Si en amor quieres probar fortuna, vamos mi negro bajo la luna…
Dicen que era más de la una cuando te vieron bajo la luna…
Dicen que era más de la una cuando te vieron bajo la luna…
Ay, si besas negro con sabrosura, vámonos prieto bajo la luna…
Por los bordes el barrio
está lleno de fronteras armadas por un puente solitario, con personajes que
duermen y comen al lado del smock vertiginoso que dejan los autos a su paso; después
se acorazan tres avenidas colmadas de negocios que evidencian un pequeño centro
formado en los últimos treinta años; el sector de la luna emerge como un cruce de avenidas atestadas, vendedores ambulantes
y locales comerciales; pitos sobre
pitos, bullicio metálico que habla de la furia urbana, del ir y venir de las
cosas que van por los ductos viales buscando una utilidad casi siempre
provisional y profana. Se salvan tres grandes hitos, algunos de los cuales
pasan inadvertidos para el viandante de hoy: sobre la autopista hay un breve
parque en el cual se refugian compradores fortuitos de los almacenes populares
que venden a bajo precio y viajeros que van rumbo a los departamentos del sur
por la Panamericana; sobre la calle 13 con 23 sobrevive como estanco el
fantasma de la entrañable y setentera Fuente de Soda Parisién que deja ver por
toda la carrera 23 en ascenso, el tutelaje de Cristo Rey mirando a la luna con
los ojos abiertos; y claro, está la Luna, hotel y piscina famoso desde cuando
en Cali escasamente habían dos piscinas públicas en los años 70, pero en otras
épocas también faro y frontera urbana que limitaba con el pantano invivible del
oriente; se decía entonces que de la Calle
25 y de la luna para allá, todos eso
es monte baldío…
El barrio Junín de los
otrora novedosos, hoy vieja arcadia habitada por empleados, pequeños
comerciantes y familias peregrinas del centro de Cali, está lleno de ventas de arepas,
de asaderos, de dos o tres panaderías maravillosas, de tiendas que al atardecer
se vuelven cantinas universales del bolero y el son, templos del encuentro que guardan una
transitoria intimidad por los que viajan olores, relatos e imágenes del amor urbano
compartido, del sentimiento callejero que se transporta en un silencio acunado
por músicas profundas; ahí en ese arrabal bullicioso a morir, en toda la 12a
con 23 está Viejo Lucho; el mompita Lucho Lenis con William, Jairo, y con Doña
Nora que nos encuentran con la impronta, con la saga familiar del devenir
musical, rumbero, gastronómico de esta ciudad troquelada entre el caribe y el
pacifico dancístico. Por este bar arrabalero de sangre mulata y piel profunda,
hemos pasado y queremos seguir pasando porque guarda secretos cansados de la
tarde y de la noche otoñal de la ciudad.
Estas entradas al
callejeo urbano son para invitar a una conversación sobre nuestras vidas en la
ciudad, porque de eso, de conversar sobre la vida reposadamente es que guarda reservas
el mompita Lucho; no se trata de una historia, de teorizar el vivir urbano, de
hacer historia como mundo muerto, si no
más bien de invitar a una reflexión viva que va tras las huellas de nuestros
ancestros, de nuestros padres; vamos tras los vestigios del destino, tras las
huellas de la ciudad que van señalando, incluso contingentemente, el camino
colectivo; viajamos apasionados tras los senderos de la ciudad que viene,
porque la que está naciendo con nuevas generaciones ya la llevamos tatuada en
el cuerpo, ya es parte de nuestro ADN espiritual y viaja en el tacto, en el
ritmo interior de cada humanidad caminante de estas calles, en la sensación que
nos embargan estos parajes…
Llanto de luna en la noche sin besos y mi decepción,
Sombra de penas, silencio y olvido que tiene mi voz
Daga de amor que no puede sanar si me faltas tú,
Ebria canción de amargura, que murmura el mar
Como borrar esta amarga tristeza que deja tu adiós,
Como poder olvidarte si dentro, pero muy dentro estas tú.
