domingo, 9 de octubre de 2016

Adiós Madeira.





De esas cosas de la noche humedecida; no había cerca siquiera una esquirla de calor que te acogiera; había urgencia en la avenida de un carro amarillo que salvará del frío. En la soledad del andén uno de los tantos vehículos de servicio público que hay en la ciudad apareció de repente con la luz de LIBRE encendida. El carro estaba a media vida, en regular estado para ser un taxi; lo necesitaba con apremio y apareció cuando ya perdía las esperanzas de que alguno me parara.

Entre apresuradamente, al cerrar la puerta sentí el fogonazo de calor que envolvía todo el entorno; sonaba La vamo a tumba a todo volumen… Yo le hice de inmediato un comentario al conductor sobre lo decembrino de la música;  era un hombre de bastante edad, de cabellos plateados y de apariencia muy limpia.

-          Si le disgusta la apago – me dijo -

-          ¡Ni más faltaba hombre! Lo que pasa es que en la calle había silencio y frío y usted tiene movido este taxi, es cuestión de adaptarse no más, pero ese tema es sabroso. – Contesté-

Después de la canción bulliciosa siguió un fragmento de noticias. Yo le demande música para seguir animando el trayecto y escapar de la rutina informativa en un país a la deriva. Con la maña que da la  espera en un semáforo nocturno sacó de la guantera una memoria USB y la instaló en el equipo, graduó el tema y lo soltó: Puso Adiós Madeira y comenzó a tirar paso con la cabriola. El tema sonaba como los dioses en la ruta de La Autopista Sur.

Le pregunté automáticamente, por ese gusto, me parecía por la pinta que podría ponerme más  bien un bolero o un tango; el bailarín al volante me pregunto si era de por aquí y por mi edad. Le respondí con acertijos; enseguida sonriendo, mientras ya sonaba el dulcerito de Joe Quijano, vocalizando Paquito Guzmán, el viejo se me desdoblo: se presentó como don Manuel Borguil y me habló entre risa y dolor de su migración de Candelaria Valle a Caracas, como operario de una empresa naviera; dijo en breve como llego a  quedarse quince años en el Este de la capital venezolana entre gente de la clase trabajadora de los barrios San Agustín, La Pastora, y el 23 de Enero. Recordó sus noches caraqueñas escuchando y danzando mientras Ray Pérez tocaba en un barcito setentero o en una verbena popular a cielo abierto. Habló de su estadía de migrante, de los hijos extraviados, de ser ciudadano de tercera en un país de enclave petrolera gringa, de su familia en la distancia, de su sobrevivencia, de su gusto por la música “de verdad” que ahora solo disfruta en la sala de su casa, o en alguna ocasión en la cual la noche está fría y algún parroquiano le pide melodía para que pregone su memoria.

Le pague el doble de la carrera; El no entendió porque le daba más plata, Pero se fue contento y yo también.



viernes, 11 de septiembre de 2015

Sandunguera, sabor de vecindario…


Él roza el prado de un sardinel abandonado  -edad media, sombrero de faena, uniforme de vigilante de vecindario-; son las siete de la mañana, algunos caminantes regresan de breves trotes para disponerse a sus ocupaciones y él ya está haciendo labores extras a su función de vigilar.

Ella sale de una casa en niveles con una bolsa de basura, tiene vestimenta de colores con un delantal blanco, de ropas cortas que resaltan sus atributos, piernas macizas, caderas redondas, espaldas y hombros esbeltos, manos delgadas, piel cobriza, tendrá unos treinta años y camina suave pero con movimientos de gacela, mira como diosa de ébano.

Así las cosas, en el preludio de un breve acontecimiento se merma la marcha, se observa el paisaje desde una trastienda imperceptible, en el fondo de la historia, como haciendo del caminar ordinario un lápiz lapicero que dibuja en la retina y el oído las marcas de un sentir no articulado en palabras, sólo inteligible a saboreos del mundo que se hacen aquí y ahora, sobre los cuales no se piensa fácilmente porque el pensar va en las muecas y los guiños…

El hombre, común él, en sus afanes de pronto se levanta, alza los brazos, pela las muelas, deja ver el color desleído de su camisa entre sus sobacos, agita el corazón y pega un grito cantado.

Amanda, buenos días, aquí estoy yo tirando machete para ponerme en forma, a ver cuándo me toca el turno.
En segundos ella lo mira con desfachatez, la comisura de sus labios se inflama mientras prepara un decir deletreado, como retando el viento caluroso que ya atrapa la calle, casi solitaria; el reloj avanza la hora:

                 Umm, vas a tener que rozar toda la ciudad y ¿quién sabe?

