Que cantidad de lugares comunes:
que “ni un día nuestra generación ha
vivido este país en paz”, que “queremos
dejarle a nuestros nietos un país en paz ya que no hemos podido dejárselos a
nuestros hijos”, que “tenemos que ser
capaces de romper la inercia del conflicto para reconciliarnos de verdad”;
en fin, todas ellas retóricas retorcidas y platanizadas de un discurso hecho
para convencer, dicho siempre por sujetos del país político que no están convencidos
del cálculo de la paz, porque el problema es ese. La paz es un asunto de
cálculos y ahí estamos mal ya que el dolor de cabeza de los bachilleres colombianos
en el último siglo ha sido la clase de cálculo y porque los gobernantes, para
creerse estadistas, se van siempre al extranjero a aprender a gobernar con estadísticas;
confunden la estadística con ejercer éticamente el gobierno de las
instituciones y por eso una cosa pasa con lo que se le echa al fogón en los
hogares y otra con los indicadores del costo de vida. Por eso tenemos el país
que tenemos, porque no le hemos calculado a la apuesta colectiva y en cambio sí
todos, sobre todo los que usan la retórica política, le echan cálculo a sus
propios intereses: “reelección”, ”formar el nuevo partido porque el que se compartía
con otras tendencias no ha caminado”, ”traducir en gobernabilidad regional y
local el poder militar sobre el territorio”, ”generar confianza inversionista”,
”explotar los recursos naturales en zonas a las que hoy no se puede entrar”,
“que alguna tierrita de la que van a repartir me toque a mi”, cálculos y más
cálculos; y es que el cálculo y la probabilística son hijas de la “modernidad”
que nos agobia, se centra en una sola racionalidad, se concentra en el diseño a
partir de la cuadrícula, apunta a la solución de un problema, y sobre todo
conduce a una salida final pensada desde un sujeto que piensa su propio
pensamiento, es decir el cálculo es la guerra. ¿Cómo vamos a encontrar con ese
método la paz si este es un país que tiene muchas racionalidades? sí requiere múltiples
diseños, sí tiene que resolver varios problemas, no sólo el tema de las armas,
sino también el tema de las ollas y lo que se cocina dentro; Cómo vamos a resolver con el método del cálculo
una solución final a partir del afán de dos actores si en cada esquina de
barrio y en cada vereda encontramos actores diversos que tienen que ser tenidos
en cuenta…
A mí se me vienen a la memoria, a
propósito del énfasis de nuestras culturas en el olvido, varias imágenes
desordenas que seguramente son parte del pacto generacional que guardamos
aquellos adultos criados en las ciudades setenteras y que hoy en la adultez
vemos con cierta incertidumbre otro episodio de la novela que tiene por título
y prólogo la paz, pero que suele tener epílogo de guerra…
¿Qué hacemos con los relatos de
los abuelos e incluso de los padres de entonces, que nos llegaron a las orejas
hasta la experimentación infantil de la neurosis?, el terror de Sangre Negra y
de Chispas, el relato del Cóndor nunca faltó, la miseria del corte franela y el
lenguaje fatídico de los colores que animaron el genocidio; pero aquella
historia de Guadalupe Salcedo tiene punto aparte para la inauguración del mito
de la paz como el señuelo de la traición… se dice desde entonces que hacer la
paz es tan o más peligroso que hacer la guerra; se ha impuesto desde entonces
un sentimiento colectivo que adjetiva la empresa de la paz como un asunto
delicado; si no hay garantías mínimas es mejor no hablar de eso. ¿Pero quiénes
son los pactantes?¿Serán solo los del cálculo político?
