aleatoria viajando de biombo en biombo tras los instrumentos y esta bodega esquinera se brinda gratuitamente para la felicidad.

 
Nací moreno porque así  tenía que ser
Por mi color soy muy fácil de entender
Cantando voy haciendo al mundo feliz
Yo soy candela palo y piedra hasta morir
 
Nací moreno porque así tenía que ser
Y en mi cantar yo voy a explicar porque
Yo nací y mi madre fue la rumba
Y a mi padre lo apodaban guaguancó…

 
Y pasan las horas y los calendarios… La Ponceña está ahí, siempre mejor que antes; se renuevan historias que se parecen, pero no son las mismas; es como ir de un alabao de barraca dieciochesca a un guaguancó siglo XX. La historia marcha por debajo, la vida fluye como río profundo, como canciones de cuna que  al momentico son penares y en un segundo arrullos de despedida; las gentes jóvenes van a madurar con golpe a la Ponceña, llegan como bocachico en madre vieja y ahí se reproducen en sus escamas las marcas generacionales para siempre; va el pueblito a tranquilizar el espíritu angustiado que nos arroja esta urbe metálica, recreándose con músicas de percusión rabiosa  en romance con las blancas y las negras…  

Por un beso que te dé
Nada en el mundo importara
En un instante entenderás completamente
Que tu alma es mía para siempre
y siempre lo entenderá
Yo he de esperar por tenerte en mis brazos 
Pero toma mis manos y abrázame fuerte
Cierra los ojos, yo soy la muerte.


Y ahí vamos en el río del tiempo, dejándonos tocar por lo que inciertamente vinimos a aprender de esta vida, en este solar de ladrillo sobre ladrillo que nos arruncha; se aprende con música y rumba o no se aprende; ciertamente no se logra aprender lo fundamental de la vida y de la muerte, sino es con músicas bien puestas, como lo hacen en la esquina de la Ponceña Caleña.


# Me toco ser parte de la generación que vivió la primera época de la Ponceña en la ruta de salsotecas del oriente, en la cual estaban La Barola, Son catorce, La Mulenze, Chanae,  entre muchas otras. Allí llegue muchos viernes desde que una noche, muy joven aun, me arrime con Olga Lucia E. (q.e.p.d) y con Carlos T. (q.e.p.d), buscando donde conversar de la vida; no he vuelto por esos lados, solo ocasionalmente; pero amigos fieles dicen que está cada vez más poderoso el lugar; eso es síntoma de que no todo se marchita en la ciudad. Saludos especiales para Fanny y Jorge, sus talentosos animadores venidos del recordado grupo Joricamba del barrio El Retiro…


 

 
 
 
 
 
 

domingo, 11 de agosto de 2013

Viejo Lucho llegando a la luna…


 

Si en amor quieres probar fortuna, vamos mi negro bajo la luna
Dicen que era más de la una cuando te vieron bajo la luna…
Ay, si besas negro con sabrosura, vámonos prieto bajo la luna…
 
Por los bordes el barrio está lleno de fronteras armadas por un puente solitario, con personajes que duermen y comen al lado del smock vertiginoso que dejan los autos a su paso; después se acorazan tres avenidas colmadas de negocios que evidencian un pequeño centro formado en los últimos treinta años; el sector de la luna emerge como un cruce de avenidas atestadas, vendedores ambulantes y  locales comerciales; pitos sobre pitos, bullicio metálico que habla de la furia urbana, del ir y venir de las cosas que van por los ductos viales buscando una utilidad casi siempre provisional y profana. Se salvan tres grandes hitos, algunos de los cuales pasan inadvertidos para el viandante de hoy: sobre la autopista hay un breve parque en el cual se refugian compradores fortuitos de los almacenes populares que venden a bajo precio y viajeros que van rumbo a los departamentos del sur por la Panamericana; sobre la calle 13 con 23 sobrevive como estanco el fantasma de la entrañable y setentera Fuente de Soda Parisién que deja ver por toda la carrera 23 en ascenso, el tutelaje de Cristo Rey mirando a la luna con los ojos abiertos; y claro, está la Luna, hotel y piscina famoso desde cuando en Cali escasamente habían dos piscinas públicas en los años 70, pero en otras épocas también faro y frontera urbana que limitaba con el pantano invivible del oriente; se decía entonces que de la Calle 25 y de la luna para allá, todos eso es monte baldío…
El barrio Junín de los otrora novedosos, hoy vieja arcadia habitada por empleados, pequeños comerciantes y familias peregrinas del centro de Cali, está lleno de ventas de arepas, de asaderos, de dos o tres panaderías maravillosas, de tiendas que al atardecer se vuelven cantinas universales del bolero y el son, templos del encuentro que guardan una transitoria intimidad por los que viajan olores, relatos e imágenes del amor urbano compartido, del sentimiento callejero que se transporta en un silencio acunado por músicas profundas; ahí en ese arrabal bullicioso a morir, en toda la 12a con 23 está Viejo Lucho; el mompita Lucho Lenis con William, Jairo, y con Doña Nora que nos encuentran con la impronta, con la saga familiar del devenir musical, rumbero, gastronómico de esta ciudad troquelada entre el caribe y el pacifico dancístico. Por este bar arrabalero de sangre mulata y piel profunda, hemos pasado y queremos seguir pasando porque guarda secretos cansados de la tarde y de la noche otoñal de la ciudad.
 
