jueves, 26 de septiembre de 2013

Otra parte en la noche



En este bar, te vi por vez primera
y sin pensar, te di mi vida entera
en este bar, brindamos con cerveza
en medio, de tristeza y emoción
en este bar, se hablaron nuestras almas
y se dijeron, frases deliciosas
en este bar, pasaron tantas cosas
por eso vengo siempre, a este rincón


Antonio Machin



Las tramas que se juegan entre la luz de la ciudad y las sombras de la noche, se hacen con el lápiz del miedo y el terror; no es menor el hecho de que se asocie la nocturnidad con lo tenebroso, lo peligroso, lo tinieblo y que lo diurno se ligue con la iluminación, la productividad, incluso con la familiaridad y el despertar vital de la población; de ese tipo de fronteras y divisiones imaginarias surgen a veces formas de comportamiento moral que espacializan acríticamente lo que es bueno y malo en tiempos y lugares; así se define irreflexivamente lo prohibido y las rutas de lo correcto en la vida colectiva. Afortunadamente contra el miedo operan las expediciones cotidianas de los transeúntes urbanos que se dejan bogar sobre los mares de avenidas, que viajan entre ríos callejeros surcando laberintos de ladrillo tras el oro de los besos, de abrazos y palabras que son promesa de encuentro y placidez en el arrullo de músicas profundas

Viendo un informe periodístico reciente que demoniza la noche y los lugares de encuentro nocturno, me puse a pensar en experiencias que establecen diferencias entre el desorden consumista que alindera en la perversión y la apertura de espacios que con facilidad son catalogados como barbaros mientras en realidad son otras formas de vivir entre lluvias de luceros. Es cierto que la ciudad es mortal si uno no se sitúa en la geografía urbana con mesura y prudencia, es cierto que hemos hecho de campos y ciudades verdaderas factorías de exclusión y muerte, pero no es tan cierto que las noches musicales y bailadoras sean sinónimo de ese síntoma de tanatos social, porque la noche se escribe con voces y sentimientos cruzados que toman posesión del espacio circundante formando con ellos contornos de un universo más amplio, portador de su propia perspectiva de vida, de su propia alma peregrina viajando por la escena citadina.

Perdiéndome un poco en esa idea, mientras observaba la prensa local y los noticieros regionales trayendo el reciente trauma bogotano en un mortal after party para poner la marca fatal en la noche caleña, me acorde del bar de don Fabio que funciona en el centro de Cali hace unos veinticinco años y pensé en Mónica, mujer de rostro sonriente que siempre recibe a los clientes con una alzada de ceja y el interrogante ¿Qué le servimos?, mientras gobierna desde la barra un salón que ocupa el centro de una manzana llena de talleres de tipografía al cual se accede por una imperceptible puerta; lugar de ocurrencias, patio perdido en el tiempo, invención de una gravitación sentimental que denuncia la utopía degrada que es la ciudad para el peregrino, la latencia del lugar, geografía que es pensamiento bailado, vivido con los ojos perdidos en el horizonte...

Debo decir que Fabio se fue hace algunos meses a descansar de este paisaje terrenal; el negocio siguió con Mónica que por largo periodo estuvo ahí. Ella se hizo cargo del lugar como si Fabio se mantuviera descansando, pero mirando cómo van las cosas; al punto que los asiduos visitantes no saben si van donde Fabio o donde Mónica, aunque en realidad siempre terminan pensando que están los dos gravitando en la atmosfera urbana del barcito en medio de una soledad esencial acompasada por músicas rumberas y arrabaleras, donde se enseñorea el bolero, se bailotean salsas de varias tonalidades y si se apura un poco la barra, tangos salen a hacer eco como si repicaran campanas de pueblo en la lucha por encontrar destinos en otros parajes del mundo.