Él se quita el sombrero, se lo pone en el pecho en un gesto ceremonial, esperanzado, estira el cuello, suelta el machete de filo sobre el borde del andén, la mira con furtiva expresión y como sediento le dice:

Pero ¿me espera?, para que valga la pena…

Ella, que a estas alturas tenía las manos en la cintura, los pechos inflados y los pies empinados en un gesto provocador, casi asesino, hace un giro rápido en dirección al portón de donde salió, diciendo:

Pues, no se…

Él me ve resignado, como transeúnte casual que es testigo de un río de sentidos escondidos en cortas palabras; ríe, se seca el sudor y dice a mi paso.

¡Ay Amanda! Así es, así fue…

Y yo me fui recordando una canción, antes de cruzar en dirección a mi destino. Sandunguera/ se te va por encima la cintura/ no te muevas más así/ que te vas por encima del nivel/ y dicen que: a esa muchacha no hay quien le ponga el freno/ que… ¿qué de qué?/ que si la dejas se te lleva el baile entero/, que facilidad, mírala, mírala…

Y seguimos los tres con la cadencia del despertar, con el sandungueo que se arraiga en el cuerpo y se instala en la mirada y el oído, más allá de la economía de las palabras; ritmo que nos persigue con el sol saliente, con el prado y la maleza creciente, con la bolsa de basura que viaja con el afán de la mañana.


Agita Cali

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Crónica Uno, músicas y cuerpos peregrinos...





Texto leido en la presentacion del libro
Crónica Uno, musicas y cuerpos peregrinos


Crónica Uno está escrito con músicas para desmedir palabras cantadas y sones contados con el sudor amacizado. Es aproximación a un mundo sin fin y sin final, para arrimarse de lejos aún, a una historia del cuerpo rumbero y de las sensaciones sonoras comunes en la ciudad de Cali.



Así como el mundo -dicen los relatos históricos- está hecho de agua, fuego, aire, tierra, rocas, la trama de los relatos y sensibilidades que se comparten en Crónica Uno está hecha de varios materiales, no tiene un solo bloque de existencia, viene de varias intuiciones, de un crisol de magmas y horizontes.



En primer lugar está hecha de preguntas afectivas, emocionales, trascendentes por nuestra vida en la ciudad. Va en búsqueda de respuestas, enviando cartas desesperadas a la feminidad urbana y recogiendo épicas de andén, secretos a mil voces que vienen de atrás y de muchos rincones del mundo, formateadas en acetatos, casetes, Cds, pero sobretodo que viajan en las retinas, en los corazones, en las plantas de los pies y en los paladares de la caleñidad salsosa y bolerista.



También está en los silencios que hacen espectro de lo que excede nuestro presente, lo que ha sido peregrinar, venir del litoral, cruzar la cordillera, correr de otros valles, fluir de ríos que vienen a estas avenidas. Músicas que van por los silencios diciendo que lo vencido está ahí acechando, fagocitando, esperando sin afán, en la creencia que repiten las abuelas: que el tiempo de Dios es perfecto y entonces toca dejarse atrapar del tiempo divino, otro tiempo, acompasado de son, bolero, guaguancó.



Crónica se pregunta por la memoria de nuestros pasos, por el devenir de nuestros sueños, pesadillas, quimeras y ensoñaciones, ¿Dónde es que habita la memoria afectiva de Santiago de Cali?, ¿será en alguna página escondida del álbum de nuestras vidas? ¿Qué tienen que ver esas sensaciones, esas imágenes de lo que sentimos de los pies a la cabeza mientras bailamos, con el destino nuestro y el de las nuevas generaciones?, ¿qué estamos haciendo cuando pasamos las vidas por cíclicas rumbas?, ¿qué es lo que hace música y comparsa por esta Cali amorosa y díscola a la vez? Esas preguntas que vienen de siempre, han pasado por varias conversas y miradas, se han acunado en un bar olvidado del centro donde van a recalar, como los barcos que en el muelle para siempre han de quedar, vendedores ambulantes, jubilados, meretrices sin trabajo, empleados cansados de la rutina a discurrir con un tinto añejo, a vivir las añejes y a celebrar lo proscrito, lo barroco, lo anacrónico.

Preguntas que pasan por el barrio viejo de San Nicolás, esa incunable escuela de la vida sembrada de sabor criollo y de fiestas de adoración, en las cuales germinó y se guarda aún el espíritu de ciudad, mientras los contemporáneos vemos como se deteriora ahora la barriada para ser vendida barata después.

Se detienen donde Lucho Lenis, don Lucho con William, Jairo y doña Nora, ahora trasladados de Junín al Bretaña, haciendo culto  a esa relación de saboreo entre las tamales vallunos y el son, entre la rellena y la pachanga, entre el ají y el guaguancó, entre la conversa y un bolero de arrabal.

Van por donde Mónica donde el amigo Fabio, que en medio de tipografías le hacen un monumento al beso desgarrado, a la fiesta madura, al bolero que suena cuando ya casi se cierran los ojos, como evocando el ayer de un eterno amanecer. 

