jueves, 18 de julio de 2013

Viernes Aroma de Carnaval



Tus labios son ricos Melao de caña,

Tus labios son ricos Melao de caña,

 saben de rico panal, dulce miel azucarada…


El tiempo es una relación total con el cosmos, es la existencia; implica formas de estar en el mundo. El amanecer que nos trae el viento boreal, la mañana con sus soles, el medio día que brilla sudoroso; el atardecer, ese mundo vespertino que trae el retorno al hogar y el calor de una bebida que nos acoge en el ser doméstico que somos todos: ¿quieres un café?, ¿un matecito?, ¿un chocolate?, ¿un tecito?, ¿un aguardientico?, ¿un caipiriña?, ¿quizás una bebida frugal?, son preguntas presentes en ciertos momentos del día, indicadoras de una forma local de vivir el tiempo total como el andamio simbólico que nos circunda.
El tiempo moderno, dicen, es una forma de subjetividad espacializada donde se concentra  la vivencia compartida y medida – en segundos,  minutos, horas, meses, años, instantes, eternidades-, pero esta medida se manifiesta en relación con haceres, con sensaciones, emociones, objetos y vínculos que crean sentido. El reloj como invención produce la ficción de que hay un solo tiempo, pero eso en realidad no sucede, existen tiempos orgánicos que nos acunan en el mundo y que también ayudamos a hacer con nuestras propias convenciones y prácticas. Está claro que ese tiempo orgánico es el tiempo del ritual, es una construcción social relacional, que se arma con emociones compartidas, con imágenes y gestos comunales, con disputas de posición imaginaria, con formas de sentido que se heredan y se agencian, que permanecen transformándose…
Quizás lo que vivimos en medio de la naturalización del tiempo es una gran lucha entre formas de existencia; es decir, existen otros tiempos que se enfrentan recurrentemente con la rutinaria métrica del tiempo - reloj; tiempos que sediciosos abren espacios a una lucha por el sentido temporal, por el sentido histórico, por la significación de la vida. Así, como el río de Heráclito nunca es el mismo río, un año no es igual a otro, ni un segundo tiene la misma intensidad del anterior o del que vendrá. La vida son instantes insinuaba Borges. En particular, en la vida de ciudad se experimenta una gran confrontación entre el reloj y la sensación intima de un tiempo sin márgenes que se parece más al oleaje del mar, y que va con el clima, que se regula por el sol o la luna, que se mide en intensidad de sonidos o que sencillamente vivimos en colores; esta sensación se intensifica en la confrontación entre la ciudad formal y los territorios populares en los cuales la fisura, la ruptura del tiempo laboral se presenta con más fuerza y con más intensidad sensible.
Caminamos en los mundos populares entre la nostalgia y la fiesta, entre la añoranza, la melancolía y el carnaval; entre el dolor y el placer, entre la risa y el llanto; si de algo están hechas las ciudades no es solamente de cemento y vidrio, de escaparates y señales viales, sino sobre todo de risas y llantos, y de eso es que se alimentan los aromas de carnaval en las ciudades…
El aroma de carnaval en una ciudad como nuestra Cali se expresa en la esencia de un sabor que azota baldosas con aleteo de mariposas, digámonoslo claramente, la explosión del cuerpo en Cali puede pasar en cualquier tiempo: minuto, hora o día. Pero el viernes, “es viernes social”, y eso está marcado como el tiempo de salir a vacilar; día quinto de la semana, que proviene del latín Veneris, Venus diosa de la belleza y el amor; el día de venus esta ciudad se deja arropar por un clima y un sabor a carnavaleo que es homenaje a la brisa, al abrazo, a la risa desmedida, a la ingesta de alimentos en grasa, al consumo de “bebidas embriagantes”, al exceso controlado y/o descontrolado, al suave nena, suave suavecito nena; en todo caso el viernes Cali rompe el molde, rompe la camisa de fuerza, emerge como la ciudad increíble y pasa del verde al azul, al rojo, a la banda multicolor que envuelve el sabor variopinto de todas las etnias y culturas regionales que se mezclan en estas callecitas y avenidas entrañables ¿Cuánto sudor se tira al pavimento? ¿cuántos metros cúbicos de Blanco del Valle se podrán consumir un viernes en Cali?; es que si juntamos sudores, rones, aguardientes y fluidos de cebada con todo lo que corre por las venas de la ciudad, se podría hacer más correntoso cualquiera de los ríos que atraviesan de occidente a oriente este valle urbano .
Y es que desde la noche del Juernes las mentes piensan y los cuerpos se inflan, ¡mañana es viernes!, un no sé que no sé donde, un preparar, un preludio, un adviento, una imaginación que vuela, una fantasía que se pierde en su propia ensoñación, un esperar. Y el día llega…