Como vivir así, en esta soledad, tan llena de ansiedad, de ti…
Experiencia corporal bolerística
que pasa por el rincón de Lucho Lenis en Junín; donde el Viejo Lucho, en la
12ª-04 de la calle 23; ahí los asiduos visitantes al lugar nos vemos en sus
ojos, nos escuchamos en sus palabras graves, regocijamos penas y alegrías en
sus sones que son compañía sentimental y humorística descarnada; en este
estadero se escucha bien, huele bien, se oye bueno, se siente bien, se conversa
sabroso. Colores verdes y azules en el exterior del negocio que se contrastan
con luces rojas y con sombras de la penumbra reinante en el interior; discos en
vinilo, CD selectos, picot y reproductor de CD, arrume de vasos cristalinos,
barra breve, pista pequeña, mesas esquiniadas; negociación del andén con el
antejardín y el local; varios ambientes armonizados para dejar que los tonos
agudos y graves de un danzón, una plena, una guaracha, una pachanga, un tango,
un guaguancó, un bolero, un montuno, un pasodoble, una salsita y porque no, un
pasillo, hagan fluir espíritus llamados a la reunión con ritmos aéreos, hablando
de diversos relatos que sin gran tinta son tomados en serio por los cuerpos,
porque aquí se baila con los labios, con los ojos, se menean los brazos, se
siente en las entrañas, se cosquillean las plantas de los pies y claro, también
se baila tirando paso, pero no solamente, sobre todo se baila con el alma…
El viejo Lucho Lenis
tiene 81 años y esta entero, es el cantinero más viejo de Cali. Se le ve feliz
entre mompitas, su presencia pausada
deja ver en la bondad de sus ojos el espejo del buen vivir. Lo acompañan William
su hijo, que va y viene juntando relatos entre mesa y mesa, y su sobrino Jairo
que pone la música con un espíritu gozón que se le sale del cuerpo; ellos
movilizan el sitio mientras Doña Nora se encarga de las especies y los sabores
con las tradicionales rellenas de los lunes y los tamales de los viernes. Para
que el negocio funcione esta familia trabaja todos los días en la preparación
de un espacio y una partitura que condimentan con secretos ancestrales pues hay
una clientela que es una familia extensa de señores adultos, pensionados, jubilados;
parejas y grupos hermanados en la rumba, más bien vieja guardia que dicen.
Lo
que a mí me gusta es ver la gente, por lo menos los contemporáneos conmigo, llegan
y me preguntan por la música y me gusta brindar la música, toda la música, desde
un pasillo, un bambuco, un bolero; los Cuyos, el Caballero Gaucho, Darío Gómez,
todo esto lo he sentido, todo eso ha estado encima de mí, Lucho Ramírez amigo
mío, el trio Montecarlo fue una belleza
pa mí
Ciertamente lo que
hay encima de este sitio de encuentro que anima la familia Lenis es música; pero
detrás, por los lados, arriba y debajo de las melodías y ritmos variopintos que
le regalan a la ciudad, está la vida hecha en sus relaciones que se forman en
el compartir de comidas, en el abrazo, en la mirada, en el chiste, en el
secreteo de compadres y comadres, y en la historia del barrio de enseguida que
se encadena con la del otro y con la del otro, formando una narrativa diaria
que excede a las empresas de noticias y que encuentra sus fórmulas en máximas y
sentencias como: “este gobierno está más
desentejado que nosotros” para hablar solo de análisis políticos de los que
se hacen en las esquinas, mientras las gentes se levantan a empinar el codo o a
azotar la baldosa, en un balanceo que intercambia parejas generosamente; lugar
para escuchar con paciencia, sin el afán citadino que nos carcome, lugar para
dejarse llevar por unas curvas que pasan del otro lado; es que en esta ciudad
la música está en todo, pero todo está en las músicas, el deseo, la moralidad
social, la economía familiar, la política, el nombrar el mundo y callarlo para
poder resistirlo, relatos e imágenes del amor que viajan peregrinos en vidas
que más que búsquedas de romances, son romances en búsqueda porque están
impregnadas de emociones y sentimientos que no se disocian de nada de lo que
pasa en nuestras vidas
Yo no sé, como puede la luna brillar
como pueden las aves cantar
si ya no me amas tu
yo no sé, como es que puede, el sol alumbrar
como puede, la tierra girar
si ya no me amas tú
como pueden las aves cantar
si ya no me amas tu
yo no sé, como es que puede, el sol alumbrar
como puede, la tierra girar
si ya no me amas tú
Es que una
sensibilidad como la que regalan en la esquina verde de Junín, está en muchas
partes y en muchas otras esquinas, su exclusividad es expresión compartida en
muchos otros lugares, lo singular, lo distintivo es que esta mimades de don
lucho Lenis, tan extendida en la ciudad popular viene de atrás. Lucho nos
regala una saga que es simiente de todas las esquinas arrabaleras de esta Cali
encantada y romancera que nos circunda y… esto viene de atrás. Esto viene del Avispero
que arranco en el 49, en una casona grande del barrio obrero donde la mamá del
mompa Lucho, Doña Leonor con familia venida del Cerrito, puso una tienda y con
el tronar de una pianola la música fue llenando el sitio de gente hasta en el andén.