Celebra un tango feroz presentado por la voz de don Fabio Tangarife, que hace mover cortinas en las salas de casa, que rememora calendarios en los cuales la siesta era obligatoria, recordando que la palabra cantina remite a una esquina del alma para el canto y que hace que en cualquier momento del día o de la noche, alguien pegue un grito dolido o enamorado en el taller o la tienda del costado.

Crónica celebra el año nuevo con la culebra rumbera en el barrio Ulpiano Lloreda, donde cientos de familias recuerdan el festival del que todos procedemos, y va a la fiesta de la vaca en el Eduardo Santos donde Jhon Fernando y sus amigos reparten carne con un espíritu dionisiaco en un celebratorio sacrificial del don compartido que es la vida.
 
Pasa por el Bem bem donde Samy, el Flaco Víctor, Hernando Junior y Don Hernando Collazos mantienen viva una institución de la explosión salsera que, nacida en el barrio Eduardo Santos en los años 70, ahora ilumina La Troncal de Aguablanca en el Alfonso Barberena.

Se detiene, con la luna que ilumina la calle cuarenta y cuatro, en la Ponceña, donde Jorge y Fanny regalan generosamente montuno y guaguancó pal que sabe, en un dar de beber músicas, en un regalar pregones, en un afinar el oído que es sencillamente educación de los sentimientos y alimento espiritual.

Vive en la inmarcesible rumba del oriente los domingos del Lavadero en San Marino, donde Henio y Wilber animan ese rumbón orgullosamente negro que acoge la Tura como se nombra al bello puerto del Pacifico, haciendo de una doble calzada un rumbón de esquina tan sabroso como el pescado frito que venden sus vecinas.

Pasa gozoso frente a Siloé por el 316, donde Don Polo pone melodías ancestrales mientras se dejan ver como estrellas, las callecitas y las gradas del barrio latino de la noche roja, embadurnadas de memorables luchas sociales; lugar matancero donde se rinde culto a muchas músicas, pero se destaca el toque Anacobero de Daniel Santos y la memoria melódica de Don Bienvenido Granda.

Aterriza por la calle Quinta donde están: Don Heber, el Manicero y el nunca olvidado Tin Tin Deo; se detiene a tomar nota y a aprender de las nuevas sensibilidades con cabellos teñidos de azul y morado, donde Carlos Ospina expresa su poética musical, en la Topa Tolondra; saluda al compadre Alex Zuluaga y a Mauricio Díaz que combinan golpe en Míster Afinque y a Manolo Vergara en el clásico Habanero. 

Esta narrativa también se para a preguntar en la cita mensual de los sábados, en el entrañable Salsa al Parque que doña Jovita comparte con el mito de los estudiantes, a ver el encuentro de símbolos salseros, bailadores que arropan un parque componedor de miles de encuentros y destinos.

Pasa igualmente por los trazos de Jairsinho Caicedo, el hermano que ilustra sensiblemente el recuerdo de nuestras noches juveniles, por el cuidado amoroso que ha tenido Alfonso Moreno y su familia en la edición, y por las preguntas de los equipos de Ciudad Abierta y Pirka donde William, Alfa, Bencho, Gildardo, Juan Carlos, Juan Pablo, Eliana, José Luis, César, entre otros, mantenemos en el tiempo un taller artesanal para pensar la ciudad que nos acoge.

Pero la Crónica que pregunta sobre todo se pierde en el viernes cultural, día en que toda la ciudad se viste de fiesta desde el atardecer y en el que un taller se vuelve discoteca, se hace verbena de tienda, fiesta de estanco. Crónica se pierde en las rutas de la noche que van tras el tesoro ritual de un decir y un moverse que ya no cumple tareas, que rompe la cuadrícula del tiempo del reloj, que manda al carajo al patrón porque la rumba extendida de esta nocturnidad urbana no tiene jefes, ni jerarquías. 

Dirán ustedes que he vagado mucho en estos tiempos recogiendo relatos por estas rutas con un relieve gobernado por Baco; en mi defensa y en la de todas y todos los que me han acompañado, puedo decir que ha sido en medio de una hermandad y una familiaridad que duele, que es escucha, que es abrazo bailado, degustando salsitas de golpe, haciendo preguntas por el tejido vital que nos envuelve, y ¿qué hacemos si ahí siempre está la música?

Música que es subjetividad desbordada; esa subjetividad que anima la escritura por supuesto es transpersonal, la escritura así es milagrosa, dolorosa, festiva, delicada. No hablo del libro por supuesto, hablo del escrito en la piel, de lo que pasa con la sangre cuando bailamos, del mojar los labios al recordar una canción, de escribir la vida con compases, liricas, y ritmos que nos median la mirada, el oído, el tacto, la experiencia.

Por eso este pueblo de palabras que hoy se comparte, es personal, tan personal como colectivo, porque nuestras sensibilidades humanas son con otros o no son, habitan en una comunalidad de sentimientos que viajan como espíritus aéreos, como aires de familia, como sensaciones inatrapables, que incluso en las palabras, siempre tienen un revés, una trastienda de la historia.

