A propósito
del nuevo ciclo Maya, aquel que tantos temores generó por el siempre posible
fin del mundo en el 2012, es indudable que estamos en nuevos ciclos, nuevas
emergencias de mundo, nuevas configuraciones. No son pocos los síntomas de las
nuevas formas: los glaciares han elevado su velocidad de deshielo; los países
bajos pronto quedarán bajo el mar; un papa renunció y es emérito; otro, llegado
del sur, es jesuita pero se puso Francisco y lidera una nueva congregación de miles
de feligreses principalmente occidentales que se han hecho incrédulos ante
pruebas incontestables de inmoralidad clerical; un asiático joven desafía a los
gringos con un dedo en el dispositivo nuclear; los pueblos africanos se
devastan en luchas con la prótesis nacionalista heredada del colonialismo; los
europeos no salen de la resaca de sentirse pobres y les duele porque no tienen
moneda circulante para comprar (¿cómo vivirán ahora?); los gringos no saben qué
hacer con el excedente de armas que quedan en sus salas (las que no les venden
a los países que tienen bajo su dominio para que nos matemos), y ahora su
preocupación es la deuda fiscal que principalmente tienen con los chinos y el
hecho de que su gran enemigo, las drogas, entró en franco proceso de
legalización (¿cómo controlarán ahora su sociedad narcotizada?). Podríamos
seguir, pero ante la avalancha de sucesos es mejor parar para no generar la
sensación de que de verdad el mundo se nos cae ente los ojos.
Pero si en la
metrópoli llueve, por el sur no escampa: se fue Chávez, uno de los polémicos
líderes de la primavera latinoamericana, y lo hereda Maduro, que casi no lo
logra pero la derecha extractiva de Venezuela lo tiene en la mira; en Paraguay
ganó la presidencia un uribito con tufillo de mercachifles. En Colombia, por su
parte y para variar el decorado, la guerrilla de las Farc negocia con el
presidente Santos su desmovilización en medio de un ambiente poco propicio para
reformas; o sea, están acordando el aviso legal para hacer política, pero dadas
las coyunturas recientes en América Latina parece que se están demorando mucho.
Mientras tanto, vemos desgarradamente cómo se implementa la locomotora minera y
cómo se reforma el sistema nacional de salud en función de los intereses
mercantiles. ¿Se han puesto a ver las colas de la gente en las ciudades fuera
de los hospitales para que los atiendan? En fin, aquí también, dados los
sucesos, parece que se va a caer el mundo, es decir, el país. En medio de su
invierno y de su oscura noche también se va a caer; ¿pero cómo se va a caer si
escasamente alguna vez se ha levantado? Y sin
embargo, de milagro ni el país, ni el mundo, ni la ciudad se caen.
Hace pocos
días, una mañana el árbol de grosella tuvo su segunda cosecha y alegró con
dulce y sal los diálogos en el hogar; las canciones que sonaron el viernes en
alguna calle olvidada alimentaron la fraternidad entre los amigos y aun hoy cada
uno sigue tarareando esas canciones; los vecinos que visitaron el sábado el
balcón de la casa recordaron los buenos momentos compartidos que nos han traído
hasta estos días; si hace falta dinero, los amigos están ahí rebuscando para
corresponder la urgencia en una épica heroica marcada por la reciprocidad; mañana
la sobrina o algún familiar se gradúa del bachillerato o de la universidad;
otros amigos, a pesar de los usureros de la tierra y de la construcción,
compraron un apartamento propio; el parque olvidado por la municipalidad fue
peluqueado el fin de semana por todos los vecinos; el profesional que echaron
de la empresa salió ayer domingo a la ciclovía a vender jugos con toda su
familia y está tan contento por el gusto jugero de los caleños que hasta le
agradece al desgraciado patrón que lo echó; también es cierto que algún hombre
o alguna mujer llora por la ausencia de su amor, pero sabemos que es de esas
cosas que implican estar en el mundo; una gata no dejó dormir anoche en algún
techo cercano y en la mañana supimos que fueron seis los recién nacidos mininos.
Como pueden
ver, los mundos que habitamos se sostienen en acontecimientos cotidianos que se
respaldan en prácticas de buena voluntad de las gentes humildes y ordinarias. Los
grandes hombres –que eso se creen– no entienden que la sociedad se arma de esas
sencillas relaciones cotidianas, aquellas que no son habitadas por la pretensión
de SER ALGUIEN distinguido lleno de importancia. En general estos
PERSONAJES que son alguien habitan la inmediatez del
suceso, la pequeñez de la representación política, la angustia de los recursos
y de las necesidades, la vanidad de las respuestas inmediatas; andan diciendo
que el mundo se va acabar y además se ocupan de hacernos sentir que ellos son
la solución, la respuesta, la salvación; pero el mundo lo sostienen aquellos
que pueden percibir, vivir y actuar en los acontecimientos, porque entienden
que el mundo es compartido, que lo vivimos en el arraigo natural, en los ritmos
vegetales y animales que nos constituyen como cuerpos individuales y
colectivos, en una danza que va y viene, en esa intimidad cotidiana, en medio
de “la hoguera de ilusiones” y del arrume de edificios y aparatos inservibles.
Si se trata de los sucesos, este mundo ya es un fantasma; si se trata de los
acontecimientos que se acunan en un caminar que es danza, en un pensar que es
sentido y un sentir que es pensado, entonces sencillamente el mundo es un
devenir que se transforma con nuestras formas del estar cotidiano y con nuestra
capacidad de descentrarnos de nosotros mismos para ver el mundo en otros ojos.
¡Qué sencillo y qué difícil es ejercer una política de la vida que no sea
cooptada por el fetiche del Estado, del partido, del mercado o de la publicidad,
que ejercen sus tiranías invisibles sobre nuestros trayectos vitales!
Bueno, se me
puede decir que estoy siendo unilateral respecto de la relación entre los mundos
institucionales y los mundos cotidianos y además que existe una relación de
interdependencia entre los espacios y relaciones de poder global y los
micropoderes localizados, o en otros términos, entre el país político y el país
social. No desconozco eso, pero creo que hay una orfandad de propuestas
políticas que no se agoten en la instrumentalización institucional, en el
comercio de personalidades globales y en la politiquería, que excluye la
posibilidad de la interacción social no vertical. Necesitamos más perspectivas
oblicuas, elípticas, transversales de la política, para que todo no se extinga
en la obsesión devastadora por mandar y por distribuir unilateralmente recursos
según necesidades la mayoría de las veces fisionadas. Por lo pronto, creo que es
importante ocuparse por el gato del tejado, por el árbol de grosella y por hacer
campaña para tener más familia, más amigos, mejores vecinos. A lo mejor por ahí
nos encontramos una propuesta política de sociedad que valga la pena…