viernes, 28 de junio de 2013

Hace calor en la habana


El domingo, después de una jornada de caminata por la montaña, volví a pasar por el barrio y la calle de mis primeros pasos, y ahí visitando una familia entrañable me volvieron a poner el tema de la paz; Doña Rita discutía con su nieto que quiere irse de soldado profesional y le decía; “no mijo espere, que la guerra nunca fue negocio, y además Santos va a hacer la paz y entonces ya no volveremos a necesitar soldados profesionales, y el nieto respondía: “pero es que la guerra está en la cocina y en la olla porque no hay comida pa´ sus bisnietos vieja, entonces ¿Qué hacemos?, toca es que resolver con lo que sale y lo que tengo es una libreta de primera; para eso, pa´ ir a guerrear”. Yo me vine caminando en medio de un calor infernal por la ladera de Cali pensando en Rita y en su vástago y en los vástagos de él y me dije que lio que tenemos…

El lunes quise hacer una tregua y hasta un tratado de paz con varios asuntos de la vida laboral y personal que no me dejan dormir y que me consumen las semanas, pero pude comprender la razón del nieto de Rita; la guerra que está en el cotidiano no se resuelve así no más de buena voluntad, ni poniendo la otra mejilla, ni quedándose esperando que otros resuelvan en la Habana lo que tiene que ver gravemente con todos; se requiere creatividad y paciencia para no terminar en el bando de la guerra, asunto que lo puede llevar a uno a ser parte de los ultra-gran-colombianos; emblemática pilatuneria esta que con globalizada y mediática posición nos va colonizando las entendederas y los corazones, como este calor que nos invade por estos días. Otra vez, que lio.

El martes tuve la oportunidad de escuchar durante dos horas en el centro de convenciones del pacífico a los negociadores “plenipotenciarios” del gobierno nacional en la mesa de la Habana para efectos de lo que han llamado “el fin del conflicto armado”; con aire acondicionado y con poco público entre otras cosas, asunto que inquieta respecto al interés ciudadano por los procesos de la reconciliación nacional. Como son tantas las inquietudes me perdonan que enumere las sensaciones y conjeturas que me deja este diálogo.

1. El poco público que se dejó ver las pisadas por allá puede indicar que la ciudadanía de la región está out y que no se mete en lo que de verdad importa, o que la gente está apática porque la trama de la telenovela habanera no tiene galanes, ni princesas, ni dramas, ni tampoco ultra gran mega colombianos, así algunos se den esas ínfulas; de pronto es que la invitación circuló poco y con inscripción restringida, entonces los buenos caleños prefieren no ir donde no los invitan, -claro que a la Habana tampoco nos han invitado-; pero quizás es que el anfitrión, el que invita es un poco impopular por estos días, a propósito de las gran colombianadas hazañas de los ingenios y del agro-ingreso seguro. Los caleños dirán: ¡No vaya a ser que me tomen una foto con Andrés Felipe o con alguna marca de azúcar refinada!.

2. Es de muy mal gusto, como una pilatuna desafinada del gobierno de Santos, como de vivo bobo, que en una contienda como la que se vive, uno de los contendores deje a su interlocutor pegado a una palmera caribeña y se venga él solito, como en voz baja a “informar”, sobre los “resultados de la negociación” con una jerga higiénica y aséptica y con una retórica venida de la pragmática gringa y del liberalismo trasnochado que el país no entiende y no va a entender; sobre todo el país que no va a las reuniones de rendición de cuentas con empresarios y gremios, - las fuerzas vivas del país dicen, y vaya que si son vivas…-  ¿y los otros ciudadanos?, ¿los de a pie?, ¿las organizaciones sociales y comunitarias? ¿los gestores culturales?, ¿las gentes del barrio qué?, con esas formas de concebir y tratar la ciudadanía se entiende que no se pueda ir a la Habana, pero ya que nos sometan a un régimen de desinformación esta pasado de nota.

3. En gracia de discusión debo decir que los voceros gremiales fueron proactivos y expresaron su libreto con prudencia y esperanza, políticamente correctos: que haya seguridad jurídica, que haya confianza inversionista, que no se cambie el modelo económico, que no se reformen las instituciones ya pactadas y que las reformas sociales sean moderadas y no atenten contra la gran empresa agroindustrial. Ah… y que esperan que se financien algunas cadenas productivas para integrar al verdadero campesinado…

4. El presidente del congreso jugando de local, aunque parecía visitante de marte, expreso claramente el problema de la representatividad de los guerrilleros para hablar de reforma alguna, de la civilidad como primer criterio para estar en política, y fue claro en que constituyente ni por el chiras, se necesita una entrega de armas rápida que no afecte el calendario electoral. Es decir, tampoco se quiere reforma política, no es necesaria para “la unidad nacional”….