Estas entradas al callejeo urbano son para invitar a una conversación sobre nuestras vidas en la ciudad, porque de eso, de conversar sobre la vida reposadamente es que guarda reservas el mompita Lucho; no se trata de una historia, de teorizar el vivir urbano, de hacer historia como mundo muerto,  si no más bien de invitar a una reflexión viva que va tras las huellas de nuestros ancestros, de nuestros padres; vamos tras los vestigios del destino, tras las huellas de la ciudad que van señalando, incluso contingentemente, el camino colectivo; viajamos apasionados tras los senderos de la ciudad que viene, porque la que está naciendo con nuevas generaciones ya la llevamos tatuada en el cuerpo, ya es parte de nuestro ADN espiritual y viaja en el tacto, en el ritmo interior de cada humanidad caminante de estas calles, en la sensación que nos embargan estos parajes…  
Llanto de luna en la noche sin besos y mi decepción,
Sombra de penas, silencio y olvido que tiene mi voz
Daga de amor que no puede sanar si me faltas tú,
Ebria canción de amargura, que murmura el mar
Como borrar esta amarga tristeza que deja tu adiós,
Como poder olvidarte si dentro, pero muy dentro estas tú.
Como vivir así, en esta soledad, tan llena de ansiedad, de ti…
 
Experiencia corporal bolerística que pasa por el rincón de Lucho Lenis en Junín; donde el Viejo Lucho, en la 12ª-04 de la calle 23; ahí los asiduos visitantes al lugar nos vemos en sus ojos, nos escuchamos en sus palabras graves, regocijamos penas y alegrías en sus sones que son compañía sentimental y humorística descarnada; en este estadero se escucha bien, huele bien, se oye bueno, se siente bien, se conversa sabroso. Colores verdes y azules en el exterior del negocio que se contrastan con luces rojas y con sombras de la penumbra reinante en el interior; discos en vinilo, CD selectos, picot y reproductor de CD, arrume de vasos cristalinos, barra breve, pista pequeña, mesas esquiniadas; negociación del andén con el antejardín y el local; varios ambientes armonizados para dejar que los tonos agudos y graves de un danzón, una plena, una guaracha, una pachanga, un tango, un guaguancó, un bolero, un montuno, un pasodoble, una salsita y porque no, un pasillo, hagan fluir espíritus llamados a la reunión con ritmos aéreos, hablando de diversos relatos que sin gran tinta son tomados en serio por los cuerpos, porque aquí se baila con los labios, con los ojos, se menean los brazos, se siente en las entrañas, se cosquillean las plantas de los pies y claro, también se baila tirando paso, pero no solamente, sobre todo se baila con el alma… 
El viejo Lucho Lenis tiene 81 años y esta entero, es el cantinero más viejo de Cali. Se le ve feliz entre mompitas, su presencia pausada deja ver en la bondad de sus ojos el espejo del buen vivir. Lo acompañan William su hijo, que va y viene juntando relatos entre mesa y mesa, y su sobrino Jairo que pone la música con un espíritu gozón que se le sale del cuerpo; ellos movilizan el sitio mientras Doña Nora se encarga de las especies y los sabores con las tradicionales rellenas de los lunes y los tamales de los viernes. Para que el negocio funcione esta familia trabaja todos los días en la preparación de un espacio y una partitura que condimentan con secretos ancestrales pues hay una clientela que es una familia extensa de señores adultos, pensionados, jubilados; parejas y grupos hermanados en la rumba, más bien vieja guardia que dicen.
Lo que a mí me gusta es ver la gente, por lo menos los contemporáneos conmigo, llegan y me preguntan por la música y me gusta brindar la música, toda la música, desde un pasillo, un bambuco, un bolero; los Cuyos, el Caballero Gaucho, Darío Gómez, todo esto lo he sentido, todo eso ha estado encima de mí, Lucho Ramírez amigo mío, el trio Montecarlo  fue una belleza pa mí
Ciertamente lo que hay encima de este sitio de encuentro que anima la familia Lenis es música; pero detrás, por los lados, arriba y debajo de las melodías y ritmos variopintos que le regalan a la ciudad, está la vida hecha en sus relaciones que se forman en el compartir de comidas, en el abrazo, en la mirada, en el chiste, en el secreteo de compadres y comadres, y en la historia del barrio de enseguida que se encadena con la del otro y con la del otro, formando una narrativa diaria que excede a las empresas de noticias y que encuentra sus fórmulas en máximas y sentencias como: “este gobierno está más desentejado que nosotros” para hablar solo de análisis políticos de los que se hacen en las esquinas, mientras las gentes se levantan a empinar el codo o a azotar la baldosa, en un balanceo que intercambia parejas generosamente; lugar para escuchar con paciencia, sin el afán citadino que nos carcome, lugar para dejarse llevar por unas curvas que pasan del otro lado; es que en esta ciudad la música está en todo, pero todo está en las músicas, el deseo, la moralidad social, la economía familiar, la política, el nombrar el mundo y callarlo para poder resistirlo, relatos e imágenes del amor que viajan peregrinos en vidas que más que búsquedas de romances, son romances en búsqueda porque están impregnadas de emociones y sentimientos que no se disocian de nada de lo que pasa en nuestras vidas
