De esas
cosas de la noche humedecida; no había cerca siquiera una
esquirla de calor que te acogiera; había urgencia en la avenida de un carro
amarillo que salvará del frío. En la soledad del andén uno de los tantos vehículos
de servicio público que hay en la ciudad apareció de repente con la luz de
LIBRE encendida. El carro estaba a media vida, en regular estado para ser un
taxi; lo necesitaba con apremio y apareció cuando ya perdía las esperanzas de
que alguno me parara.
Entre
apresuradamente, al cerrar la puerta sentí el fogonazo de calor que envolvía
todo el entorno; sonaba La vamo a tumba
a todo volumen… Yo le hice de inmediato un comentario al conductor sobre lo decembrino
de la música; era un hombre de bastante
edad, de cabellos plateados y de apariencia muy limpia.
-
Si le
disgusta la apago – me dijo -
-
¡Ni más
faltaba hombre! Lo que pasa es que en la calle había silencio y frío y usted
tiene movido este taxi, es cuestión de adaptarse no más, pero ese tema es
sabroso. – Contesté-
Después de
la canción bulliciosa siguió un fragmento de noticias. Yo le demande música
para seguir animando el trayecto y escapar de la rutina informativa en un país
a la deriva. Con la maña que da la
espera en un semáforo nocturno sacó de la guantera una memoria USB y la instaló
en el equipo, graduó el tema y lo soltó: Puso Adiós Madeira y comenzó a tirar paso con la cabriola. El tema
sonaba como los dioses en la ruta de La Autopista Sur.
Le pregunté automáticamente,
por ese gusto, me parecía por la pinta que podría ponerme más bien un bolero o un tango; el bailarín al
volante me pregunto si era de por aquí y por mi edad. Le respondí con acertijos;
enseguida sonriendo, mientras ya sonaba el dulcerito de Joe Quijano,
vocalizando Paquito Guzmán, el viejo se me desdoblo: se presentó como don Manuel
Borguil y me habló entre risa y dolor de su migración de Candelaria Valle a
Caracas, como operario de una empresa naviera; dijo en breve como llego a quedarse quince años en el Este de la capital venezolana
entre gente de la clase trabajadora de los barrios San Agustín, La Pastora, y
el 23 de Enero. Recordó sus
noches caraqueñas escuchando y danzando mientras Ray Pérez tocaba en un barcito
setentero o en una verbena popular a cielo abierto. Habló de su estadía de
migrante, de los hijos extraviados, de ser ciudadano de tercera en un país de
enclave petrolera gringa, de su familia en la distancia, de su sobrevivencia, de
su gusto por la música “de verdad” que ahora solo disfruta en la sala de su
casa, o en alguna ocasión en la cual la noche está fría y algún parroquiano le
pide melodía para que pregone su memoria.
Le pague el
doble de la carrera; El no entendió porque le daba más plata, Pero se fue
contento y yo también.