jueves, 25 de julio de 2013

El Bem Bem, dignidad que baila…




 
 
Dicen que la rumba es un remedio pa´l olvido. Ahí el recuerdo se vuelve movimiento, lo ausente cobra vida festiva, la fiesta se vuelve un llamado a la presencia de lo innombrable. El baile con sus parejas melodiosas, las músicas, se amalgama y se funde en la rumba, vagabundeo por los sentimientos que excede el negocio; callejeo por las sensaciones más inesperadas, vida a flor de piel; devenir que se desliza sanguíneo, sanguinario entre músculos, huesos y tendones. Pasión que toma forma de barrio pero que viene con vientos de atrás, con sabor a barraca, con olor a choza, con hedor a litera, con vestigios de pisadas descalzas, con huellas de peregrinajes guiados por constelaciones, acompañados por soles, lunas y lluvias de luceros; vientos aborígenes y cimarrones vestidos de aguas dulces y saladas, cruces de caminos que guardan rebeldías nativas acunadas ahora en la emergencia popular de la barriada.

Hay en la rumba caleña, en medio de todo, porque en la rumba hay de todo -se dan cita todos los destinos y valores posibles-, un cantar para unir los corazones;  cantar colectivo que se vive como hospitalidad gratuita, amabilidad aérea viajando en las sonrisas, apertura corporal del alma, presencias incorpóreas de espíritus generosos opuestos a la competencia y al individualismo banal que nos circunda. Ahí van las musas y los duendecillos del cuerpo haciendo de las suyas para que la transfiguración humana encuentre formas generosas en un Bem Bem donde se encuentran miradas, músicas y cuerpos; subjetividad viajera que nos arropa en el ir y venir de géneros, generaciones y etnias…  

Al Bem Bem se va por una avenida arterial. Si usted se sitúa en la troncal de Aguablanca sobre el invento de la moto manía caleña encuentra el Bem Bem que es una casa igualita a la de enseguida, que queda en una cuadra como todas las cuadras; una vecindad vuelta avenida, con pavimento nuevo y comunidades rotas; casa habitada por el cariño expresado en una goma musical, en un chicle pa´l bailador y eso se le pega a uno, eso es como probar la mejor arepa del barrio, como encontrar el mejor pandebono de la manzana o como visitar la fritanga barrio bajera de fin de semana; eso toca volver…

Estamos en otra orilla de la ciudad, entre la oscuridad y las luces que guardan la penumbra; cerca, cerquita a los barrotes infames de la cárcel de Villanueva, en las fronteras del olvido que encierran a la libertad. Ahí está El Bem Bem, punto melódico con nombre venido del mundo afrocaribeño y en particular de la patria boricua que significa baile, rumba, bailoteo, bailadero... Este Bem Bem es puro pueblo desde siempre; no hay nada que le determine por fuera de su melodía y su goce; ni capitalistas, ni traquetos, ni guapitos, ni políticos, esto nació en el barrio, es del barrio y sigue en el barrio. Aquí se pone música de golpe popular y se ha escuchado bolero, son, tango, fox, charlestón, mambo, pachanga, charanga, montuno, guaguancó; pero lo que más prima es la salsa clásica de golpe de barrio; ahora, timba y eso del regueton y la bachata, eso no se pone porque se acaba el negocio.

La vecindad de origen de este Bem Bem es el incunable barrio Eduardo Santos insigne eje de la gesta de los destechados por la tierra colorada y fangosa. Esta casa del movimiento inicio en el Eduardo Santos en 1972, ahí estuvo 24 años hasta que se trasladó a la troncal de Aguablanca en el barrio con nombre del luchador popular Alfonso Barberena, funcionando por 17 años sin parar; ya está en la cuarentañes, en el cuarto piso con 41 años de aquelarre; ahí se trasladaron porque era más fácil legalizar el negocio con la municipalidad, la avenida tiene usos comerciales y el barrio de antes era solo residencial. ¡Cómo lo extrañan en Eduardo santos! y que poco comercial y  solitaria es la avenida; a veces al salir al andén dan ganas de gritar con el Pete Punto Bare, ta bueno ya punto Bare, para que resuenen en esos parajes las memorias de las batallas por un pedazo de rancho en la ciudad.