La posta musical de lucho arranco en la barriada popular por excelencia. En esa
época las músicas que se escuchaban en clubes y cafés eran pasillos, bambucos,
pero lo negro, lo zambo, lo mulato estaba en el barrio popular ahí se bailaba
lo caribeño, lo antillano que a su vez, sabemos, venia de más atrás.
Todo
comenzó en una tienda, se vendía arroz y panela pero se fue volviendo bar. El
avispero comenzó sin nombre, se empezó a vender cerveza y licor y en diciembre
ya fue un bar… un tío le puso el nombre del avispero haciendo alusión a la
cantidad de gente. Ese negocio fue muy popular en todo Cali, mucha gente se iba
hasta allá a departir en el Obrero, eso se vendió en el 57. Allá se escuchaba
sobre todo al cuarteto flores, el grupo victoria, el trio oriental, Mayarí y
todo lo antillano… eso allá se formaba la rumba y la gente se tomaba el andén
hasta el amanecer… el obrero era entonces un barrio de zapateros, ferroviarios,
albañiles, trabajadores del municipio, todos metidos en ese maní.
Un
mompita de lucho, don Antonio Guerrero, una tarde en medio de chanzas de los
amigos que celosos lo esperaban en la mesa para compartir un whisky recreo los
tiempos del avispero, rememorando el ambiente festivo de esta ciudad que me
recordó la sensación que producen los alborotos de las tribunas sur o norte en
el Pascual Guerrero, que evocan una comunalidad entre estrellas y luceros jugando
a las escondidas sin correr, como maqueándose o meciéndose, porque en vez de
correr se danza por aquí desde hace tiempo.
Ese
negocio era el 10-20 ese sitio se llenaba de todo el barrio que eran trabajadores
y vecinos que llegábamos allá. Pero en el sector estaba también el Acapulco en la
12 con 19, y por ahí mismo el bar Magambo y el Sinaí. También estaba un negocio
que se llamaba el Tunjo de Oro en la 22 con carrera 23, no había esquina en que
no hubiera música y gente arrumada en las noches como haciendo zumbar la música.
Esto era diferente pero cercano a la zona de tolerancia que quedaba pa sucre
entre las carreras 10 y 15 y entre las calles 15 y 19. Uno pequeñito ya veía
como era eso: acetatos 78 revoluciones, vitrolas y batería para retumbar la
música, mujeres y rejas, emboladores, cerveza y aguardiente. La zona de
tolerancia sobre todo se movía viernes y sábado, pero el día principal era el
sábado; uno el viernes salía del colegio y se iba a mirar por las rejas y los sábados
que se iba a la iglesia uno se volaba pa allá a ver bailar y a escuchar música.
Eso lo jalaba a uno mucho y claro el barrio también tenía lo suyo, el avispero
es inolvidable. Después del 56 se acabó la zona y eso se dispersó por todos los
barrios aledaños sobre todo hacia la carrera octava, pasamos entonces de los
bares a los grilles con psicodelia y a nosotros nos tocó toda esa movida; por
eso buscamos a luchito donde este porque a nosotros nos tocó ese dulce de la
música y el baile…
En una rumba que se encontraron cuatro rumberos así entonaron:
En una rumba que se encontraron cuatro vaciados así entonaron:
El de la rumba soy yo, No eres tú, no eres tú, ni eres tu
La de la rumba soy yo No eres tú, no eres tú, ni eres tú,
Hay esta rumba la traje yo, el de la rumba soy, pero esta rumba
quien la invento
Con esta rumba si gozo yo, el de la rumba soy yo, en esta rumba si
bailo yo…
Cada relato de lucho,
mientras se apura algún aperitivo aguardientoso, es un ir y venir por las
imágenes de una ciudad antigua de puertas abiertas y de posibilidades de
encuentro las 24 horas, todo lo cuenta pausado como compartiendo un dulce
maravilloso que guarda el elipsis de la ciudad entrañable acunada en sabores, en
olores, en melodías portadoras de sentimientos guardados en la piel y en la
mirada como tesoros compartidos; Y uno se pregunta ¿cómo sobrevive una ciudad
llena de miedos que en su pasado reciente rumbeaba 24 horas, mientras la música
iba caminando por calles y por rincones, como buscando encontrarse en una
comunión de ritmos y sensaciones?
