RUMBA, SALSA
Y CIUDAD.
…el
espíritu no existiría, ni sus valores o sus datos, si el cuerpo,
que por lo menos lo transpiro no hubiera
estado allí, ()
nunca
hubiera nacido una idea sin el trabajo efectuado
un
día por el cuerpo.
Antonin
Artaud
Decir que Cali es salsera es un lugar común. Es cierto que
aquí la salsa la llevamos dentro, pero la salsa no es una música; son varias
camaleónicas músicas; lo que pasa es que la salsa precisamente son músicas de
varios géneros y estilos que confluyen en un gusto que también es plural. No
hay un solo gusto en nuestras músicas afro caribeñas urbanas; pero bueno, por
aquello del embeleco de la tal industria cultural hemos terminado volviendo una
identidad aparente lo que son varias formas de vivir que se comunican,
compiten, pelean, también se aman y abrazan, es decir lo que es un campo de
reconocimiento social profundo…
No es que se esté contra el hecho de que las orquestas sean
famosas, que los bailarines vayan a Europa, que los locales salseros se les
llenen todos los días a los amigos que luchan para vivir de la rumba, que se
vendan y comercialicen las músicas que nos gustan, o que disguste que cada vez
más la ciudad de Cali se llena de extranjeros buscando el dorado de la salsa.
Total ya sabemos que son cuatro pasitos: uno hacia atrás, uno lateral, uno
hacia adelante y uno cruzado que se rompe con el golpe de cadera, ese que rara vez
lo logran los extranjeros porque su clave es armónica y sus cuerpos no logran
identificar el ritmo que ponen los cueros; eso sólo se logra si la música se
lleva adentro, y se lleva adentro si nos criamos escuchándola y sintiéndola
desde la infancia; por eso bailar aquí no es cuestión de hacer gimnasia, es más
bien un asunto de mirarse a los ojos, de contemplarse, de hacerse fintas, de
sentir el cuerpo que solo se obedece a sí mismo. Si uno nació en el mundo
popular caleño, puede bailar sin necesidad de azotar los pies, ni de
desgarrarse un brazo, y mucho más aún, se puede bailar sin hacer coreografías
circulares o espirales; también se puede bailar sin sentir que se está al
centro de un espectáculo pelando la muela; como si se estuviera en un comercial
de dentífrico.
El problema de la industria cultural y su relación con la
salsa en la ciudad es que establece con su afán de vender y vender un canon
externo, tecnicista, canónicamente mentiroso; éste asunto sería menor si no
fuera porque termina generando una psicología social postiza, una banalización
de nuestros sentimientos colectivos y de nuestras simientes culturales. Veamos algunas situaciones que ilustran esta realidad
que para mí no es sólo un asunto de política cultural tal como le gusta decirlo
a nuestra tecnocracia criolla.
Hace pocos días, ingrese a un espacio cultural en Bogotá con
dos religiosos procedentes del litoral pacífico; en el sitio nos saludamos con
el dueño y una amiga común que nos
estaba esperando. Había una exposición de obras plásticas de artistas caleños
que se acompañaba con una audición para la ocasión y la consabida presentación
de bailarines llevados de la cepa caleña; el dueño del lugar rápidamente
socializó que visitábamos caleños el lugar y mientras nosotros hablábamos de la
tarea que nos llevó a la capital, desde varias mesas nos miraban con simpatía
como invitándonos a salir a la pista; los bonaverenses amantes de la pintura,
estaban fascinados con la exposición y no se enteraban del sonido ambiente; mi amiga y yo, ya muy bogotanizada ella, nos
ocupamos de sacar los respectivos cuadernos para desatrazarnos, por ahí en un
momento ella movía sus hombros para acompañar un nota musical y en la mesa de
enseguida estiraban el cuello y me miraban inquisitivos como diciendo; “que
descortés no ves que quiere bailar”. Al fin una pareja se anima ante la falta
de valor de los caleños y comienza la función: nos bailaron sonido bestial acelerado
con una arritmia insufrible mientras nos miraban retadores. Mis acompañantes
volvieron a la mesa para cuatro y enseguida con un breve anuncio salió “la
pareja caleña” a la pista, los aplausos sobraron, el improvisado presentador les
señala como procedentes de Siloé y de Aguablanca, los sectores populares
emblemáticos de la ciudad; la acrobacia se puso de tacón alto, las músicas
suenan con tilde, brevemente todo el salón se mueve maravillado…
Al terminar su función los hicimos pasar por la mesa,
resultaron conocidos de vieja data; ella es del barrio Salomia y él del Refugio,
estudian en Bogotá respectivos posgrados y tratan de mantenerse en las redes de
dobles televisivos y de compañías de danza contemporánea; bailan seis horas
diarias. Pregunté por qué se presentaban como originarios de barrios populares;
la primera respuesta es que sus padres son de Siloé pero ellos no; en la
segunda respuesta fueron más sinceros: “es asunto del representante, es parte
del contrato”… salimos rápidamente del lugar, el frío nos acosaba y la agenda
del mañana nos preocupaba. Al salir: bueno
caleños nos quedaron debiendo el bailado ve… los amigos del litoral dijeron
que tal que nos hubiera tocado que bailar,
habríamos decepcionado al respetable…
En días pasados di una vuelta por la rumba de la juventud con
un amigo al que le comente el incidente capitalino y nos animamos a darnos una ronda
por las salas de baile y aquelarre de tiempos universitarios que aún hoy gozan
de gran prestigio y reconocimiento, incluso a nivel nacional e internacional, salsa de frac y etiqueta, tal como los
venden las agencias turísticas.