El cuerpo desde que se levanta sabe que es viernes, se pone más ligero, se mueve rápido, como que está dispuesto a bailar desde que se levanta. Ese día el alma callejea, es como si hombres y mujeres de la ciudad asumiéramos nuestra indigencia cósmica. Ese día todo huele diferente, la gente se viste diferente.
El viernes el tiempo cambia, nos hace recorrer las propias calles, se siente un aroma que nos saca de la rutina. El tiempo se acelera, se vive más rápido. Hay expectativa en la noche, hay expectativa en la calle, hay adrenalina por lo que pueda suceder, por lo que se pueda encontrar; juega lo no planeado, lo no acordado, juega la sorpresa; el asombro reventando el cansancio. Como cuando está cerca el gol, hay aroma de carnaval.
Al mediodía, cuando la mañana ha cobrado velocidad y ha fenecido todo con págame, págame pues, con la carrera pa' vender lo último que queda de la mercancía, con el cierre del último papel, con el golpe de suerte, con el billetico de lotería, con el chance, con la última gestioncita de la semana, que pena me da, llega el cierre y se busca el mejor guisado, el mejor corrientazo, el mejor y más alborotado lugar para almorzar, incluso las invitaciones de almuerzo a casa suelen ser motivo de amotinamiento vecinal; pero también es cierto que los correos electrónicos y las redes sociales viajan más ligero, bailan sediciosas dando referencias, posiciones y santo señas para el encuentro; como nunca el viernes se regalan músicas. En esas argucias se va armando el plan, se arma con risas, se valoran las perdidas, se hacen las sumas y las restas; toca reír de sí mismos, del jefe y de los devaneos cotidianos que angustian y regocijan; es como un arqueo semanal que va prefigurando la invención de un relato que no ha sucedido, pero que ya sucedió la semana pasada y que seguramente después de que acontezca, seguirá pasando con unos tonos más bajos o más subidos, pero en el mismo registro musical en la misma temperatura corporal.
El viernes es como un arco iris de mil colores pasamos de la clave gris a los amarillos, los verdes, los rojos o azules cielo y claro, por supuesto, los violeta. Es que el viernes se abre una esperanza, vuelve a nacer cíclicamente una ilusión que florece con el nosotros, cada quien está ahí pero diluido en una comunalidad, a mí no me gusta la rumba desbocada, pero ver los amigos !uhhh! …
El viernes en otras partes es diferente. El día de la movida en otras partes es los sábados; incluso en algunos pueblos es los domingos pero aquí el quilombo se forma es los viernes, aunque mi papa dice que antes era más los sábados pero que esta ciudad se envalentonó y ya la rumba es todos los días… claro que el viernes esta ciudad se viste de rumbón…
Al atardecer el cielo caleño, el nuevo cielo, el azul de todos los colores, se exacerba entre  el sabor a mango viche, cebada, el olor a riego de yerbas que se le tira en la tarde a los negocios nocturnos y la luna que medio se deja ver coqueta y agraciada, como queriendo sacar al sol a bailar chirimía mientras este se evade a sus aposentos. El sol comienza su sueño y se vive la ampliación del espacio, los andenes le ganan terreno a las vías, la música de las salas rompe las paredes hasta el antejardín. Las cocinas hierven en frituras, se aparceran el comer y el beber. Se experimenta algo así como un desalojo del cuerpo que  va viajando entre músicas y ruidos urbanos. Se desordenan las rutinas funcionales, vemos los amigos con ojos de ternura, explota así una felicidad reprimida, que es chocar de manos, ensanche de caderas en la figura del cóncavo y convexo en el que siempre triunfa el amor abrazador de la luna y la calma no es posible, agita Cali.
Las tardes de viernes para mi huelen a sándalo, tienen el color del arco iris y me saben a lulada del parque de la novena, esa sensación que se siente cuando se viene la brisa, que parece lluvia con ese vientico un poquitín friito y ese humedecer la piel, eso es el viernes. ahhh pero si estoy en los días de mayor algarabía pues sencillo me huele a la hierba cortada, como cuando le pasan la guadaña a un prado alto que comienza a reverdecer. Eso, reverdecer es el viernes…
A mí me evoca los amigos de siempre y los amores viejos, los encuentros de los jóvenes en la seducción; como una espectadora la música que siempre será una compañera, el humo del cigarrillo que aunque mal hace, el placer es seductor, la brisa y sobre todo y por encima de cualquier consideración, la búsqueda en compincheria de una buena porción de algo que sea de sal; vivir la rumba, es alimentar el alma y saberse vivo

