El domingo, después de una
jornada de caminata por la montaña, volví a pasar por el barrio y la calle de
mis primeros pasos, y ahí visitando una familia entrañable me volvieron a poner
el tema de la paz; Doña Rita discutía con su nieto que quiere irse de soldado
profesional y le decía; “no mijo espere,
que la guerra nunca fue negocio, y además Santos va a hacer la paz y entonces
ya no volveremos a necesitar soldados profesionales, y el nieto respondía: “pero es que la guerra está en la cocina y
en la olla porque no hay comida pa´ sus bisnietos vieja, entonces ¿Qué
hacemos?, toca es que resolver con lo que sale y lo que tengo es una libreta de
primera; para eso, pa´ ir a guerrear”. Yo me vine caminando en medio de un
calor infernal por la ladera de Cali pensando en Rita y en su vástago y en los vástagos
de él y me dije que lio que tenemos…
El lunes quise hacer una
tregua y hasta un tratado de paz con varios asuntos de la vida laboral y
personal que no me dejan dormir y que me consumen las semanas, pero pude
comprender la razón del nieto de Rita; la guerra que está en el cotidiano no se
resuelve así no más de buena voluntad, ni poniendo la otra mejilla, ni
quedándose esperando que otros resuelvan en la Habana lo que tiene que ver
gravemente con todos; se requiere creatividad y paciencia para no terminar en
el bando de la guerra, asunto que lo puede llevar a uno a ser parte de los
ultra-gran-colombianos; emblemática pilatuneria esta que con globalizada y mediática
posición nos va colonizando las entendederas y los corazones, como este calor
que nos invade por estos días. Otra vez, que lio.
El martes tuve la
oportunidad de escuchar durante dos horas en el centro de convenciones del pacífico
a los negociadores “plenipotenciarios” del gobierno nacional en la mesa de la
Habana para efectos de lo que han llamado “el fin del conflicto armado”; con aire
acondicionado y con poco público entre otras cosas, asunto que inquieta
respecto al interés ciudadano por los procesos de la reconciliación nacional.
Como son tantas las inquietudes me perdonan que enumere las sensaciones y
conjeturas que me deja este diálogo.
1. El poco público que se dejó
ver las pisadas por allá puede indicar que la ciudadanía de la región está out y que no se mete en lo que de verdad
importa, o que la gente está apática porque la trama de la telenovela habanera
no tiene galanes, ni princesas, ni dramas, ni tampoco ultra gran mega colombianos,
así algunos se den esas ínfulas; de pronto es que la invitación circuló poco y
con inscripción restringida, entonces los buenos caleños prefieren no ir donde
no los invitan, -claro que a la Habana tampoco nos han invitado-; pero quizás
es que el anfitrión, el que invita es un poco impopular por estos días, a
propósito de las gran colombianadas hazañas de los ingenios y del agro-ingreso
seguro. Los caleños dirán: ¡No vaya a ser que me tomen una foto con Andrés
Felipe o con alguna marca de azúcar refinada!.
2. Es de muy mal gusto, como
una pilatuna desafinada del gobierno de Santos, como de vivo bobo, que en una
contienda como la que se vive, uno de los contendores deje a su interlocutor
pegado a una palmera caribeña y se venga él solito, como en voz baja a
“informar”, sobre los “resultados de la negociación” con una jerga higiénica y aséptica
y con una retórica venida de la pragmática gringa y del liberalismo trasnochado
que el país no entiende y no va a entender; sobre todo el país que no va a las
reuniones de rendición de cuentas con empresarios y gremios, - las fuerzas
vivas del país dicen, y vaya que si son vivas…- ¿y los otros ciudadanos?, ¿los de a pie?, ¿las
organizaciones sociales y comunitarias? ¿los gestores culturales?, ¿las gentes
del barrio qué?, con esas formas de concebir y tratar la ciudadanía se entiende
que no se pueda ir a la Habana, pero ya que nos sometan a un régimen de
desinformación esta pasado de nota.