5. En seguida habló Humberto de la calle que más bien parece de la casa, de la casa Uribe; en realidad al escucharlos detalladamente es claro que las diferencias entre Uribe y Santos son tan mediáticas como el premio del gran colombiano. Él se ocupó de presentar el proceso global y fue repetitivo en afirmar que el proceso es entre el gobierno y los insurgentes, para definir el fin del conflicto y la entrega de armas, mediado por el compromiso de superar algunas “asignaturas pendientes del país” en el plano de lo rural, la convivencia y la democracia, que además están en el programa de la prosperidad democrática. Todo lo que se haga, se hará sin comprometer para nada la arquitectura del estado, ni la economía, ni los derechos a la propiedad, ni los TLC.

6.  En seguida se vino el tiempo del conversatorio. Diego Martínez, vinculado con el periódico el País, coordinó con algunas preguntas ácidas el panel y hablaron básicamente cuatro personajes  sobre lo agrario (Sergio Jaramillo, Frank Perl, Humberto de la Calle y Harold Eder). Fueron claros en hablar de un programita rural que no compromete realmente una política agraria, sino que quizás permitirá mejores condiciones para la explotación del campo y expresaron palabras más, palabras menos que han estado en un proceso de ilustración con los guerrilleros sobre perspectivas contemporáneas de la sociedad, el estado y la política; que están, según ellos, bastante desactualizados… ¡qué calor hacía, a pesar del aire acondicionado!

7. Cuando alguna pregunta seleccionada de las enviadas por escrito por el público asistente inquirió ¿para qué entonces están sentados negociando? dijeron que por momentos el diálogo era bueno y constructivo, cuando los guerrilleros no se ponen maximalistas, o en los instantes en que les asiste la prudencia, y que el problema es el alboroto que a veces los saca de la agenda acordada; pero a pesar de esos obstáculos mentales, esperan avanzar los proactivos “plenipotenciarios”.

Yo regresando del evento, en medio de un calor que no tiene nombre, pensando en Rita, su sobrino y  la Habana, pensé que lejos están los señores de la Habana de entenderse entre ellos y de entender las angustias del país. El problema es que la sociedad está dormida, no se levanta, se han deprimido las fuerzas de encuentro, y toca ver como se despiertan las bases de la dignidad de la sociedad, porque de lo contrario, ni  habrá mucho para echar a la olla, ni se podrá caminar por las calles de la infancia, a propósito de que estos príncipes creen que haciendo un programita rural van a resolver el problema de un país urbano lleno de desplazamientos internos y exclusiones; se requieren reformas políticas, reformas sociales, nuevos modelos económicos y ambientales y si no entonces ¿para qué el dialogo?.

Los diálogos deben, según los plenipotenciarios, terminar con resultados prontos; ya quieren salir de eso, tienen afán y a uno le da la impresión de que si hay algún proceso en ciernes, apenas está comenzando… como este verano caleño que sofoca; uno quisiera que moderara el calor y que alguna propuesta seria de paz saliera de la Habana para el país nacional; ¿será que esto que digo con esperanza es maximalista?, ¿será que Doña Rita tiene esperanzas maximalistas?, qué lio, qué lio…

miércoles, 12 de junio de 2013

RUMBA, SALSA Y CIUDAD.


RUMBA, SALSA Y CIUDAD.

 

…el espíritu no existiría, ni sus valores o sus datos, si el cuerpo,

 que por lo menos lo transpiro no hubiera estado allí, ()

nunca hubiera nacido una idea sin el trabajo efectuado

un día por el cuerpo.

Antonin Artaud

 

Decir que Cali es salsera es un lugar común. Es cierto que aquí la salsa la llevamos dentro, pero la salsa no es una música; son varias camaleónicas músicas; lo que pasa es que la salsa precisamente son músicas de varios géneros y estilos que confluyen en un gusto que también es plural. No hay un solo gusto en nuestras músicas afro caribeñas urbanas; pero bueno, por aquello del embeleco de la tal industria cultural hemos terminado volviendo una identidad aparente lo que son varias formas de vivir que se comunican, compiten, pelean, también se aman y  abrazan, es decir lo que es un campo de reconocimiento social profundo…

No es que se esté contra el hecho de que las orquestas sean famosas, que los bailarines vayan a Europa, que los locales salseros se les llenen todos los días a los amigos que luchan para vivir de la rumba, que se vendan y comercialicen las músicas que nos gustan, o que disguste que cada vez más la ciudad de Cali se llena de extranjeros buscando el dorado de la salsa. Total ya sabemos que son cuatro pasitos: uno hacia atrás, uno lateral, uno hacia adelante y uno cruzado que se rompe con el golpe de cadera, ese que rara vez lo logran los extranjeros porque su clave es armónica y sus cuerpos no logran identificar el ritmo que ponen los cueros; eso sólo se logra si la música se lleva adentro, y se lleva adentro si nos criamos escuchándola y sintiéndola desde la infancia; por eso bailar aquí no es cuestión de hacer gimnasia, es más bien un asunto de mirarse a los ojos, de contemplarse, de hacerse fintas, de sentir el cuerpo que solo se obedece a sí mismo. Si uno nació en el mundo popular caleño, puede bailar sin necesidad de azotar los pies, ni de desgarrarse un brazo, y mucho más aún, se puede bailar sin hacer coreografías circulares o espirales; también se puede bailar sin sentir que se está al centro de un espectáculo pelando la muela; como si se estuviera en un comercial de dentífrico.  