Al caer la noche llega la tregua, pasamos de esquinas, tiendas, oficinas, casas de ventanas y puertas abiertas, estancos, barras, cafés, panaderías, parques y andenes etc... a las fritanguerias, los puestos de comidas rápidas, los cenaderos tradicionales; las ventas ambulantes de empanadas hacen su agosto; puntos del sabor en los que fluye la candela y se vive el recargar fuerzas para la velocidad de la noche, desde esas plataformas toman pista raudos y veloces mil destinos que dibujados podríamos soñar como un big bang de coloridas lucecitas musicales que van y vienen juguetonas, chocando como campanitas de cristal

La noche del viernes florece, es el agite, el alboroto parce, lo que hay es otro estado de conciencia, la risa, el apretuje, la mirada que cambia, la velocidad de los colores, usted puede ir por la sexta y le suena la melodía, la quince es un taller de rumba, los barrios de abajo son una telaraña donde se socializa con músicas y almizcles de todo tipo; voy caminando por todas partes; nada puede retener la aglomeración; los más fifi se van de bar gourmet pero el viejotequeo del parque de la caña, el rumbón antillano de lucho Lenis en Junín, del Anacobero en Guayaquil, de la Neliteca en el obrero, y más de golpe las salsotecas del oriente son un hervidero, mientras que el eje de la quinta pasa por la Topa Tolondra, Don Beber (Eberth), TinTideo; las salas se llenan de rumbita pa todos los gustos; y si da la vuelta y usted puede seguir por la treinta y nueve hasta la Bodega Cubana o volver a los griles de la avenida Roosveelt, o que tal si pega pa Menga de remate, o pa' juancho... pues encuentra pa todos los gustos; mejor dicho esos son mis recorridos pero sé que soy injusto no hay ciudad en Colombia que aguante un incendio musical como el que se vive el viernes en Cali, con decirle que si tomamos una foto de arriba lo que veríamos es una psicodelia alborotada… ¡Ay yo quiero tener esa foto! 
En  fin, al amanecer muchas cosas pasan un viernes, muchas cosas pasan en la vida, pasa todo y no pasa nada; hay muchas personas a las que la rumba no les alborota en Cali,  pueden pasar por ese alboroto sin quemarse las alas; pero solo circulando por las calles un viernes, es posible enterarse de una experiencia ritual que le da sentido el arraigo caleño en el tiempo y el espacio, que es metáfora de sueños y esperanzas que revolucionan y manifiestan la vida tal y como la sentimos colectivamente por aquí…
A mí que me quiten el dominical, que me hagan trabajar el domingo si toca, que me pongan a madrugar todos los días, pero el viernes de la tarde al amanecer es mío, eso que no me lo toquen…
En la ciudad por unas horas todo se revuelve y se redefine, se vive otro tiempo y los espacios se desdoblan; tiempos y espacios que se transforman: se comparte más, se duele más, se ríe mas, se extraña más, se sueña más, se abraza más; la ciudad sensible que llevamos dentro se alborota, y como minotauro adolescente se revela del régimen del reloj y los ángeles y querubines que van por la cuadrícula se queman las alas, se amacizan como haciendo melao de caña en la plantación…
Y vos, ¿cómo vivís tu viernes?

Nota: el Abrazo para Liza, Elizabeth, Yamileth,  Alejandra, Bencho y Wilson entre vari@s amig@s que sacaron de su tiempo para compartir de corazón sus viernes con aroma de carnaval…

2 comentarios:

  1. Leerte ahora, después de tantos saberes conquistados, (que has asustan a ratos), es hacer la remembranza de años atrás, cuando te leía en medio de tanto sueños y de tantas construcciones colectivas, y volverte a encontrar en los modos y las formas, en las nostalgias y las esperanzas....siempre sera grato leerte y saberte por ahi

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