Crónica Uno está hecho también de conversa, este alegato sensible recoge conversas íntimas sobre el amigo que se fue, sobre la esposa que marchó, sobre la partida del cantante entrañable. Habla a coro del barrio que fue derrumbado por la voracidad del progreso, habla de la brevedad de la vida y de la locuacidad de la muerte y estoy pensando en los tangos de final de la noche compartidos con don Hernando Collazos, mientras miramos el tiempo a contrapelo.

Esto es pues una construcción humana subjetiva, en medio de una ciudad formal que tiende a homogenizar, a indiferenciar, a instrumentalizar la existencia. El hecho de que esta escritura sea un asunto personal, busca dudar de la dureza del conocimiento objetivante y de la construcción de verdades inamovibles, también nos recuerda el gran problema de la ciudad deshumanizada, despersonalizada, el gran vacío e impotencia que se siente ante la indiferencia, la violencia, el clasismo que es la ruta del mal vivir impuesta por unos pocos. Por eso se celebran en esta trama, las músicas mulatas y sus cultores, por eso este es también un homenaje a hombres y mujeres que guardan para nosotros este sentimiento melodioso del que estamos hechos y con el cual hacemos la vida en la ciudad popular; porque portan humanidad, comunalidad, vecindad que es en medio del artefacto urbano modernista y excluyente, un proyecto de sentido colectivo y un sabor a esperanza. 

Pero estas crónicas son también el reconocimiento de unas cartografías sonoras y corporales que son lugares de encuentro, relatos que viajan por los sentidos, memoria viva que está en las letras de las músicas, en sus carátulas, en las muescas de asientos, en la edad de los vasos de cristal, en la lucha entre el tornamesa y la computadora, en la pelea entre el asiento de madera o de lámina y el plástico industrial, que implica también lucha entre las comidas rápidas y las empanadas de camarón o los aborrajados de maduro.

Cuerpo que es necesidad, pero también deseo, cuerpo vibrante que define lugares en el mundo, que tiene tumbao, que es estilo, manera particular de estar, que no es cualquier formulita racional o tecnología de tele-ventas. Cuerpo que no obedece si no es a una visual excesiva en sus formas, a un oler el mundo en sus almizcles, a una sonoridad que es vinculo fundante, manera de estar que se vuelve destino plural, vecindad de risas, camorra de esquina, barrio que se lleva hasta la tumba, que se mueve por todas partes, que camina las palabras, que se baila una desgracia, que celebra una derrota, cuerpo portento que rellena lagunas porque es el único lugar que le dejaron en su despojo, memoria corporal que se lleva con cadencia a una semio-praxis cotidiana que tiene la partitura de la calle y que atesora en la ciudad el ritmo de litorales y maniguas desocupadas con las armas, con las amenazas y con el enseñoreo de la muerte.

Ciudad popular que enfrenta el espectro de la muerte, que hace con músicas y bailecitos urgentes un acta del genocidio de nuestros jóvenes que mueren por miles cada año, mientras la municipalidad pueril cuenta muertos. Ciudad en fiesta de dolor que ríe y fantasea en su noche con otro mundo, que viene de atrás, con  deseo informe, con-zumo no mero consumo que es sabor en los labios, labor narrativa que se remonta a la desgracia y que hace de su presencia arrebatada y sobreviviente el triunfo de los vencidos, de los negados, de los manchados; fraseos, acompases y contoneos que van en búsqueda de un mundo amado, de esa cultura popular que es sonora y corporal, que es sensibilidad colectiva, que es ritual, celebración, celebración de nuestro mundo plebeyo, afirmación de lo que nuestras músicas guardan para el futuro, la intuición de los cambios que este país necesita, la vocación plebeya de cambiar el mundo injusto en que vivimos.

En ese sentido, estamos compartiendo la invitación a un taller colectivo para pensar nuestros más profundos sentimientos y pasiones, aquello que a la vez nos une y nos desencuentra cíclicamente, en una disputa identitaria inacabable arraigada en la lucha por la vida en la ciudad. Crónica uno, esto que es de la calle, que tiene tiempo sereno, que es callejero, que es como el golpe rumbero, sincero, ahora está por aquí festivo, para que bailen las preguntas, las conversas, los recorridos, por esos espíritus que nos encuentran como pueblo, en este vallecito urbano bonito, donde se baila bonito, se goza bonito, bonito…

Coda regalada por el viento que canta:

Crónica Uno también habla de la vastedad, de la eternidad del lenguaje que es la música. De la posibilidad de hacer la vida más allá de la muerte y la derrota, de eternizar en el tiempo (así suene tautológico) sentidos y sensibilidades que nos hacen, que nos atraviesan, que somos. Como en ningún otro lugar, Crónica Uno da cuenta de la narrativa que es la salsa, el bolero, las músicas, esa narrativa que se escribe con vellos erizados, con palpitaciones excesivas, con lágrimas descontroladas y ojos de vez en cuando aguados en esta ciudad, no habla sino que canta y tararea a veces entre dientes, otras a regañadientes y las más a pulmón herido. Relato de la salsa y de otros sonidos transocéanicos que no pueden escucharse sino con la piel y con el filo de la memoria. Crónica Uno es como el saco que nos guarda la maraña de recuerdos vitales que somos…

Agosto 28 de 2015
 

viernes, 28 de noviembre de 2014

Escribirte Parque, o de la Ilegibilidad de las Músicas…




Las palabras nunca alcanzan
cuando lo que hay que decir desborda el alma…
Julio Cortázar






I

Cómo grita la ciudad a las cinco y media por los trayectos de la calle quinta, cuando ruge el león de nuestras iras, las ansias de nuestros destinos, así cada uno vaya silencioso, como perdido en el cometa cósmico de las propias existencias; siempre yendo y viniendo sin saber al final para donde vamos y donde estamos. Y ahí en medio de ese devenir está el parque con su Jovita luminosa, vestida de fiesta, coqueta, riendo de nuestras angustias, afanes y caminares.

Frondosos árboles arman siluetas con las luces de estadio que gobiernan puentes, plazoletas, andenes, caminos y avenidas; huele a mariguana, a chorizo, a arepa frita, a esmog y a alcohol carburante que destilan buses, busetas y automóviles; grafiti sobre grafiti hacen de muros y paredes un palimpsesto barroco que habla de la lucha por el nombre y la existencia en la ciudad. Particular pareja hacen en el parque de los estudiantes el olvido público y el abigeato urbano; una fuente de agua se ha vuelto charco sucio, unos puentecillos de madera se han vuelto trampa mortal ante la falta de mantenimiento y los techos empotrados debajo de los puentes han sido robados con una delicadeza sistemática, así también las tapas de las cajas telefónicas que circundan el lugar.

Ese rugir es interrumpido, intervenido todos los primeros sábados de cada mes desde hace tres años por gentes y músicas que llegan de las cuatro esquinas de la Cali sedienta y tumultuosa que nos vive y vivimos; como jalados por los vientos filtrados y arrebolados desde los majestuosos farallones, estos sábados miles de personas cogen sentido comunal hacia un oasis musical con sus rugidos corporales, trayendo en sus pieles las huellas de una trashumancia bañada entre bramidos, con aguas de muchos ríos y senderos. La selva de cemento se regocija entonces con la Salsa al Parque y llegan por el camino incierto los venadillos descubriendo el mundo, los tigres y tigresas de afiladas y cansinas garras, ya exhaustos de darle varias vueltas al  planeta; llegan aves de todas las especies, traídas por un jolgorio que no cabe en el cuerpo.

Otros nos arrimamos sigilosos, observantes, y las sensaciones nos arrojan los ecos de una experiencia callejera inatrapable; qué inatrapable sos, qué escurridiza sos, solo los cueros en su ardor veloz  te logran concitar, y siempre que estas melodías te miman se te ve voluptuosa como Jovita, pero también ambigua, feliz y rabiosa a la vez, tan insoportable y colérica que no cabes ni en el cuerpo del parque que te canta desbordado, subiendo la voz, en un arrullo que trastoca las paternidades y fluye en ritmos parceros que se reconocen desde lejos; ahí no hay confusión y es la música el registro, la modulación básica del encuentro.

II

Músicas con apellidos, con nombres propios, con espectros de mas allá, cantos natales que actualizan la memoria silenciosa que habla de la historia de los míos, de las aventuras recientes, del sendero del cual vengo, de mi lugar en la aldea; música que es pertenencia de la cual nos vamos nutriendo en la  mar de cemento, que resiste al rugido del horror, que permite domar la bestia enorme que nos carcome; música que se hace piel, animalidad que abraza y suspira, que grita su sangre y la comparte; seminalidad palpable, invención de pasiones que brotan a borbotones. Llamados de invocación y cantos de alabanza, ofrendas tiradas al puente entre los árboles de los secretos y  los vientos de la avenida; mensajes que se esconden en las músicas, fuegos compartidos a la orilla del andén, historias contadas en pregón.

Ritmos y melodías que se niegan al olvido, que no se conforman, ni se lamentan de nada, que no se detienen en ninguna curva; canción viajera por las líneas difusas del asombro y la extrañeza; cambio de paso, que guarda su savia en los jugos de torsos revueltos y alborotados; mucho más que la métrica de sus saqueadores, mercaderes, buscadores de fortuna y vendedorcitos que poco suman a un movimiento que circula en el tiempo desandando espacios, que viene del mar, que viajó confuso en el barco, que hace del cielo abierto su templo urbano, su reino en los cielos melodiosos, que se cura con rumba a pesar de las autoridades de la ciudad y de las creencias convencionales, de las fuerzas del orden, de nosotros mismos dominados a la fuerza de consumos y moditas, obligados a la servidumbre del reloj, el celular, el escaparate, el televisor, y la pantalla del computador.