Yo no sé, como puede la luna brillar
como pueden las aves cantar
si ya no me amas tu
yo no sé, como es que puede, el sol alumbrar
como puede, la tierra girar
si ya no me amas tú
Es que una sensibilidad como la que regalan en la esquina verde de Junín, está en muchas partes y en muchas otras esquinas, su exclusividad es expresión compartida en muchos otros lugares, lo singular, lo distintivo es que esta mimades de don lucho Lenis, tan extendida en la ciudad popular viene de atrás. Lucho nos regala una saga que es simiente de todas las esquinas arrabaleras de esta Cali encantada y romancera que nos circunda y… esto viene de atrás. Esto viene del Avispero que arranco en el 49, en una casona grande del barrio obrero donde la mamá del mompa Lucho, Doña Leonor con familia venida del Cerrito, puso una tienda y con el tronar de una pianola la música fue llenando el sitio de gente hasta en el andén. La posta musical de lucho arranco en la barriada popular por excelencia. En esa época las músicas que se escuchaban en clubes y cafés eran pasillos, bambucos, pero lo negro, lo zambo, lo mulato estaba en el barrio popular ahí se bailaba lo caribeño, lo antillano que a su vez, sabemos, venia de más atrás.
Todo comenzó en una tienda, se vendía arroz y panela pero se fue volviendo bar. El avispero comenzó sin nombre, se empezó a vender cerveza y licor y en diciembre ya fue un bar… un tío le puso el nombre del avispero haciendo alusión a la cantidad de gente. Ese negocio fue muy popular en todo Cali, mucha gente se iba hasta allá a departir en el Obrero, eso se vendió en el 57. Allá se escuchaba sobre todo al cuarteto flores, el grupo victoria, el trio oriental, Mayarí y todo lo antillano… eso allá se formaba la rumba y la gente se tomaba el andén hasta el amanecer… el obrero era entonces un barrio de zapateros, ferroviarios, albañiles, trabajadores del municipio, todos metidos en ese maní.
Un mompita de lucho, don Antonio Guerrero, una tarde en medio de chanzas de los amigos que celosos lo esperaban en la mesa para compartir un whisky recreo los tiempos del avispero, rememorando el ambiente festivo de esta ciudad que me recordó la sensación que producen los alborotos de las tribunas sur o norte en el Pascual Guerrero, que evocan una comunalidad entre estrellas y luceros jugando a las escondidas sin correr, como maqueándose o meciéndose, porque en vez de correr se danza por aquí desde hace tiempo.
Ese negocio era el 10-20 ese sitio se llenaba de todo el barrio que eran trabajadores y vecinos que llegábamos allá. Pero en el sector estaba también el Acapulco en la 12 con 19, y por ahí mismo el bar Magambo y el Sinaí. También estaba un negocio que se llamaba el Tunjo de Oro en la 22 con carrera 23, no había esquina en que no hubiera música y gente arrumada en las noches como haciendo zumbar la música. Esto era diferente pero cercano a la zona de tolerancia que quedaba pa sucre entre las carreras 10 y 15 y entre las calles 15 y 19. Uno pequeñito ya veía como era eso: acetatos 78 revoluciones, vitrolas y batería para retumbar la música, mujeres y rejas, emboladores, cerveza y aguardiente. La zona de tolerancia sobre todo se movía viernes y sábado, pero el día principal era el sábado; uno el viernes salía del colegio y se iba a mirar por las rejas y los sábados que se iba a la iglesia uno se volaba pa allá a ver bailar y a escuchar música. Eso lo jalaba a uno mucho y claro el barrio también tenía lo suyo, el avispero es inolvidable. Después del 56 se acabó la zona y eso se dispersó por todos los barrios aledaños sobre todo hacia la carrera octava, pasamos entonces de los bares a los grilles con psicodelia y a nosotros nos tocó toda esa movida; por eso buscamos a luchito donde este porque a nosotros nos tocó ese dulce de la música y el baile…
En una rumba que se encontraron cuatro rumberos así entonaron:
En una rumba que se encontraron cuatro vaciados así entonaron:
El de la rumba soy yo, No eres tú, no eres tú, ni eres tu
La de la rumba soy yo No eres tú, no eres tú, ni eres tú,
Hay esta rumba la traje yo, el de la rumba soy, pero esta rumba quien la invento
Con esta rumba si gozo yo, el de la rumba soy yo, en esta rumba si bailo yo…

