No existes ciudad, solo te vi en
la ebriedad mientras bailabas.
Un barrio es herencia social, hijo del poblamiento y de la lucha entre las funciones que le asigna el poder convencional al espacio urbano y el uso creativo que le dan los habitantes en su morar cotidiano; pero sobre todo el barrio es un territorio de imaginación, ensoñación y fantasía que mantiene con calor mundos supuestamente muertos, aparentemente idos, o mundos que nunca existieron en la realidad, pero que se sintieron como posibilidad, como sensación extraviada; barrio más allá de sus calles y alerones; que está en los ojos, en el tacto, en la intuición, habitante del calor corporal, sitio de olores y sabores entrañables, eso a lo mejor es lo que guarda de barrio, en salsa de golpe, la Ponceña…
Un local de ocho por quince
metros cuadrados que a veces es un universo familiar inabarcable, Unas diez o doce mesas dentro, tres mesas fuera, una barra pequeña, cien
asiduas almas que se juntan todos los viernes para vivir un ritual musical
profundo: campanas, maraca y bongos que hacen sonar la melodía diferente cada
vez, según el estado de animo de quien se deja atrapar por los cueros, los
fierros y los maderos. Eso es la Ponceña, la salsoteca de barrio más amada por
la Cali salsera y popular incrustada en
la esquina de una mediana avenida para azotar la soledad.
Muchos amores vinieron a darte todo su calor
Y los despreciaste cual si no existieran
La soledad mala consejera
Se llevó tu risa como una quimera
La soledad mala consejera,
Se llevó tu risa como una quimera
La soledad es mala consejera canta
conmigo y olvida tus penas
Las almas que se encuentran
por este lugar viven una relación compleja entre la barriada heredada y la
barriada fantaseada que se arma de espacios de ensoñación; podemos decir que
siempre hay empate en esa batalla; está por esos mosaicos, el barrio con su
clasismo musical, con sus códigos y lenguajes arrebatados, pero también se encuentra el barrio como mundo alucinado
compartido, sitio de cruce de experiencias, religiosidad en acto que es ahogo
musical, sacrificio del cuerpo, nostalgia que se vive como presente y futuro,
tiempos recobrados a la felicidad perdida, con-sumo (no consumo) que es
abertura profunda y radical a otras existencias llenas de simbolismos y trances
oníricos que desdoblados hacen persistir mundos nocturnos vivenciados desde la
fagocitación de la urbe; esta Ponceña se arma en un frente de combate con la
avenida, sacando la cara por el barrio que no es solamente el Santafe, porque aquí
en realidad se encuentran todos los barrios populares de la ciudad, siempre al
oriente…
Los viernes al anochecer sobre
la calle 44 con carrera 15a la ciudad negra y cimarrona tiene uno de sus tantos
encuentros; cada quien va llegando, aunque se abre a las ocho, la cita es
después de las diez, cada grupo, viejo conocido, hace su propia ejecutoria en
medio de una comunalidad desbordada en la propia geografía corporal y en los
tiempos milenarios que regalan las músicas negras. Expresiones dolorosas y
pendencieras, grito a cuello partido; traquean, traquean las campanas; también
se ven noctámbulos con los ojos puestos en otra parte, esfumados en el
cigarrillo portado por cada melodía. No fume
mami… no, mejor fúmeselos todos que no quede un pucho en el universo, esfúmese…
Cada tema suena con acentos,
hay hervidero, canto hondo, vos profunda, coro gritado, estado litúrgico,
apriete musical; todo pasa en el baile: las guerras, las derrotas, las
celebraciones, los olvidos, las muertes y los enamoramientos. Mundo que es entorno,
sospecha en el cuello, mirada pa´ dentro mientras suena la música, canto que se
lleva en el atuendo, falda blanca que se levanta, sandalia que pide un pisón,
suave, suave que es bolero, así sea por un instante hagámoslo suave, antes de
que estallen los cuerpos y se difuminen las formas en las fumarolas y en la
penumbra que suena, para ir por el filo del puñal.
Soy como el roble palo de fuerza
infernal
Resisto el azote de la cruel tempestad
Pero no puedo aceptar ese absurdo y tonto criterio
Que no existe sentimiento que haga un
hombre llorar
¿a quién vamos a engañar? Dejémonos de
esos cuentos,
Clavado llevo en el pecho el filo de tu puñal
El
golpe cimarrón negrura que goza, miradas familiares que retan, culto a un ritmo
cruzado, celebración de nacimientos, defunción que no falta, umbral de la vida
y a veces de la muerte que siempre llega, va llegando poco a poco y solo con
música será digna y recordable en otras vidas; un resquicio de resistencia,
mezcla química esperanzadora entre trabajadores de base, animadores sociales,
académicos, pobladores, trabajadores informales, estudiantes universitarios y
obreros; lideres juveniles, señoras y señores de la vieja guardia, todos
arropados por la rumba que es un cielo con luceros pasado por estrellas fugaces,
espacio adocenado por flores musicales y almizcles cerveceros; una orquesta se
arma de manera aleatoria viajando de biombo en biombo tras los instrumentos y
esta bodega esquinera se brinda gratuitamente para la felicidad.
Nací moreno porque así tenía que
ser
Por mi color soy muy fácil de entender
Cantando voy haciendo al mundo feliz
Yo soy candela palo y piedra hasta morir
Nací moreno porque así tenía que ser
Y en mi cantar yo voy a explicar porque
Yo nací y mi madre fue la rumba
Y a mi padre lo apodaban guaguancó…
Y pasan las horas y los
calendarios… La Ponceña está ahí, siempre mejor que antes; se renuevan
historias que se parecen, pero no son las mismas; es como ir de un alabao de
barraca dieciochesca a un guaguancó siglo XX. La historia marcha por debajo, la
vida fluye como río profundo, como canciones de cuna que al momentico son penares y en un segundo arrullos
de despedida; las gentes jóvenes van a madurar con golpe a la Ponceña, llegan
como bocachico en madre vieja y ahí se reproducen en sus escamas las marcas
generacionales para siempre; va el pueblito a tranquilizar el espíritu
angustiado que nos arroja esta urbe metálica, recreándose con músicas de
percusión rabiosa en romance con las
blancas y las negras…
Por un beso que te dé
Nada en el mundo importara
En un instante entenderás completamente
Que tu alma es mía para siempre
y siempre lo entenderá
Yo he de esperar por tenerte en mis brazos
Pero toma mis manos y abrázame fuerte
Cierra los ojos, yo soy la muerte.
Y ahí vamos en el río del tiempo, dejándonos tocar por lo que inciertamente vinimos a aprender de esta vida, en este solar de ladrillo sobre ladrillo que nos arruncha; se aprende con música y rumba o no se aprende; ciertamente no se logra aprender lo fundamental de la vida y de la muerte, sino es con músicas bien puestas, como lo hacen en la esquina de la Ponceña Caleña.
# Me toco ser parte de la generación que vivió la primera
época de la Ponceña en la ruta de salsotecas del oriente, en la cual estaban La
Barola, Son catorce, La Mulenze, Chanae, entre muchas otras. Allí llegue muchos viernes
desde que una noche, muy joven aun, me arrime con Olga Lucia E. (q.e.p.d) y con
Carlos T. (q.e.p.d), buscando donde conversar de la vida; no he vuelto por esos
lados, solo ocasionalmente; pero amigos fieles dicen que está cada vez más
poderoso el lugar; eso es síntoma de que no todo se marchita en la ciudad. Saludos
especiales para Fanny y Jorge, sus talentosos animadores venidos del recordado grupo
Joricamba del barrio El Retiro…
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