Por eso este parque revoltoso es una oda de las gentes al paso de navegantes, a los sobrevivientes del naufragio, a demasiados cuerpos que aún no terminan de conocerse. Bandas trashumantes, compuestas por recién llegados, con alientos rebeldes y aguerridos, cimarrones, mundos diferentes cuya sombra llega cuando se apaga el sonido. Lugar ajeno al dolor y a las desdichas del pasado, realidad que se asoma a la vida con una lengua propia, construida de gritos y silencios, de olvidos y memoria, de balbuceos y llanto, palabras que son emblemas, tierras abandonadas, casas sudadas, juguitos de fruta, bebidas caseras, corrientes de agua, andenes, mareas y oleaje de bajamar, de tiendita de barrio, de taller abandonado. Realidad de palabras sin equivalencias, de historia propia a veces relegada, de sonidos que en la vigilia o en el sueño, nombran.

Nombrar que es revelación, narrar que es pensar, vivir que es como poner las columnas y techos de la casa que serán hogar del alma, donde nos hacemos a una caparazón que habita nuestros miedos y los devaneos inscritos con la sangre que se nos viene a los labios. Pero ¿quién hace siluetas con estas melodías?, ¿quién es el artista? Podrá ser una herejía decir que el arte solo existe en medio de esa amalgama amorfa y colectiva que es masa en destello de colores que danzan; lo demás, eso de ser alguien, quizás sea desespero o enajenación de minotauro al que nadie visita y que por lo tanto se desliza en el líquido espejo, en el lizo reflejo de su propia imagen.

Es lo común lo que baila, un nosotros difuso y espeso, ilegible; el arte aquí está en un bailar comunal que nunca es solipsismo ni virtuosismo de escuela; bailan las manos entrelazadas, bailan las ropas con la brisa, se baila con la sonrisa, de la cabeza a la punta del pie, se dispersan en acrobacias los cabellos, duelen los talones, se abrazan los muslos, se amaciza el silencio entre las voces deletreadas, se baila también con los ojos cerrados dejándose llevar por la imaginería sublime que junta lo diverso en un ancestro cruzado, en una historia cruzada de esquina a esquina; por eso la que baila por aquí es toda la ciudad. 

III

El arte así sentido habita este lugar sobre el lugar que implica músicas sobre músicas. Lugar del plano cotidiano que es centro de muchos territorios acrisolados, por ejemplo en el Mio que va y viene entre motoratones y piratas, en el club hospital que protege niños de la pobresía, en el fluir que va del Bulevar del Rio Cali, la Colina de San Antonio, la Loma de la Cruz y su pasar de la Topa de Carlitos, a la bahía de Don Beber y el Manisero, para después diluirse por la Roosevelt y el Parque las Banderas; todo ello girando en torno al oloroso Parque memorioso; pero también está el otro lugar, el de los primeros sábados del mes que es testimonio de una ciudad de muchos rincones que se busca, que trata de encontrarse entre los pasos, las marcas en los ojos, los gritos y los callares, las muertes y los nacimientos, la vida sin palabras, sin voluntad, sin marco teórico, sin fundamento fundamental, habitada por inventores de reinos urbanos y de mundos de existencia herida y cuya gesta en la tierra nadie agradecerá.

Seres que llegan con los ecos del sol, traídos por las musas de las lunas, haciendo una ceremonia de la pluralidad de vidas presentadas en cadena de haceres; aprender a bailar, regalar un beso, recordar el bailar, chocar las manos entre corazones que suenan; acompañar el baile que va solo con campanas y maracas, olvidar dolores con alegrías en movimientos guiados por los vientos, cantando para que los luceros del firmamento estén contentos; bailar por las calles con las músicas viajeras tras complicidad de la noche. La noche que entre más oscura más resplandeciente inducida a una atmósfera concentrada en los sonidos de una consola mágica maravillosa.

Noche de la luna en la ciudad, sin silencio. Con duendecillos que hacen brillar cabelleras y dejan escapar gritos breves, risas desordenadas, voces que viajan con la brisa, voces que trasmutan en otras voces; es la memoria larga que está tallando las ínfulas de la ciudad engreída, la de los funcionarios que no alcanzan a distinguir una calle de otra, porque en sus ojos tienen una venda con la imagen fija de una metrópoli cosmopolita que no existe en ninguna parte por estos parajes; por eso, en este parque que medio nombro, la noche segura no se la confía a la guardia, se le entrega al fluir de la música natal, a la cuna del sentido que viene y va, que viaja con la intimidad de barrio, aquella que asedia la irrealidad de la ciudad letrada.