Cada relato de lucho, mientras se apura algún aperitivo aguardientoso, es un ir y venir por las imágenes de una ciudad antigua de puertas abiertas y de posibilidades de encuentro las 24 horas, todo lo cuenta pausado como compartiendo un dulce maravilloso que guarda el elipsis de la ciudad entrañable acunada en sabores, en olores, en melodías portadoras de sentimientos guardados en la piel y en la mirada como tesoros compartidos; Y uno se pregunta ¿cómo sobrevive una ciudad llena de miedos que en su pasado reciente rumbeaba 24 horas, mientras la música iba caminando por calles y por rincones, como buscando encontrarse en una comunión de ritmos y sensaciones?
Cuando se vendió el avispero, se alquiló una casa en la calle 11b con 25 y se montó el Paralelo 25 en el año 57, en el cual estuvimos un año, estábamos muy cerca al Mickey Mouse en la 8 con 25  y al Rayos X, al Maryland con orquesta en la carrera 4 entre catorce y quince frente al teatro Cervantes, después de montar Paralelo me fui pa carnavales de Barranquilla y me quede por allá unos meses tratado de ver otras plazas, pero me dejaron por allá un tiempo, cuando regrese el negocio se había esfumado, pero la cosa estaba buena y uno tenía gente que lo seguía, entonces tocaba que buscar donde meterse .
En los fragores de la pasión musical y tabernera lucho Lenis, en sus ires y venires por el pacifico y el caribe, también monto y tuvo el Bar Nápoles que funcionaba 24 horas abierto con emboladores, fritanga, orquesta en vivo y bailarines. Cuentan que al Nápoles, en medio de una muy fuerte competencia, llegaban trabajadores de Emcali, de Croydon, de Cartón Colombia, de Celanece, en un desfile cíclico de agentes de factoría y personajes habitantes del lunfardo popular que en plena mitad del siglo XX estrenaba las condiciones obreras de la ciudad y acogía la primera ola migratoria ligada a las severas violencias en los campos.
En el 58 monte el Nápoles con el apoyo de mi mamá, Doña Leonor Lenis, el primero fue en la carrera 10 bis # 19-58, la rumba del 58 era antillana, matancera, yo viajaba a Buenaventura con los primos Reynaldo y Raúl Lenis a comprar música y conseguí amigos marineros que me traían a Bienvenido, Alberto Beltrán, Celio González, Daniel Santos, fajardo, los guaracheros, todo eso se ponía en una pianola Sibor de 100 discos; en el Nápoles la atención era las 24 horas, se trabajaba a dos turnos de 8 a 8… en el año 62 nos pasamos para la cra 8 entre 22 y 22ª, donde estaban cerca los Cangrejos, el Chicharrón y la casa de citas de Inés Trejos; de allí fuimos a la 10 con 22, una cuadra antes del parque obrero y finalmente pasamos a la calle 15 entre 4 y 5, al frente del Pica piedra que entonces era del famoso Grillo, y claro también estaba el bar La Flor de Canela, ahí revolvíamos antillano con tango y bolero, eso se ponía toda la música que florecía en ese tiempo, pero el tango siempre sonó, ese nunca falto porque la gente estaba empapada del tango, mucha gente iba era por la música… ¡Vea es que me acuerdo que allá llegaba el cuco Petronio Álvarez y pedía un trago pa la muela y otro pa él, también iba mucho la sombra Martínez, el famoso jugador del dorado.
Paralelamente Lucho tuvo en compañía con Gilberto Cuevas el grill Rio Cali en la avenida del rio con 19, entre los años 65 y el 67, cerca del Grill Escalinata antes llamado La Oficina y del bar mexicano Sarape y por esas épocas también tuvo en Yumbo el Club Social, negocios estos  en los cuales tenía rotando orquestas de planta, una de músicos panameños conocida como Máximo Rodríguez y sus estrellas panameñas, el combo del sabor  y otra recordada como la Sonora Juventud, orquestas que incluso llegaron a grabar con sellos discográficos nacionales, en tiempos en que la competencia rumbera no se reducía a la noche y pasaba por una cultura acostumbrada a la música en vivo, a las frituras y comidas típicas, y a la buena atención en los negocios que buscaban representar y resaltar características de las familias, los barrios y/o sectores en los que se asentaban.