Cuando
se vendió el avispero, se alquiló una casa en la calle 11b con 25 y se montó el
Paralelo 25 en el año 57, en el cual estuvimos un año, estábamos muy cerca al
Mickey Mouse en la 8 con 25 y al Rayos X,
al Maryland con orquesta en la carrera 4 entre catorce y quince frente al
teatro Cervantes, después de montar Paralelo me fui pa carnavales de Barranquilla
y me quede por allá unos meses tratado de ver otras plazas, pero me dejaron por
allá un tiempo, cuando regrese el negocio se había esfumado, pero la cosa
estaba buena y uno tenía gente que lo seguía, entonces tocaba que buscar donde
meterse .
En los fragores de la
pasión musical y tabernera lucho Lenis, en sus ires y venires por el pacifico y
el caribe, también monto y tuvo el Bar Nápoles que funcionaba 24 horas abierto con
emboladores, fritanga, orquesta en vivo y bailarines. Cuentan que al Nápoles, en
medio de una muy fuerte competencia, llegaban trabajadores de Emcali, de Croydon,
de Cartón Colombia, de Celanece, en un desfile cíclico de agentes de factoría y
personajes habitantes del lunfardo popular que en plena mitad del siglo XX estrenaba
las condiciones obreras de la ciudad y acogía la primera ola migratoria ligada a
las severas violencias en los campos.
En el 58 monte el Nápoles con el apoyo
de mi mamá, Doña
Leonor Lenis, el primero fue en la carrera 10 bis # 19-58, la rumba del 58 era
antillana, matancera, yo viajaba a Buenaventura con los primos Reynaldo y Raúl Lenis
a comprar música y conseguí amigos marineros que me traían a Bienvenido,
Alberto Beltrán, Celio González, Daniel Santos, fajardo, los guaracheros, todo
eso se ponía en una pianola Sibor de 100 discos; en el Nápoles la atención era
las 24 horas, se trabajaba a dos turnos de 8 a 8… en el año 62 nos pasamos para
la cra 8 entre 22 y 22ª, donde estaban cerca los Cangrejos, el Chicharrón y la
casa de citas de Inés Trejos; de allí fuimos a la 10 con 22, una cuadra antes
del parque obrero y finalmente pasamos a la calle 15 entre 4 y 5, al frente del
Pica piedra que entonces era del famoso Grillo, y claro también estaba el bar
La Flor de Canela, ahí revolvíamos antillano con tango y bolero, eso se ponía
toda la música que florecía en ese tiempo, pero el tango siempre sonó, ese
nunca falto porque la gente estaba empapada del tango, mucha gente iba era por
la música… ¡Vea es que me acuerdo que allá llegaba el cuco Petronio Álvarez y pedía
un trago pa la muela y otro pa él, también iba mucho la sombra Martínez, el
famoso jugador del dorado.
Paralelamente Lucho
tuvo en compañía con Gilberto Cuevas el grill Rio Cali en la avenida del rio
con 19, entre los años 65 y el 67, cerca del Grill Escalinata antes llamado La Oficina
y del bar mexicano Sarape y por esas épocas también tuvo en Yumbo el Club Social,
negocios estos en los cuales tenía
rotando orquestas de planta, una de músicos panameños conocida como Máximo Rodríguez y sus estrellas panameñas,
el combo del sabor y otra recordada como la Sonora Juventud, orquestas que incluso llegaron a grabar con
sellos discográficos nacionales, en tiempos en que la competencia rumbera no se
reducía a la noche y pasaba por una cultura acostumbrada a la música en vivo, a
las frituras y comidas típicas, y a la buena atención en los negocios que
buscaban representar y resaltar características de las familias, los barrios
y/o sectores en los que se asentaban.