3. En gracia de discusión
debo decir que los voceros gremiales fueron proactivos y expresaron su libreto
con prudencia y esperanza, políticamente correctos: que haya seguridad
jurídica, que haya confianza inversionista, que no se cambie el modelo
económico, que no se reformen las instituciones ya pactadas y que las reformas
sociales sean moderadas y no atenten contra la gran empresa agroindustrial. Ah…
y que esperan que se financien algunas cadenas productivas para integrar al
verdadero campesinado…
4. El presidente del
congreso jugando de local, aunque parecía visitante de marte, expreso
claramente el problema de la representatividad de los guerrilleros para hablar
de reforma alguna, de la civilidad como primer criterio para estar en política,
y fue claro en que constituyente ni por el chiras, se necesita una entrega de
armas rápida que no afecte el calendario electoral. Es decir, tampoco se quiere
reforma política, no es necesaria para “la unidad nacional”….
5. En seguida habló Humberto
de la calle que más bien parece de la casa, de la casa Uribe; en realidad al
escucharlos detalladamente es claro que las diferencias entre Uribe y Santos
son tan mediáticas como el premio del gran colombiano. Él se ocupó de presentar
el proceso global y fue repetitivo en afirmar que el proceso es entre el
gobierno y los insurgentes, para definir el fin del conflicto y la entrega de
armas, mediado por el compromiso de superar algunas “asignaturas pendientes del
país” en el plano de lo rural, la convivencia y la democracia, que además están
en el programa de la prosperidad democrática. Todo lo que se haga, se hará sin
comprometer para nada la arquitectura del estado, ni la economía, ni los
derechos a la propiedad, ni los TLC.
6. En seguida se vino el tiempo del
conversatorio. Diego Martínez, vinculado con el periódico el País, coordinó con
algunas preguntas ácidas el panel y hablaron básicamente cuatro personajes sobre lo agrario (Sergio Jaramillo, Frank Perl,
Humberto de la Calle y Harold Eder). Fueron claros en hablar de un programita rural
que no compromete realmente una política agraria, sino que quizás permitirá
mejores condiciones para la explotación del campo y expresaron palabras más,
palabras menos que han estado en un proceso de ilustración con los guerrilleros
sobre perspectivas contemporáneas de la sociedad, el estado y la política; que
están, según ellos, bastante desactualizados… ¡qué calor hacía, a pesar del
aire acondicionado!
7. Cuando alguna pregunta seleccionada
de las enviadas por escrito por el público asistente inquirió ¿para qué
entonces están sentados negociando? dijeron que por momentos el diálogo era
bueno y constructivo, cuando los guerrilleros no se ponen maximalistas, o en
los instantes en que les asiste la prudencia, y que el problema es el alboroto
que a veces los saca de la agenda acordada; pero a pesar de esos obstáculos
mentales, esperan avanzar los proactivos “plenipotenciarios”.
Yo regresando del evento, en
medio de un calor que no tiene nombre, pensando en Rita, su sobrino y la Habana, pensé que lejos están los señores de
la Habana de entenderse entre ellos y de entender las angustias del país. El problema
es que la sociedad está dormida, no se levanta, se han deprimido las fuerzas de
encuentro, y toca ver como se despiertan las bases de la dignidad de la
sociedad, porque de lo contrario, ni habrá mucho para echar a la olla, ni se podrá
caminar por las calles de la infancia, a propósito de que estos príncipes creen
que haciendo un programita rural van a resolver el problema de un país urbano
lleno de desplazamientos internos y exclusiones; se requieren reformas
políticas, reformas sociales, nuevos modelos económicos y ambientales y si no
entonces ¿para qué el dialogo?.
Los diálogos deben, según
los plenipotenciarios, terminar con resultados prontos; ya quieren salir de eso,
tienen afán y a uno le da la impresión de que si hay algún proceso en ciernes, apenas
está comenzando… como este verano caleño que sofoca; uno quisiera que moderara
el calor y que alguna propuesta seria de paz saliera de la Habana para el país
nacional; ¿será que esto que digo con esperanza es maximalista?, ¿será que Doña
Rita tiene esperanzas maximalistas?, qué lio, qué lio…
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