El problema de la industria cultural y su relación con la salsa en la ciudad es que establece con su afán de vender y vender un canon externo, tecnicista, canónicamente mentiroso; éste asunto sería menor si no fuera porque termina generando una psicología social postiza, una banalización de nuestros sentimientos colectivos y de nuestras simientes culturales. Veamos  algunas situaciones que ilustran esta realidad que para mí no es sólo un asunto de política cultural tal como le gusta decirlo a nuestra tecnocracia criolla.

Hace pocos días, ingrese a un espacio cultural en Bogotá con dos religiosos procedentes del litoral pacífico; en el sitio nos saludamos con el dueño y  una amiga común que nos estaba esperando. Había una exposición de obras plásticas de artistas caleños que se acompañaba con una audición para la ocasión y la consabida presentación de bailarines llevados de la cepa caleña; el dueño del lugar rápidamente socializó que visitábamos caleños el lugar y mientras nosotros hablábamos de la tarea que nos llevó a la capital, desde varias mesas nos miraban con simpatía como invitándonos a salir a la pista; los bonaverenses amantes de la pintura, estaban fascinados con la exposición y no se enteraban del sonido ambiente;  mi amiga y yo, ya muy bogotanizada ella, nos ocupamos de sacar los respectivos cuadernos para desatrazarnos, por ahí en un momento ella movía sus hombros para acompañar un nota musical y en la mesa de enseguida estiraban el cuello y me miraban inquisitivos como diciendo; “que descortés no ves que quiere bailar”. Al fin una pareja se anima ante la falta de valor de los caleños y comienza la función: nos bailaron sonido bestial acelerado con una arritmia insufrible mientras nos miraban retadores. Mis acompañantes volvieron a la mesa para cuatro y enseguida con un breve anuncio salió “la pareja caleña” a la pista, los aplausos sobraron, el improvisado presentador les señala como procedentes de Siloé y de Aguablanca, los sectores populares emblemáticos de la ciudad; la acrobacia se puso de tacón alto, las músicas suenan con tilde, brevemente todo el salón se mueve maravillado…

Al terminar su función los hicimos pasar por la mesa, resultaron conocidos de vieja data; ella es del barrio Salomia y él del Refugio, estudian en Bogotá respectivos posgrados y tratan de mantenerse en las redes de dobles televisivos y de compañías de danza contemporánea; bailan seis horas diarias. Pregunté por qué se presentaban como originarios de barrios populares; la primera respuesta es que sus padres son de Siloé pero ellos no; en la segunda respuesta fueron más sinceros: “es asunto del representante, es parte del contrato”… salimos rápidamente del lugar, el frío nos acosaba y la agenda del mañana nos preocupaba. Al salir: bueno caleños nos quedaron debiendo el bailado ve… los amigos del litoral dijeron que tal que nos hubiera tocado que bailar, habríamos decepcionado al respetable

En días pasados di una vuelta por la rumba de la juventud con un amigo al que le comente el incidente capitalino y nos animamos a darnos una ronda por las salas de baile y aquelarre de tiempos universitarios que aún hoy gozan de gran prestigio y reconocimiento, incluso a nivel nacional e internacional, salsa de frac y etiqueta, tal como los venden las agencias turísticas.

Fuimos al sur por la 39, pasamos por la quinta y nos dirigimos al norte a nuestros viejos recorridos noventeros; en cada lugar saludamos y pedimos un breve aperitivo. Los sitios ahora son más impecables que antes, hay más asepsia, tienen más brillo y la atención es más personalizada. Sin embargo, para nuestra sorpresa encontramos un danzar clonado, ligado a extensas horas de preparación corporal traducidas en un melcocheo postizo lleno de formas prefabricadas; se nota el mismo baile musculito, la misma sonrisa, los mismos movimientos que se hacen con precisión y “conocimiento”; nos quedó un sabor de monocultivo cultural, de desierto espiritual, de vaciamiento de sentido, de pérdida de lo incunable, pérdida del callejeo que es goce y apertura al mundo que es también sinsentido, sinrazón, abandono a la sangre que es espíritu como diría el viejo Nietzsche.