Es que la familia de mi mamá que venia del Cerrito
ha estado en esto de los negocios desde chiquitos, por ejemplo también un tío,
don Víctor Zea monto y tuvo el gallo de Oro un buen negocio ahí cerca al cine
Cali por la 12 entre 9 y 10, yo estuve en esto desde chico y bueno a veces me
aburría y me daban ganas de vagar buscando otros horizontes, otras experiencias.
En búsqueda del
caribe, de sus acentos, de sus lunas y sus soles Lucho decidió viajar a Venezuela a finales de los 60 (entre el 68 y
el 71), donde encontró grandes dificultades y no pocas experiencias en torno a
las músicas y a su vocación de hablar, de escuchar, de conocer y de vivir rodeado
y regalando músicas, emprendimientos mediados por el dinero pero muy
marginalmente, más bien ligados a la aventura de un vivir que vale la pena si
el riesgo está en no perder el simiente de la amistad, la confianza y el
respeto construido en torno a las músicas; Lucho no es un melómano en el
sentido erudito de la palabra, sus músicas están ligadas a un compartir que
evoca una relacionalidad espiritual, arraigada en la emoción y los valores que
circulan en el encuentro rumbero:
El Nápoles se
cerró en el 68 porque me fui como tres años para Venezuela, allá me fui con
plata y volví sin plata pero llegando en el 71, comencé a organizarme otra vez
y se vinieron otros negocios, porque yo tenía la música y la clientela,
entonces alquile Bonanza en el parque Alameda por el año 72, ahí estuve un año
porque eso lo compro Emiro el de Estambul y yo Salí. Luego conseguí en alquiler Los Sauces en el año 73, en la 15
con 8, y también Toro Sentado en Juanchito frente al motel Campos Elíseos, pero
en los Sauces perdí el alquilado porque le vendieron el local a los dueños de la
Cazuela de Marino Velasco, y bueno uno enamorado de esto ha seguido, esto es
como un amor que no se deja nunca, uno sigue un poco más…
Un poco más y a lo mejor nos comprendemos luego
Un poco más que tengo aromas de cariños nuevos
Volvamos al camino del amor, no importa lo que tenga que olvidar
Si vamos a sufrir por un error es preferible un ruego
Un poco más, será un alivio para dos fracasos
Y si te vas llévate al menos mis
cansados brazos
En
medio de la aventura musical, amiguera y rumbera, el movimiento se trasladó al
barrio Colón, ahí ya funciono con la denominación del Viejo Lucho, en un
espacio pequeño con antejardín en el año 1977 en la calle 14 con carrera 34, frente
a las instalaciones de Emcali; Lucho suelta perlas como esta: “de esa zona me acuerdo cuando Alfonso Barberena
que era amigo de la familia me regalaba un lote en esa lejura y yo no quise,
después llegue allá con mi negocio”; desde el Nápoles habían rellenas y fritanga
con una tía que tenía “pedigrí” para esos asuntos, pero ya en el Viejo Lucho de
Colón su esposa Nora Rubiela Esquivel se animó a coger el negocio, ella aprendió
de la mama de Lucho, Doña Leonor Cubillos,
el guisado valluno porque Doña Nora es tolimense y desde entonces se recuperó esa
tradición que no tiene nada que ver con las exquisiteces gourmets vallecaucanas
que venden en cocteles y paquetazos turísticos, porque guardan del calor del
hogar y el sabor de secretos pasados de mano en mano, solo mediados por una
oralidad que canta.