La historia comenzó en los años 60 cuando Hernando collazos adolescente comenzó a acompañar a su cuñado al negocio Tango Ladrillo en el barrio Villanueva donde fulguraba Celina y Reutilio entre tangos y melodías arrabaleras; allí se fue formando el oído, el amor por la música y por su mujer doña Alba Caicedo (q.e.p.d); ya joven y casado, decidió armar a inicios del 70 una fuente de soda, un barcito donde se escuchara la tradición antillana, matancera y bolerística. Pero ya arrancando comenzó a sonar el nobel pregón de Arsenio Rodríguez con mami me gusto, el divorcio, papa upa, el reloj de pastora, la yuca de catalina y el bolerazo la vida es un sueño; el gran Tito Rodríguez con su inolvidable; se dejaba asomar un poco más adelante el venezolano Ray Pérez y la Flamboyan con sus primeros atisbos; se jugaba fútbol en las mangas aledañas y se tiraba paso en los antejardines polvorientos; tocó entonces pasarse para el segundo piso del bar en el año 72 y armar el barullo, el bailoteo; en el Bem Bem había que llegar temprano, sino no se podía entrar. Ahí arrancaron y cerraron su vida bailarines como el famoso Machura, la flaca Lourdes, Don Arístides y su sombrero, y Pedro Álzate tirando ritmo en las alturas, gritando “eso es mucho tema por dios”; por ahí pasaron innombrables jugadores del América y el Cali extraviados de sus concentraciones. Por eso aún, en el local actual, las paredes están teñidas de rojo y verde, como guardando la caldera y el melao de caña que viene de la pasión alumbrada con fuego en las plantaciones de la vieja hacienda esclavista.

Las músicas del Bem Bem han llegado de muchas partes, en Cali se ha conseguido siempre mucha música que llega por el puerto de Buenaventura, todo amante de la música sabe que las pastas y los cd llegan con el oleaje del mar Pacífico y saben que ahora viajan más veloces por la nube virtual, pero a don Hernando también le ha enviado melodía desde siempre una cuñada de Puerto Rico, Doña Lucy Caicedo y en el último tiempo su hijo Carlos Caicedo que está en los Estados Unidos, en New Yersey, donde es más conocido como Mister Salsa por su afición a las músicas de golpe clásico salsero; ambos le mandan música que llega por el Bonilla Aragón; son músicas que se demoran en llegar comercialmente a Colombia y primero han sonado en el Bem Bem versiones de La Dicupe, de Charlie Palmieri, de Frankie Dante, de Los Lebron; expresando universos mezclados de ritmos melodías y narrativas, gestas de lenguajes sentimentales, alejados de la razonabilidad de la escucha, que solo se pueden oír con la fuerza venial del canto a la raza…

Se vive ahí una nocturnidad que es disfraz, en cualquier momento suena Esperándote de la orquesta Isla Bonita como recordando que este pueblo es enamorado, entonces se siente una camaradería vuelta risa cómplice de la lírica que suena en cada ocasión, y van los Lebron con sé que sufriré… Una casa llena de fantasía y ensoñación atrapada en un tiempo sin nombre, llena de guaguancó pal que sabe, en medio de luces y sombras que prometen lo incumplible a la luz del día, colores que guardan la memoria de los años sesenta, y de los setenta, y de los ochenta, y de los noventa, y de los de ayer; paredes que acogen los relojes parados, puestos al revés, muros añejos de colores verdes y rojos; santos y vírgenes en un altar que gobierna desde su escondite todo el espacio, alumbrando la creencia de un mundo animado por esperanzas y aseguranzas.

En la pista rodeada con mezclas de bar cincuentero, de grill setentero, de salsoteca ochentera, de casa inmemorial, se vivencia una disposición al baile que es figura, cintura y piel; remolino sensible, apretuje orgiástico que se siente sin siquiera tocarse; amor en playa a solas, en cuarto olvidado por el tiempo, en la soledad de este universo tan azul, tan negro, tan verde, tan rojizo; lucecitas decembrinas, bombillas de primer día de la humanidad, piso de noche oscura, de andar a tiendas, donde lo mejor es abrazarse para aguantar el paso del huracán

Y ahí están siempre tres mosqueteros; Don Hernando circula de la barra a la puerta con pisadas moderadas, va de mesa en mesa, habla del barrio de ayer y  de hoy, asocia las noticias con las músicas; para cada situación hay una lírica rumbera que nombra o da respuesta a las más variadas situaciones; hombre enamorado de sus recuerdos, responsable de sus herederos, armador de familia, amante enternecido que acuna sus amores con músicas, que se duele dignamente de la partida de su señora cantando a dúo con sus amigos boleros y tangos nacidos en los primeros años del siglo pasado. El duelo se lleva entre cigarrillos, con ojos vidriosos, con pasadas de manos por el cabello, con historias que son moraleja y mensaje vital para estos tiempos, concejitos nocturnos medio dichos, razones entrecortadas, risas que encarnan la paciencia a los tiempos que de todas maneras vendrán y pasaran.