Fuimos al sur por la 39, pasamos por la quinta y nos
dirigimos al norte a nuestros viejos recorridos noventeros; en cada lugar
saludamos y pedimos un breve aperitivo. Los sitios ahora son más impecables que
antes, hay más asepsia, tienen más brillo y la atención es más personalizada. Sin
embargo, para nuestra sorpresa encontramos un danzar clonado, ligado a extensas
horas de preparación corporal traducidas en un melcocheo postizo lleno de
formas prefabricadas; se nota el mismo baile musculito, la misma sonrisa, los
mismos movimientos que se hacen con precisión y “conocimiento”; nos quedó un
sabor de monocultivo cultural, de desierto espiritual, de vaciamiento de sentido,
de pérdida de lo incunable, pérdida del callejeo que es goce y apertura al
mundo que es también sinsentido, sinrazón, abandono a la sangre que es espíritu como diría el viejo Nietzsche.
Después compartí estas impresiones de sábado en la noche a
una danzante consumada de compañía salsera: me dijo que para todo hay espacio,
que en el barrio se vive diferente y que lo que está pasando está asociado a
una búsqueda común de ciudad, que hoy son muchos los que viven de la industria
salsera; me dijo que en su trabajo como instructora de baile llegan gentes separadas, jubilados,
solteritas y solteritos a superar el estrés, ninfas y golfos a adelgazar y
gentes que necesitan canalizar su energía y no encuentran cómo.
En otras palabras la maestra de salsa, me puso el horizonte
de la crisis clase mediera de amplios sectores de la población que no saben si
son chicha o limonada; crisis que está en la corporalidad individual sin duda,
pero también en el cuerpo social; así la salsa se ha vuelto una marquilla de
circo para ciertas elites venidas a menos y en una terapia para las medianías
urbanas. Es decir para los medio pobres, los medio adultos o medio jóvenes, los
medio traumados y los medio solitarios, los medio caleños; y eso incluye a
propios y foráneos que andamos empantanados en este barrunto de mundo, tratando
de encontrar una bahía o un archipiélago para el corazón, mientras sólo se ven acantilados
y agua mala por doquier; por eso se
baila desesperadamente como consumo, por eso se repiten los pasos y las
sonrisas y las formas de llevar el cabello y los quiebres del cuerpo que son
exorcismos con piruetas de carnaval. Pero digámonoslo, debajo de eso está un
gran desgaste de emociones que acumula billetes para unos, y estereotipos
culturales para las mayorías que lejos están de decir algo de nuestro mundo
urbano y de nuestras sensibilidades más entrañables.
Y mientras tanto, más allá de la ciudad gótica; en el
bizarrismo de los barrios, en el lunfardo noctambulo, la salsa y su bailao se
mezclan con todo, se embarran con todo y se enuncian desde lugares nuevos y
viejos con otros ritmos y otras formas de pisar y amacizar que van amaneciendo;
en calles famosas en el barrio por su saboreo
mami, en tiendas, parques, esquinas y ventas de comida que se adecuan como
curvas para escuchar y pa´baila y goza
la melodía. Se digiere así la nueva salsa con los viejos ritmos y se mezclan
con modas que siempre pasan dejando otros sedimentos para el mismo ritmo; emergen
así los rumbeaderos golondrina que abren un día aquí, cierran y abren otro día allá.