Después
nos fuimos pa´l barrio la Base, en la Nueva Base el Viejo Lucho funciono como
estadero, bailadero y viejoteca desde 1990, allá eso era una algarabía sobre la
autopista, por el puente de los mil días, en un lote que me dio barato el Instituto
de Vivienda Municipal de entonces, Invicali. Ese negocio se movió mucho y era
muy buscado por la vieja guardia y compartimos mucha música. Y después aquí en Junín
desde mayo del 2000, estamos recibiendo clientela de todo tipo pero sobre todo
los amigos, los mompitas que vienen por aquí. Uno se pone contento de ver los
amigos y de atenderlos con toda, por ejemplo vea el tamal ahí, como dice una
canción estos aromas no se encuentran ni en el cielo…
Por el Viejo Lucho
pasan las personas y las historias de los discómanos de vieja guardia, se habla
del Mojarra, del Ciego, o de Mechas por ejemplo, como virtuosos que regalaron
lo mejor de sí en gestas festivas que dejaron marcadas sentimentalmente
generaciones tras generaciones; la pachanga, la guaracha el guaguancó, el
montuno y la salsa, se diversifican al lado del tango, el bolero el pasodoble,
el twist, el charlestón y los ritmos “colombianos” que más bien suenan a
latinoamericanos. Músicas viejas que guardan para hoy, anacronismo cultural donde
se refugia el secreto de nuestras compañías y soledades. Cerveza, ron y guaro
acompañado de tamales y rellenas que viajan de la barra a las mesas. Músicas
que entraron el siglo pasado, trayendo a mano de la melodía virtuosa un relato
que va y viene con las corrientes del caribe profano, circulado en una movida
musical que más que una melomanía ingenua, ha sido portadora de un manifiesto
moral y cultural para las periferias urbanas; se trata de la manera, el estilo
como esta ciudad se fue armando un ethos a través de los ritmos y relatos
rumberos, ahí está Lucho Lenis, como diciendo con sus arneses de estadero: así empezó el guaguancó.
Por la esquina del
viejo lucho, donde habitan generosos cuadros de músicos, ventiladores cansados, arrumes de discos que nos miran y que se
hacen muecas con los CD, luces de navidad que buscan alterar la visión plana
del mundo que viene de vuelta, mesas y sillas plásticas que constituyen un
ambiente especial que retiene mundos añejos y los hacen transpirar futuro y
esperanza; lo que se ve es una red de afectos que sostiene el mundo, lo que se
siente es la experiencia del amor en la ciudad, esa sencilla virtud que pasa
por ocuparse del otro, estar ahí con el otro, de estar sencillamente, sin cita
previa, solo con la condición de verse a los ojos, de rosarse la piel, de
sentirse; solo así es que se puede ver en una dirección común, sabiendo que el
compañero de viaje será guiado y guía a la vez; a lo mejor por eso es que por
estas esquinas de la ciudad popular se escuchan, se paladean, se sienten
músicas profundas, porque operan como santos y señas, como marcas simbólicas
para asumir el acertijo que nos tiene provisionalmente en este mundo, como yéndonos
y volviendo una y otra vez.
El aire que trae con su manto la flor del pasado, su aroma de
ayer,
Nos dice muy claro al oído, su canto aprendido del atardecer,
Nos dice con vos misteriosa de nardo y de rosa, de luna y de miel
Que es santo de amor en la tierra que linda es la ausencia que
deja el ayer.
Ay ay la rumba me llama tu ve, todos vuelven, todos vuelven
No es más, homenaje para don Lucho Lenis y su
familia. Estamos en la vida y así a veces pensemos que la vida y la ciudad no van para ningún lado,
no hay afán, toca dejar que las músicas que nos acompañan indiquen, señalen también
los caminos…
¨ En esta crónica están
las huellas de Don Luis Herbert González y de su pasión arrabalera por
Daniel Santos, Rolando Laserie y por el Piper del bolero que nos presentó desde
muy chicos…
¨ Esta crónica ampliada
será publicada en el número uno de la revista del grupo de investigación Pirka, políticas cultura y artes de hacer.
Soy Абрам Александр, un hombre de negocios que pudo revivir su agonizante negocio a través de la ayuda de un prestamista enviado por Dios conocido como Benjamin Lee, el consultor de préstamos del Servicio de Financiación Le_Meridian. Soy residente en Yekaterinburg Екатеринбург. Bueno, ¿está tratando de iniciar un negocio, saldar su deuda, expandir la existente, necesita dinero para comprar suministros? Si ha tenido problemas para tratar de garantizar una buena línea de crédito, quiero que sepa que el servicio de financiación de Le_Meridian. Es el lugar adecuado para que resuelva todos sus problemas financieros porque soy un testimonio vivo y no puedo guardar esto para mí solo cuando los demás están buscando una forma de ser financiados. Quiero que todos se comuniquen con este prestamista enviado por Dios. utilizando los detalles como se indica en otro para ser partícipe de esta gran oportunidad Correo electrónico: lfdsloans@lemeridianfds.com O WhatsApp / Text 1-989-394-3740.
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