¿Qué hacemos con el recuerdo de
millones de colombianos que han peregrinado del campo a las ciudades para
arrancarle a los especuladores de la tierra urbana un pedacito para construir
el nicho en la barriada? Ya nuestros padres aquí en las incipientes selvas de
cemento nos pusieron en la tarea de coger un pedazo de tierra y tocó aprender a
protestar, a ir a la huelga por servicios públicos; a hacer la minga mientras
los padres iban a pedir un cometida de energía, una manguera de agua, una ruta
de transporte a los doctores; si así se hizo una generación en la calle, en el
jolgorio, en gallada, en la protesta mientras no entendíamos porque los padres
tenían rostros tan serios; porque sus silencios y porque insistían en andar
detrás de los doctores del Frente Nacional, si era la gente humilde la que
cargaba y los doctores los del sancocho de gallina y del aplauso en cada visita
a la pobresía. Y ahora en la nueva mesa de negociaciones se habla de reforma
agraria y el pueblo sobrevive o muere en las ciudades que se fueron inflando
por décadas de expropiación en los campos…
¿Qué hacemos con el recuerdo
adolescente de salir a pedir calidad en la educación, educación pública de
verdad y de haber terminado tratados como terroristas por el gobierno de Turbay?,
Turbay con su estatuto de seguridad, tratado a la juventud urbana y a sus
justas reivindicaciones con las patas, mientras ese mismo gobierno se hacia el
de la vista gorda, e incluso ponía sus manos ligeras en la bonanza marimbera
que continuaría con la expropiación y el despojo en los campos. Más desplazados
para las ciudades, ¿será que en este nuevo escenario los dignos jóvenes de la Mane
podrán ser tratados de manera diferente a como trataron a nuestra generación?,
en el caso de mi generación fue el mal-trato a las luchas estudiantiles lo que
nos enseñó contra quien era la guerra; no era entre armados, no señor. Piedra
contra bala se decía en aquel entonces; sería bueno hacerle otra vez la memoria
estadística a las matanzas de finales delos setenta e inicios de los ochenta,
para que veamos el porqué del crecimiento de los grupos de “bandoleros”
forjados en décadas pasadas.
Nos tocó también ver a Belisario Betancur
por televisión con su hablar pasito de abuelo poeta tratando de movilizar una
predica perezosa para apaciguar los ánimos rebeldes y de reconvertir con muy
buenas intenciones las posibilidades de pensar en clave de país. Lo bueno
también hay que recordarlo, Belisario inició todo el camino de la reforma
descentralista que le hizo hueco a las élites hacendadas e industriales y a los
gamonales regionales, pues les tocó comenzar a disputar y compartir los
gobiernos locales con sectores que siempre fueron invitados de piedra. ¡Ahh!
pero el epílogo de ese acápite de la historia nacional mostró el desmadre que
fuimos armando a partir de una escala que traspasa las fronteras nacionales: Con
paramilitarismos remozados, nada más ni nada menos que el MAS pasando del
machete a la metralleta y a la motosierra, con alianzas de los gamonales con
los nuevos ricos de la harina maldita, con la estética traqueta paseándose por Cali, Medellín, Bogotá, San Andrés, Cartagena, y
por los parnasos exclusivos y por la moda y por la televisión y por la radio y en
el fútbol y en la salas de casa de casi todas las familias colombianas. Ya el
drama nacional cobraba otra escala asociada al viciecito metropolitano de
occidente, a la enfermedad de la modernidad individualista de meter drogas por
la mañana y por la noche. No se puede decir ahora que el problemita es que
somos traquetos, pero tampoco podemos decir que los que consumen tiene toda la
responsabilidad ¿Qué tendrán que decir los consumidores al respecto? ¿Quién
responde por la guerrita contra las drogas que armaron los modernos en este
pedacito de mundo?
