martes, 12 de marzo de 2013

Cali sepia por la tercera al atardecer



No hay lugar que arrope esta melancolía de atardecer en nuestras ciudades extraviadas. Así se vive esta cantinita anacrónica navegando sobre el medio día en la que se sientan posaderas raídas, ojos disipados en la penumbra, horizontes cruzados; esas pieles ajadas que se rejuvenecen en cada melodía, secretos en voz baja, ritmos acompasados que acarician con la mirada un atardecer caleño donde se ve el sol haciendo de las suyas en los andenes, mientras un arrabal infinito se esconde en las esquirlas de los edificios viejos que no guardan jubilaciones, ni honores, solo recuerdos y hasta esperanzas y ensoñaciones perdidas...

Desde el fresco de un carajillo recargado el barrio viejo vuelve a vivir, en el adentro donde “ fumando espero al hombre que yo quiero”… ella mira tras la mesa arrabalera el caminar cansino de los parroquianos que vuelven a la labor sin siesta; serán funcionarios municipales o dependientes de algún negocio; en el adentro, viendo el mundo tras el escaparate él siente el golpe de la música que lo abofetea”madero de nave que naufragó, piedra rodante sobre sí misma, alma doliente vagando a solas en playa sola, así soy yo, la línea recta que convirgió porque la tuya al final vivió…”, y se apura un cristal con trago doble, son las dos de la tarde, pero… qué más da.

El vidrio nos distancia de un calor infernal, lotería, lotería, juega la de hoy que es la suya, la piña, la piña, la piña, pal calor; le tengo el cuchillo multi-usos sirve hasta pa la suegra, ojo que viene el lobo, viene el lobo, el lobo. Todo pasa y todo queda. Azota Cali que las esperanzas no se jubilan, que la risa se da gratis aquí, que están negociando en La Habana y en las carreteras le dan garrote a manifestantes de una u otra causa; ¿será que a Santos le dan el Nobel?, será un Nobel al que no le prenden velas; aquí el chiste nos pierde de la desgracia; que ahí mejor no me meto; es mejor quedarse en la cantina de mala muerte, de mala reputación, eso es sabido desde hace como sesenta años… adentro esta rico el café, sesenta años trabajando y ¿para qué?, allá los que corren a la inquisición del patrón. Amor de acetato que rompe la hora industrial, melodía que canta como los luceros que más tarde llegarán festivos y carnavalescos; aunque ya no se sabe, porque el cielo se esfuma con el tal cambio climático…

Ahora entre la sombrita que nos acoge rueda la conversa; ella y él se aguzan a criticar, suena Desengañados de Orlando Contreras, ¿qué se conversa? que el policía se cansó de perseguir bandidos y su júbilo, que mejor se fue a trabajar en una empresa privada; claro es que con todas esas medallas el capital lo pone a valer… que mataron otro taxista, a los centros comerciales mejor ni ir, están dando plomo de ñapa, que están berracos con el alcalde, pero ¿quién no?, ¿no será que toma las de Benedicto?; en fin, que el ácido en el rostro está de moda, que horror ya no se pelea sino que se tira por la espalda, por eso es mejor sentarse contra la pared; aquí el que da la espalda en esta ciudad tiene el riesgo de salir “muñeco”, mejor venga deme un abracito mami, venga papi siéntese aquí y gasta algo que no sea suela de zapato

Caramelos que van de boca en boca, un brandicito pal café, resuenan las historias, se mezclan, lo que más circula no es lo que nos pasó sino lo que nos contaron que le pasó a otros; el deporte municipal: dicen que dijeron, es criticar sobre todo a lo otro y a los otros; pasa la tarde, el sol no quiere aflojar, la calle si afloja, nunca esta calle tercera, la tercera de la ciudad que llegó solo después de la primera y la segunda, se guarda sus secretos; todo va como a la espera de que llegue la brisa, ahora vuelve a llenarse el viejo caminillo hasta fuera de los andenes; la cantina arroja ahora sus notas melodiosas del arrabal para el bohío o para el manglar y los cuerpos como palmeras agitan el pavimento; sudor en las calles, fluidos que van al río, olores que viajan con el viento fantasmal de los cañaverales que ya no existen pero suenan, suenan y sobre todo saben a dulzuras en los labios rojos que se muerden persiguiendo alguna quimera aparecida una y otra vez, adentro y afuera, donde está el mismo cielo que nos arropa con sus lunas y sus soles; que cosa que no para el calor y eso que dicen que yo no me quejo, que no sé qué es el calor; no claro que no, es que yo soy parte del calorcito de esta ciudad que se traga todo lo que llegue, como se traga la garganta funcional todo el peregrinar popular del que está hecha la urbe; suda Cali, suda que ya viene la ventisca y con ella la paz…o quizás, la guerra que vendrá…

1 comentario:

  1. Interesante relato. Mi opinión del epílogo es que me quedo con "la ventisca de la paz" y no con la lluvia ácida de la guerra, de la que todos siempre -sin distingos- fueron perdedores.

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