No hay lugar que arrope esta melancolía de atardecer en
nuestras ciudades extraviadas. Así se vive esta cantinita anacrónica navegando
sobre el medio día en la que se sientan posaderas raídas, ojos disipados en la
penumbra, horizontes cruzados; esas pieles ajadas que se rejuvenecen en cada
melodía, secretos en voz baja, ritmos acompasados que acarician con la mirada
un atardecer caleño donde se ve el sol haciendo de las suyas en los andenes,
mientras un arrabal infinito se esconde en las esquirlas de los edificios
viejos que no guardan jubilaciones, ni honores, solo recuerdos y hasta
esperanzas y ensoñaciones perdidas...
Desde el fresco de un carajillo recargado el barrio viejo
vuelve a vivir, en el adentro donde “ fumando
espero al hombre que yo quiero”… ella mira tras la mesa arrabalera el
caminar cansino de los parroquianos que vuelven a la labor sin siesta; serán
funcionarios municipales o dependientes de algún negocio; en el adentro, viendo
el mundo tras el escaparate él siente el golpe de la música que lo abofetea”madero de nave que naufragó, piedra rodante
sobre sí misma, alma doliente vagando a solas en playa sola, así soy yo, la
línea recta que convirgió porque la tuya al final vivió…”, y se apura un
cristal con trago doble, son las dos de la tarde, pero… qué más da.
El vidrio nos distancia de un calor infernal, lotería, lotería, juega la de hoy que es la
suya, la piña, la piña, la piña, pal calor; le tengo el cuchillo multi-usos sirve hasta pa la suegra, ojo que viene el lobo, viene el lobo, el
lobo. Todo pasa y todo queda. Azota Cali que las esperanzas no se jubilan,
que la risa se da gratis aquí, que están negociando en La Habana y en las
carreteras le dan garrote a manifestantes de una u otra causa; ¿será que a
Santos le dan el Nobel?, será un Nobel al que no le prenden velas; aquí el
chiste nos pierde de la desgracia; que ahí mejor no me meto; es mejor quedarse
en la cantina de mala muerte, de mala reputación, eso es sabido desde hace como
sesenta años… adentro esta rico el café, sesenta años trabajando y ¿para qué?,
allá los que corren a la inquisición del patrón. Amor de acetato que rompe la
hora industrial, melodía que canta como los luceros que más tarde llegarán
festivos y carnavalescos; aunque ya no se sabe, porque el cielo se esfuma con
el tal cambio climático…
Ahora entre la sombrita que nos acoge rueda la conversa; ella
y él se aguzan a criticar, suena Desengañados
de Orlando Contreras, ¿qué se conversa? que el policía se cansó de
perseguir bandidos y su júbilo, que mejor se fue a trabajar en una empresa
privada; claro es que con todas esas medallas el capital lo pone a valer… que
mataron otro taxista, a los centros comerciales mejor ni ir, están dando plomo
de ñapa, que están berracos con el alcalde, pero ¿quién no?, ¿no será que toma
las de Benedicto?; en fin, que el ácido en el rostro está de moda, que horror
ya no se pelea sino que se tira por la espalda, por eso es mejor sentarse
contra la pared; aquí el que da la espalda en esta ciudad tiene el riesgo de
salir “muñeco”, mejor venga deme un abracito
mami, venga papi siéntese aquí y gasta algo que no sea suela de zapato…
Caramelos que van de boca en boca, un brandicito pal café,
resuenan las historias, se mezclan, lo que más circula no es lo que nos pasó
sino lo que nos contaron que le pasó a otros; el deporte municipal: dicen que
dijeron, es criticar sobre todo a lo otro y a los otros; pasa la tarde, el sol
no quiere aflojar, la calle si afloja, nunca esta calle tercera, la tercera de
la ciudad que llegó solo después de la primera y la segunda, se guarda sus
secretos; todo va como a la espera de que llegue la brisa, ahora vuelve a
llenarse el viejo caminillo hasta fuera de los andenes; la cantina arroja ahora
sus notas melodiosas del arrabal para el bohío o para el manglar y los cuerpos
como palmeras agitan el pavimento; sudor en las calles, fluidos que van al río,
olores que viajan con el viento fantasmal de los cañaverales que ya no existen
pero suenan, suenan y sobre todo saben a dulzuras en los labios rojos que se
muerden persiguiendo alguna quimera aparecida una y otra vez,
adentro y afuera, donde está el mismo cielo que nos arropa con sus lunas y sus
soles; que cosa que no para el calor y eso que dicen que yo no me quejo, que no
sé qué es el calor; no claro que no, es que yo soy parte del calorcito de esta
ciudad que se traga todo lo que llegue, como se traga la garganta funcional
todo el peregrinar popular del que está hecha la urbe; suda Cali, suda que ya
viene la ventisca y con ella la paz…o quizás, la guerra que vendrá…
Interesante relato. Mi opinión del epílogo es que me quedo con "la ventisca de la paz" y no con la lluvia ácida de la guerra, de la que todos siempre -sin distingos- fueron perdedores.
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