Entre la barra y la pista está circulando el flaco Víctor con su trompeta imaginaria, con sus LP en vinilo, con sus mechas rodando, con su moto de mensajería que le acompaña hasta en el momento de tirar paso; este flaco Víctor se formó en el barrio Obrero, en el mundo de los zapateros, desde allí arranco su peregrinar por las calles melodiosas de la ciudad que lo pasean por la amistad en cada rumbeadero; él no está en el gesto de competencia melómana que tanto cuestiona la posibilidad de un compartir rumbero. El flaco está en la sonrisa popular, en el movimiento fiestero; no hay paso que se tire sin que el flaco no lo esté reflejando en cualquier esquina de la ciudad. Rumbero que no para, que lleva músicas desde la casa Bem Bem a muchas partes, pasando por el tejido de las ondas hercianas inundadas de salsa, pero que siempre al anochecer está en el cielo del vecindario barrial con su risa característica.

Y  siempre en la barra, con un ojo en el sonido y otro en la discografía esta Hernando junior; un obrero amiguero y dedicado a sus oficios, de esos virtuosos que las multinacionales explotan en el país con la gabela de la confianza inversionista; Hernando hijo tiene marcado en los ojos la herencia rumbera, se mueve por todas las líneas de la rumba, pero su goce es con el montuno y el guaguancó; Hernando Jr. recibe en el Bem Bem a todos y a todas como en familia, presenta, pregunta, regala músicas; no es fácil encontrar un sitio donde te regalen música no más con verte entrar, y eso es lo que hace Hernando Jr, a veces acompañado de su hijo Danny, con una risa acogedora y tranquila.   

En varios momentos de la noche estos tres mosqueteros se juntan en la barra, comparten un aperitivo cruzado de las diversas mesas, hablan de las cosas de la semana, hay chiste en la audiencia y los ritmos se van marcando sin repetir el guion, es como si cada día trajera la urgencia de la musa rítmica en el Bem Bem; es que después de 41 años de estar sonando músicas los caminos son diversos y como en la vida cualquier cosa puede suceder. Pero este mundo tan familiar, tan vecinal, tan compartido, tan donado al visitante va por la banda jugando con la soledad llevada al extremo de las músicas, enreda su silencio en el golpe de cadera, en el girar cadente de la cintura, entre el abrazo de carnaval y el salto de pisadas livianas.

En medio de la virtuosidad melódica de una jornada rumbera, con el entrar del amanecer, el Bem Bem viaja por momentos hacia el bolero y el tango que guardan en su susurro un fluir de poesía urbana, de canto interminable encajado desde las ciudades del sur que no cesan de vibrar como ríos corrientosos; en noches que no duermen sin despertar espíritus desde sus profundidades… Se vive así un viaje musical que es oleaje comunal, suena oh patricia, oh mujer adolorida, canto colectivo que cierra con Que falta que me haces para que no muera la esperanza; energías que van y vuelven por el caribe urbano alcanzando esta ciudad negra y sureña.

Dirán que es un negocio más, pero que problema es mantener un negocio de rumba abierto con dignidad por décadas. En 41 años el mayor problema ha sido mantener la legalidad del negocio, porque la oficina de planeación con los tales usos del suelo, la cámara de comercio controlando los registros, la DIAN metiendo la mano al bolsillo de los pequeños negocios, la Secretaria de Gobierno controlando sólo a los que se dejan controlar; Sayco y Acinpro cobrando impuestos sin control ahogan cualquier negocio… Pero ahí está, incólume el Bem Bem, el rumbeadero, el bailadero, la taberna salsera, la casa del ritmo más vieja de la ciudad en el oriente; un negocio familiar que va pasando de padres a hijos y a nietos, saga melódica que no es ensaladita light, es empanadita en la esquina y papa aborrajada en la otra, por eso el Bem Bem es como una vuelta a la esquina…

Mundo popular en la ciudad que guarda secretos para el futuro en medio de una urbe de tumultos atropellados a la cual el Bem Bem le opone la danza mirando a los ojos, saludos y despedidas con abrazo. Cuerpos obreros, trabajadores que llevan la vida con dignidad… Vale la pena insistir: una hospitalidad y una sencillez que enternecen; familia, vecindad, dialogo generacional. Una cimarronería urbana que no tiene porque explicarse, quizás se pueda vivir y contar algo de esa felicidad, de ese goce y ese placer gratuitos en el sentido profundo del vivir. Aquí hace presencia el viento que trae las viejas músicas, aquí se guarda un tesoro de la Cali que espera como si no lo hiciera...

 

Nota: Esta narrativa va dedicada a los obreros de Michelin quienes desde el barrio San Nicolás de Cali, albergados en carpas, defienden el futuro de sus familias y el derecho a no ser esquilmados.
 
 

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