Así son las cosas por allí; se dejan ver donde Mónica otras formas de la experiencia con melodías del desarraigo que acunan una geo poética llevada en las pisadas, en pies y giros quinésicos en una sola baldosa, en los corazones inflados entre pechos que se aprietan, cabezas que sudan juntas sin pensar tanto, riñones que purifican en jugos sus dolores, ojos que se pierden en la noche para adentrarse en el amanecer constituyendo un camino sacral que habla de una ciudad peregrina habitando el interior de los cuerpos, demarcando una geografía sentimental arraigada en la metáfora sanguínea de las músicas que no solo narran historias, pues también constituyen fisonomías humanas espectral y transpersonalmente unidas por el penar y el soñar.

No sé qué tanto público llega al lugar, no importa caracterizarlo, es mejor no cometer el pecado de clasificar caminantes perdidos en la estratigrafía urbana; en este bar popular “todos somos mestizos o cimarrones”, “pardos como los gatos”; y hay entre todos los presentes un acuerdo tácito de respeto por la autoridad de la música y por la jerarquía del cuerpo que se sufre y se goza; con esas dos claves en los bordes del sitio se ven trabajadores informales, obreros vencidos por su persistencia en el lugar, empleados, mensajeros, secretarias, universitarios y gentes hasta de un solo ojo, mujeres y hombres de vidas sufridas que ríen en la noche como pres digitando los aires del día que vendrá, en medio de rostros extraviados que se buscan en un rincón único de la ciudad.

En los aluviones de la noche y en el despertar del amanecer las palabras se amalgaman con las músicas; se dibujan así los contornos de la vida hecha ensoñación, se exorcizan en abrazos las pesadillas, aparecen las revelaciones del viaje a la ciudad nocturna, hay mundos otros que se revelan. Todo este fluir en una lucha que viaja entre el temor, la sorpresa y la admiración. Lugar simple y sencillo con sabor a patio de casa que es vivero de imágenes donde gobierna la loca de la esquina que es la imaginación. ¿Cómo se visten estas geografías? ¿Cómo se dan cita por allí las formas simbólicas que guardan la memoria del poblar, del habitar, del morar el mundo acelerado que es esta urbe salsera y bolerística?

Situados en este lugarcito lleno de siluetas que parecen bocetos escasamente sugeridos, se puede recordar lo que se lleva guardado en la memoria de la Cali vieja; se puede recordar por ejemplo que hubieron días en los que sí aparecía un muerto violento en un paraje central, la gente se consternaba tanto que le ponía al camino la Calle del Muerto y le hacían alabaos periódicos hasta el amanecer, habían tiempos en que la fiesta era 24 horas y no había tantos muertos, ni restricciones para caminar por una avenida o para sentarse en un parque a disfrutar de los aires nocturnos; ahora la nueva ciudad, en medio de los miedos que produce la fractura del otrora vecindario cercano, se somete a una funcionalización sin tregua llena de aparatos tecnológicos y multicas que no se sabe a qué arcas van a parar.

Parados en el bar de Fabio y Mónica es imposible dejar de pensar en las paradojas de esta ciudad llena de prohibiciones que, sin embargo, se resiste a esa funcionalización; por aquí se sigue viviendo de otro modo a pesar de las pretensiones de homogenizar y controlarlo todo; qué libertad se siente en ese devenir de músicas que se aceleran en el encuentro de diversos parajes y destinos de la urbe, que fácil es ahí compartir un momento de alteridad fraterna que poco a poco ve la noche caer, hasta que las gentes salen a buscar pequeños bocados en  alguna de las intersecciones del centro.

Este otro lugar es bonito y sano, soy consciente que no dejo la dirección, no la recuerdo, pero dejo señales; después, la intuición y la voz de la noche que está en los taxis, en las esquinas, en los cenaderos, los llevan. Verán que en esta ruta de la noche, a veces proscrita por las políticas del miedo que se posan sobre la ciudad, se guardan los espíritus de una génesis popular que es narrativa compartida, paisaje visto por muchos ojos en la misma perspectiva; lobreguez inconmensurable de la noche, diálogos en las sombras entre lo humano y lo no humano, en clave quizás de variadas formas de atavismo.

Un brindis por Fabio que ahora descansa y un abrazo para Mónica que lleva el mundo magistralmente desde su barra…