Recordemos, recordemos que el
adusto Virgilio Barco que casi no hablaba, que no era tan meloso como Belisario
y que cuando hablaba las palabras le salían en español agringado -es que se crió
allá, era más de allá;- le tocó la pragmática, armó un Plan Nacional de Rehabilitación
para armar una piadosa contrainsurgencia en los campos, ofreció armisticios que
concretó con taxis por millares a los “facinerosos” y mientras tanto se fue
desangrando lo que había de política de izquierda a punta de plan pistola; no
voy a recordar los muertos que todo el mundo recuerda, invito a que pensemos en
todos los anónimos que murieron creyendo que la guerra se puede tranzar con la
política, cuando históricamente la verdad es que se transa más con la economía;
por eso aunque en ese periodo hubo varias desmovilizaciones y pactos de paz, la
guerra se escaló, ¿por qué?, pues no fue porque hubieran terrenos para sembrar
café o plátano; todo se dispuso en el territorio para traquetear y para sacar
los minerales y por las fronteras para
sacar y entrar contrabando; el arma de la política y las armas de la soberanía nacional
se pusieron radicalmente al servicio del negocio más rentable que se
encontrara, los guerrilleros que se fueron pa’ la casa, muy pocos mantuvieron
una postura alternativa; los más se fueron a enfilar otras filas armadas o se
fueron para las microempresas tradicionales de la política…
Esas aristas en buena medida
definieron lo que se vino. Sí, nueva Constitución en el 91 pero no se tocó en
esa reforma ni a las fuerzas armadas, ni a la economía, lo cual ha implicado
que los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales son un juramento
a la bandera, son poesía; preguntemos por la salud, la vivienda urbana o la
educación del país. La guerrilla creció, el paramilitarismo también, el ejército
se profesionalizó en el oficio de la muerte. La élite del establecimiento
aplicó toda la receta neoliberal desde el Estado, los rebeldes aplicaron la
política de vender lo que se compra, los colombianos clavamos la cabeza en
sobrevivir, tuvimos una década de embrujo autoritario que significo más guerra
para la gente; los contendores no se han aniquilado, se han enfierado, se han
arrancado partes, pero cada uno ha desarrollado nuevas partes hasta el punto de
desfigurarse cada uno un poco.
Ahora se sientan a la mesa,
¿extrañamente? no, previsible. Desde el comienzo Santos dijo que tenía “la
llave de la paz”, como diciendo en la cancha común que él tiene el balón y que
si no lo dejan patear de primero se lleva el balón, y la insurgencia en otras
condiciones también busca que le presten el balón para “acabar con el
conflicto”; vuelvo a decir que está bien que hablen, pero ¿el diálogo con las
victimas qué?, ¿y las políticas sociales para enfrentar la exclusión y la
desigualdad campeante que? ¿ y las garantías para la participación política de todos
los sectores – no sólo para los señores de la guerra- qué? ¿Será que están
pensando que sólo con repartir tierra se logra el propósito de la
reconciliación? ¿y el territorio como espacio común qué? ¿y la tenencia y
conservación de los recursos naturales qué? ¿Y la democratización de la
economía? ¿y el desmonte del aparato de guerra qué?. En fin, se trata de preguntarnos si estamos
asistiendo a una negociación para ampliar monolíticamente la Unidad Nacional,
en cuyo caso el juego es de coordinación, muy parecido a lo que hizo la joyita
de Uribe en el Ralito con los paramilitares, si estamos hablando de una nuevo
pacto que inaugura otra etapa de la guerra contra el pueblo colombiano, o si estamos
hablando de la respuesta a problemas viejos y nuevos del país desde una nueva
concepción de sociedad, de Estado, de ciudadanía; de una reforma moral y
cultural que es proyecto para todos y todas. Muchos quisiéramos pensar que se
están abriendo las puertas para un diálogo nacional, sólo con una dinámica así
podremos realizar una reforma moral de la sociedad, es decir un cambio cultural
de alcances generacionales que implica mucha adultez, pero también mucha
infancia, en el sentido de entender la infancia de este país que a pesar de los
eufemismos se juega a la muerte todos los días. Es bueno que en estos tiempos
todos y todos hagamos nuestra propia memoria y nuestro propio balance. Después
que no se diga que no hay métodos diferentes a la estadística para construir un
país mejor…