Qué bueno es sentir tras un montuno el desvanecimiento de la ciudad formal, ver cómo se taladran en la fiesta callejera los cimientos de las jerarquías urbanas, se siente bien palpar cómo los cuerpos se abren a las ventanas de la experiencia sensible que ya no es más de unos pocos; qué victoria oír en murmullo las potencias críticas de la ciudad. Goce que se sale del molde rutinario para celebrar la existencia, ritual de manigua infiltrado en la urbe que deja los muros agrietados del frenesí.

Decía algún intelectual en la Europa de la posguerra, después de Auschwitz, que escribir poesía ¡nunca jamás¡ Qué bueno levantarlo de su sepulcro y traerlo un sábado a Salsa al Parque para que sepa que la poesía reverbera entre cuerpos que bailan y que no está vencido un pueblo que canta con la mirada y baila con el rostro y las palabras, en medio de una imaginación sublime; aquí, en medio de la revoltura de una plaza inventada como cuerpo popular, es bueno sentir que aun esta por emerger, en medio de la noche, el tiempo de los condenados de la ciudad.

viernes, 18 de abril de 2014



Todos Vamos En Ese Viaje




Ojos de perro azul, mirando cínicamente a la 
ciudad, sonriendo crípticamente a la humanidad, 
juzgando elípticamente a la sociedad. 
Ojos de perro azul, buscando dementemente la 
realidad, esperando de repente ver la verdad, 
brillando ominosamente en la oscuridad. 


                                                                                       Ojos de perro azul. Rubén Blades


Al amanecer lo supimos. Mucho se dijo en el corto lapso de unas horas: se fue Cheo. A mí se me perdió el sentido, después me llegó en la frase de un amigo que poco veo: “Cheo nos hizo”, rememorando una verdad sanguínea desde la magia de las redes que en la distancia permiten el encuentro en el sentimiento.

Yo no te pude hacer un monumento de mármol con inscripciones a colores, pero a  tu final morada vengo atento dejando una flor silvestre de mil amores, aquí hay panteones de gente millonaria que nadie jamás ha vuelto a visitar son tumbas eternamente solitarias sobre las cuales ni una oración se escuchará…

Otros preguntaban por el sitio donde despedirlo, como escarbando desde el dolor en una comunalidad que no existe más allá de nostalgias y de gestos guardados conflictivamente en las retinas, lo demás son delirios de ciudad cosmopolita. La mañana transcurrió parca, como de baja intensidad, como presintiendo el volar de mariposas amarillas sobre una extendida patria que habla el lenguaje de las siluetas mezclado con los tiempos que van de la aureola del amanecer al brillo de los luceros que juegan a caer tras la penumbra.

Oye que la vida es como la universidad no va para ningún lado y no se sabe dónde está, y llegue porque llegue y salí porque salí amo, cuando puedo amar sigo estando por ahí

Sentimiento tú, con el perfume de lágrimas que salen cuando se recuerda a los deudos frente al pelotón de fusilamiento, pasando por las aldeas adoloridas entre la alquimia de músicas engendradas por vientos boreales y el olor a almizcles tropicales que se cocinan en aguas sin tratamiento se vino la otra noticia. Ya en la tarde se juntaron los caballos y ya el caribe urbano que bailaba triste se tiñó de este Macondo nostálgico que le hace silencios a las tardes y susurros a las noches. Patria que se hace ver solo cuando tiene que gritar a la muerte que su triunfo es vacío, que su victoria es efímera y que más fuerte es la memoria y el llanto que la acompaña, mientras corren juntos como lluvias los recuerdos empapando caminos polvorientos y callejuelas con muescas sobre los andenes.

Y me fui yendo, viendo la ciudad con catalejo de córneas semi-cerradas, con lentes sepias, como si fueran ojos cafés mirando en su frenesí frondosas arboledas que cantan sus músicas desde la vieja barriada de San Antonio. Rostros estos y otros de mis entrañas, de tono oscurito y de miradas cristalinas que hablan como viven en el fluir de un decir cantado y contado, que como música son narraciones y como letras son canciones.

Las cosas tienen vida propia - pregonaba el gitano con áspero acento - todo es cuestión de despertarles el ánima.  

Gabo en las largas vacaciones viajando conmigo sobre un columpio de lazos pegados entre si y amarrados a astillas de tabla rodando sobre el eje de un almendro cansino ya en sus calendarios, mientras pasaban las hojas del breve relato de un náufrago, leído en el patio de un inquilinato casi ochentero . Cheo saliendo como gato quejándose del ratón sobre el tejado de una casa con alerones en el que las fiestas decembrinas se vivían con brevas y manjar blancos que viajaban intercambiándose de cuarto en cuarto, mientras explotaban los vientos de Joe Cuba y los cueros de la Fania que aparecían como novedad en un vecindario amarrado a otros, varios, muchos parajes del arrabal. Esto de escuchar a Cheo y a sus compinches en franca competencia con los tangos y boleros que salían de los radios viejos en el juego de parqués o dominó que entrelazaba familias y amigos era un campeonato de sensibilidades y estilos. La lucha entre el viejo radio marca Sharp con radio Eco y la grabadora de casetera marca Seiko con Cheo apareciéndose setentero entre baladas y rocanroles para dispersar los vientos rurales venidos de la montaña ahora en las escarpadas barriadas en construcción.

Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y caña brava construidas al lado de un río de aguas diáfanas…

Y Gabo discutiéndose en un viejo salón de Santa Librada, pintándose en las paredes de las manzanas aledañas del viejo barrio Santanderino: que el olor de la guayaba era hecho por el sapo de Plinio, que la aventura de Miguel Litín en Santiago era un gran compromiso del escritor, que los del Eme insistían en la imagen mítica del país como un Macondo reducido y que bastaba con eso para salir a hacer la revolución, que el régimen marimbero de Turbay lo amenazó por tener el corazón cerca de la izquierda que entonces era estar actuando en el llamado a los desposeídos de estas tierras a usar los astrolabios y las yerbas santas para curar las enfermedades de la nación y no para hacer drogas asesinas.

No se compra, ni se vende, los sentimientos de un pueblo barrio humilde barrio obrero están sonando los cueros, barrio humilde barrio obrero están sonando los cueros…

Mientras tanto Cheo se dejaba sonar acompañado de Rubén, Maelo y Héctor en las primeras expediciones a la avenida sexta en medio de un coro que ya es celestial, deslizándose entre el péndulo musical que juega divertido  entre una salsa y un bolero. Expedición de adolescentes por la calle Quinta cuando de las casas salían galladas a explorar los parques dejando que las músicas sambas y mulatas cambiaran el destino burocrático y aséptico de la urbe por un variopinto enjambre de sonidos afroamericanos.

Le pregunto a los latinos si la esquina tiene un precio, los dibujos de los niños cuando llegan del colegio, los dibujos de tus hijos cuando llegan, ¡ay! del colegio…

Gabo discutiéndose en los colectivos estudiantiles: que Plinio es un desgraciado, que Cortázar defiende a Nicaragua y Gabo a Cuba, que Gabo es el impulsor de la revista Alternativa; que lo que más se entendía de la revista eran las caricaturas, que si Gabo estaba ahí entonces había que salir a defender el país a la calle porque se lo estaban robando desde siempre, como siempre y para siempre; que la Quinta nos esperaba, que había que ir a los barrios donde los desarraigos se enfrentaban con solidaridad y lucha;  Cheo sonando en  el Coliseo Santa Librada y llevándonos por la exploración del Honka Monka que ya se cerraba, por la Barola en Santa Mónica o por los Tulipanes en el barrio San Nicolás, sonando en poderosos bafles abiertos los domingos en las Brisas de Jamundí y en el Pedregal de Yumbo, lugares estos últimos de peregrinaje en cicla, a dedo o colgados como racimos en escasos buses que se desplazaban entre pitos y músicas gritadas por sus pasajeros.

En los andamios sueña que sueña Juan Albañil con el día de la igualdad… y en esas casas señoras y señores no habrá distinción jamás, con Juan Albañil toditos podrán entrar.

Pero esta trenza vivencial que guarda goces y dolores en un baile inmarcesible ha viajado lejos y alto, ha sido celebrada y recitada por los parnasos del poder. El ritualizado Gabo, el añejo Cheo, los clásicos de la cultura popular vueltos florero de mesa llena. Los maestros, el uno invitado a salir de su patria enamorada y el otro viajando con sus canciones por la Patria Grande, fueron haciendo camino entre la indignidad que nos circunda y las luchas para superar la soledad. Cómo olvidar los festivales, las ferias, las calles de Cali llenas de mariposas colgando de los postes o el sonar de Sobre una tumba humilde una y otra vez en los cementerios donde va a parar la pobrecía y los malandrines que produce el sistema traqueto en las márgenes.

Macondo ya era un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera…

Se aguanta la lancha, pero un día el oleaje no va más  y entonces aparece La muerte pariendo la inmortalidad, La muerte pariendo un nuevo viaje. Nos dejan un mundo abierto con ecos de un pasado que no muere. Presencias espirituales que habitan canciones y narrativas perennes. Cambio de un mundo que nunca volverá y que por lo tanto ya es como fue, como una historia abierta. Nadie va a perturbar el aura que generaron los astrolabios musicales en su expedición rumbera. La detención del mundo gris, para ponerle colores con salsa bailada y con vallenatos y boleros escritos, es el destino de estos espíritus libres que han partido. Para allá vamos con ellos, a ese camino de justicia y solidaridad vamos con las estirpes que están naciendo.   


Santiago de Cali abril 18 de 2014.