Es que la familia de mi mamá que venia del Cerrito ha estado en esto de los negocios desde chiquitos, por ejemplo también un tío, don Víctor Zea monto y tuvo el gallo de Oro un buen negocio ahí cerca al cine Cali por la 12 entre 9 y 10, yo estuve en esto desde chico y bueno a veces me aburría y me daban ganas de vagar buscando otros horizontes, otras experiencias.
En búsqueda del caribe, de sus acentos, de sus lunas y sus soles Lucho decidió viajar a  Venezuela a finales de los 60 (entre el 68 y el 71), donde encontró grandes dificultades y no pocas experiencias en torno a las músicas y a su vocación de hablar, de escuchar, de conocer y de vivir rodeado y regalando músicas, emprendimientos mediados por el dinero pero muy marginalmente, más bien ligados a la aventura de un vivir que vale la pena si el riesgo está en no perder el simiente de la amistad, la confianza y el respeto construido en torno a las músicas; Lucho no es un melómano en el sentido erudito de la palabra, sus músicas están ligadas a un compartir que evoca una relacionalidad espiritual, arraigada en la emoción y los valores que circulan en el encuentro rumbero:
El Nápoles se cerró en el 68 porque me fui como tres años para Venezuela, allá me fui con plata y volví sin plata pero llegando en el 71, comencé a organizarme otra vez y se vinieron otros negocios, porque yo tenía la música y la clientela, entonces alquile Bonanza en el parque Alameda por el año 72, ahí estuve un año porque eso lo compro Emiro el de Estambul y yo Salí. Luego conseguí  en alquiler Los Sauces en el año 73, en la 15 con 8, y también Toro Sentado en Juanchito frente al motel Campos Elíseos, pero en los Sauces perdí el alquilado porque le vendieron el local a los dueños de la Cazuela de Marino Velasco, y bueno uno enamorado de esto ha seguido, esto es como un amor que no se deja nunca, uno sigue un poco más…
Un poco más y a lo mejor nos comprendemos luego
Un poco más que tengo aromas de cariños nuevos
Volvamos al camino del amor, no importa lo que tenga que olvidar
Si vamos a sufrir por un error es preferible un ruego
Un poco más, será un alivio para dos fracasos
Y si te vas llévate al menos mis cansados brazos
En medio de la aventura musical, amiguera y rumbera, el movimiento se trasladó al barrio Colón, ahí ya funciono con la denominación del Viejo Lucho, en un espacio pequeño con antejardín en el año 1977 en la calle 14 con carrera 34, frente a las instalaciones de Emcali; Lucho suelta perlas como esta: “de esa zona me acuerdo cuando Alfonso Barberena que era amigo de la familia me regalaba un lote en esa lejura y yo no quise, después llegue allá con mi negocio”; desde el Nápoles habían rellenas y fritanga con una tía que tenía “pedigrí” para esos asuntos, pero ya en el Viejo Lucho de Colón su esposa Nora Rubiela Esquivel se animó a coger el negocio, ella aprendió de la  mama de Lucho, Doña Leonor Cubillos, el guisado valluno porque Doña Nora es tolimense y desde entonces se recuperó esa tradición que no tiene nada que ver con las exquisiteces gourmets vallecaucanas que venden en cocteles y paquetazos turísticos, porque guardan del calor del hogar y el sabor de secretos pasados de mano en mano, solo mediados por una oralidad que canta.     