Emergen nuevas instituciones salseras que recogen, reciclan, mezclan y educan
oídos, arterias, manos, rodillas, espaldas, ojos y miradas para que abracen en
medio de la ventisca urbana que es negrura y cimarronismo peregrino que junta imágenes
y memorias de ríos, cordilleras y litorales, con avenidas y callejuelas
olvidadas de los gobiernos y de las empresas de una modernidad existencial
fracasada.
Anacronismo este del que estoy hablando dirán unos, esperanza
de revuelta diremos los menos, enunciando que un día de estos el pueblito que
se vive diferente de esquina a esquina, no va aguantar tanta postiseria y
entonces ya vamos a saber qué es lo que se cocina debajo de esas múltiples
formas de bailar, que insisto no son una sola, como no son lo mismo las
empanadas del barrio Barberena que las del barrio Santa fe o las de San Marino,
como no es lo mismo una bailao sobao como el del Lavadero, juvenilisimo y
negrísimo en los barrios del nororiente, que el azote de la baldosa del Anacobero
que viejotekea en el barrio Guayaquil, o la rítmica conexión entre abrazos y
caderas que se siente en el Ben Ben del Barberena, como si los vientos y los
cueros se fueran de romance desenfrenado entre la nocturnidad de la luna y la
espera del amanecer citadino con un sol que suele hacerse esperar hasta el
ocaso de la bruma…
En fin, lo que pasa es que en el bailar habitan espíritus de
atrás que van mirando e inventando desde su angustiado pero gozoso espectro,
como el Ángeles Novaus de klee, una redención que es discurso de los cuerpos,
susurros que no se dejan interpretar, ni atrapar, que no caben en una coreografía
porque son indisciplina, degenero de la métrica rítmica, vida guardada en
humores, vientos que embomban camisas, que levantan faldas, que abrazan cuerpos
y espíritus y fantasmas y futuros en medio de sentimientos comunes, que solo
están ahí porque están pegados entre un todo que es la vida misma, compartida
eso sí. Palabras que son tambor, tambor que es arrullo, arrullo que es dolor,
dolor que es esperanza, esperanza que es añoranza, añoranza que es amor, amor
que es cuerpo que se abraza porque un abrazo es lo que somos mientras
bailamos...
Sé que hay varios amigos y amigas que sienten esto mismo de
lo que se está hablando aquí, parados en el hoy de la ciudad; incluso sé que
hay unos que están que se escriben en medio de ese sentimiento que llevan
dentro, por eso quiero dejar que esta reflexión siga y que tenga un próximo
capítulo a varias voces...
Vos que pensas ve…
A mi este texto me hace sentir como si detrás de tantos epítetos está la amargura de que Cali no esté mejor diseccionada y así solo las barriadas sean las únicas dueñas del "aviso". Cali solo para la gente popular, así sería solo chicha y no limonada. La nostalgia de no sembrar un muro que divida y deje del otro lado a ricos, medio ricos y medio pobres, un muro de esos como el que cayó a manos de la gente, algunos dirían del pueblo, en ese lejano final de año de 1989. Una ciudad del barrio, pero que debe quedarse así para siempre, donde nunca ya nadie sea medio pobre, ni medio rico pues se convertirían en traidores de clase, transgresores del "statu quo". Lo de la salsa es otro cuento, en Cali ni siquiera existe a no ser un conocido circuito de locales que dan "play" una y otra vez a las épicas canciones del ritmo en los 60, 70, y ochentas. El resto es el marketing de baile que el Alcalde Ospina tanto impulso y fortaleció comercialmente y de manera acertada por que no se hace ciudad de la nostálgia.
ResponderEliminarYa es un avance que la reflexion haga sentir, -aunque sea dolor-, entiendo que generen malestar las anotaciones sobre la dificil y precaria existencia de las clases medias y que se responda "agresivamente"; en gracia de discusion reconozco que la ciudad que habitamos tambien es una condena para elites y sectores populares; el muro no se pone por ceguera ideologica existe en la segregación historica y en las exclusiones cotidianas; la ciudad que tenemos se vive fragmentada por la exclusion y de eso tambien hablan musicas, bailes y cotidianidades. HAY QUIENES CREEN QUE LA CIUDAD SOLO EXISTE TRAS LAS TINTINELAS DE LAS AVENIDAS, LOS ESCAPARATES, LOS VIADUCTOS Y CENTROS COMERCIALES; si se vive en un tunel que conducira al "progreso" algun dia, la experiencia se empobrece hasta el punto de no reconocer que a los lados del camino se baila en todas partes, y que desde ahi se comunican mundos compartidos. como le hacen falta a algunos citadinos unos recorridos por esas barriadas estigamtizadas y por esos lugares de la "nostalgia". sera que el snobismo no los deja?
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