Después compartí estas impresiones de sábado en la noche a una danzante consumada de compañía salsera: me dijo que para todo hay espacio, que en el barrio se vive diferente y que lo que está pasando está asociado a una búsqueda común de ciudad, que hoy son muchos los que viven de la industria salsera; me dijo que en su trabajo como instructora  de baile llegan gentes separadas, jubilados, solteritas y solteritos a superar el estrés, ninfas y golfos a adelgazar y gentes que necesitan canalizar su energía y no encuentran cómo.

En otras palabras la maestra de salsa, me puso el horizonte de la crisis clase mediera de amplios sectores de la población que no saben si son chicha o limonada; crisis que está en la corporalidad individual sin duda, pero también en el cuerpo social; así la salsa se ha vuelto una marquilla de circo para ciertas elites venidas a menos y en una terapia para las medianías urbanas. Es decir para los medio pobres, los medio adultos o medio jóvenes, los medio traumados y los medio solitarios, los medio caleños; y eso incluye a propios y foráneos que andamos empantanados en este barrunto de mundo, tratando de encontrar una bahía o un archipiélago para el corazón, mientras sólo se ven acantilados y agua mala por doquier;  por eso se baila desesperadamente como consumo, por eso se repiten los pasos y las sonrisas y las formas de llevar el cabello y los quiebres del cuerpo que son exorcismos con piruetas de carnaval. Pero digámonoslo, debajo de eso está un gran desgaste de emociones que acumula billetes para unos, y estereotipos culturales para las mayorías que lejos están de decir algo de nuestro mundo urbano y de nuestras sensibilidades más entrañables.

Y mientras tanto, más allá de la ciudad gótica; en el bizarrismo de los barrios, en el lunfardo noctambulo, la salsa y su bailao se mezclan con todo, se embarran con todo y se enuncian desde lugares nuevos y viejos con otros ritmos y otras formas de pisar y amacizar que van amaneciendo; en calles famosas en el barrio por su saboreo mami, en tiendas, parques, esquinas y ventas de comida que se adecuan como curvas para escuchar y pa´baila y goza la melodía. Se digiere así la nueva salsa con los viejos ritmos y se mezclan con modas que siempre pasan dejando otros sedimentos para el mismo ritmo; emergen así los rumbeaderos golondrina que abren un día aquí, cierran y abren otro día allá. Emergen nuevas instituciones salseras que recogen, reciclan, mezclan y educan oídos, arterias, manos, rodillas, espaldas, ojos y miradas para que abracen en medio de la ventisca urbana que es negrura y cimarronismo peregrino que junta imágenes y memorias de ríos, cordilleras y litorales, con avenidas y callejuelas olvidadas de los gobiernos y de las empresas de una modernidad existencial fracasada.

Anacronismo este del que estoy hablando dirán unos, esperanza de revuelta diremos los menos, enunciando que un día de estos el pueblito que se vive diferente de esquina a esquina, no va aguantar tanta postiseria y entonces ya vamos a saber qué es lo que se cocina debajo de esas múltiples formas de bailar, que insisto no son una sola, como no son lo mismo las empanadas del barrio Barberena que las del barrio Santa fe o las de San Marino, como no es lo mismo una bailao sobao como el del Lavadero, juvenilisimo y negrísimo en los barrios del nororiente, que el azote de la baldosa del Anacobero que viejotekea en el barrio Guayaquil, o la rítmica conexión entre abrazos y caderas que se siente en el Ben Ben del Barberena, como si los vientos y los cueros se fueran de romance desenfrenado entre la nocturnidad de la luna y la espera del amanecer citadino con un sol que suele hacerse esperar hasta el ocaso de la bruma…

En fin, lo que pasa es que en el bailar habitan espíritus de atrás que van mirando e inventando desde su angustiado pero gozoso espectro, como el Ángeles Novaus de klee, una redención que es discurso de los cuerpos, susurros que no se dejan interpretar, ni atrapar, que no caben en una coreografía porque son indisciplina, degenero de la métrica rítmica, vida guardada en humores, vientos que embomban camisas, que levantan faldas, que abrazan cuerpos y espíritus y fantasmas y futuros en medio de sentimientos comunes, que solo están ahí porque están pegados entre un todo que es la vida misma, compartida eso sí. Palabras que son tambor, tambor que es arrullo, arrullo que es dolor, dolor que es esperanza, esperanza que es añoranza, añoranza que es amor, amor que es cuerpo que se abraza porque un abrazo es lo que somos mientras bailamos...

Sé que hay varios amigos y amigas que sienten esto mismo de lo que se está hablando aquí, parados en el hoy de la ciudad; incluso sé que hay unos que están que se escriben en medio de ese sentimiento que llevan dentro, por eso quiero dejar que esta reflexión siga y que tenga un próximo capítulo a varias voces...

Vos que pensas ve…