Después nos fuimos pa´l barrio la Base, en la Nueva Base el Viejo Lucho funciono como estadero, bailadero y viejoteca desde 1990, allá eso era una algarabía sobre la autopista, por el puente de los mil días, en un lote que me dio barato el Instituto de Vivienda Municipal de entonces, Invicali. Ese negocio se movió mucho y era muy buscado por la vieja guardia y compartimos mucha música. Y después aquí en Junín desde mayo del 2000, estamos recibiendo clientela de todo tipo pero sobre todo los amigos, los mompitas que vienen por aquí. Uno se pone contento de ver los amigos y de atenderlos con toda, por ejemplo vea el tamal ahí, como dice una canción estos aromas no se encuentran ni en el cielo…
Por el Viejo Lucho pasan las personas y las historias de los discómanos de vieja guardia, se habla del Mojarra, del Ciego, o de Mechas por ejemplo, como virtuosos que regalaron lo mejor de sí en gestas festivas que dejaron marcadas sentimentalmente generaciones tras generaciones; la pachanga, la guaracha el guaguancó, el montuno y la salsa, se diversifican al lado del tango, el bolero el pasodoble, el twist, el charlestón y los ritmos “colombianos” que más bien suenan a latinoamericanos. Músicas viejas que guardan para hoy, anacronismo cultural donde se refugia el secreto de nuestras compañías y soledades. Cerveza, ron y guaro acompañado de tamales y rellenas que viajan de la barra a las mesas. Músicas que entraron el siglo pasado, trayendo a mano de la melodía virtuosa un relato que va y viene con las corrientes del caribe profano, circulado en una movida musical que más que una melomanía ingenua, ha sido portadora de un manifiesto moral y cultural para las periferias urbanas; se trata de la manera, el estilo como esta ciudad se fue armando un ethos a través de los ritmos y relatos rumberos, ahí está Lucho Lenis, como diciendo con sus arneses de estadero: así empezó el guaguancó.
Por la esquina del viejo lucho, donde habitan generosos cuadros de músicos, ventiladores cansados, arrumes de discos que nos miran y que se hacen muecas con los CD, luces de navidad que buscan alterar la visión plana del mundo que viene de vuelta, mesas y sillas plásticas que constituyen un ambiente especial que retiene mundos añejos y los hacen transpirar futuro y esperanza; lo que se ve es una red de afectos que sostiene el mundo, lo que se siente es la experiencia del amor en la ciudad, esa sencilla virtud que pasa por ocuparse del otro, estar ahí con el otro, de estar sencillamente, sin cita previa, solo con la condición de verse a los ojos, de rosarse la piel, de sentirse; solo así es que se puede ver en una dirección común, sabiendo que el compañero de viaje será guiado y guía a la vez; a lo mejor por eso es que por estas esquinas de la ciudad popular se escuchan, se paladean, se sienten músicas profundas, porque operan como santos y señas, como marcas simbólicas para asumir el acertijo que nos tiene provisionalmente en este mundo, como yéndonos y volviendo una y otra vez.
El aire que trae con su manto la flor del pasado, su aroma de ayer,
Nos dice muy claro al oído, su canto aprendido del atardecer,
Nos dice con vos misteriosa de nardo y de rosa, de luna  y de miel
Que es santo de amor en la tierra que linda es la ausencia que deja el ayer.
Ay ay la rumba me llama tu ve, todos vuelven, todos vuelven

No es más, homenaje para don Lucho Lenis y su familia. Estamos en la vida y así a veces pensemos que la vida y la ciudad no van para ningún lado, no hay afán, toca dejar que las músicas que nos acompañan indiquen, señalen también los caminos…  


 
 
¨ En esta crónica están las huellas de Don Luis Herbert González y de su pasión arrabalera por Daniel Santos, Rolando Laserie y por el Piper del bolero que nos presentó desde muy chicos…

¨ Esta crónica ampliada será publicada en el número uno de la revista del grupo de investigación  Pirka, políticas cultura y artes de hacer.