jueves, 25 de julio de 2013

El Bem Bem, dignidad que baila…




 
 
Dicen que la rumba es un remedio pa´l olvido. Ahí el recuerdo se vuelve movimiento, lo ausente cobra vida festiva, la fiesta se vuelve un llamado a la presencia de lo innombrable. El baile con sus parejas melodiosas, las músicas, se amalgama y se funde en la rumba, vagabundeo por los sentimientos que excede el negocio; callejeo por las sensaciones más inesperadas, vida a flor de piel; devenir que se desliza sanguíneo, sanguinario entre músculos, huesos y tendones. Pasión que toma forma de barrio pero que viene con vientos de atrás, con sabor a barraca, con olor a choza, con hedor a litera, con vestigios de pisadas descalzas, con huellas de peregrinajes guiados por constelaciones, acompañados por soles, lunas y lluvias de luceros; vientos aborígenes y cimarrones vestidos de aguas dulces y saladas, cruces de caminos que guardan rebeldías nativas acunadas ahora en la emergencia popular de la barriada.

Hay en la rumba caleña, en medio de todo, porque en la rumba hay de todo -se dan cita todos los destinos y valores posibles-, un cantar para unir los corazones;  cantar colectivo que se vive como hospitalidad gratuita, amabilidad aérea viajando en las sonrisas, apertura corporal del alma, presencias incorpóreas de espíritus generosos opuestos a la competencia y al individualismo banal que nos circunda. Ahí van las musas y los duendecillos del cuerpo haciendo de las suyas para que la transfiguración humana encuentre formas generosas en un Bem Bem donde se encuentran miradas, músicas y cuerpos; subjetividad viajera que nos arropa en el ir y venir de géneros, generaciones y etnias…  

Al Bem Bem se va por una avenida arterial. Si usted se sitúa en la troncal de Aguablanca sobre el invento de la moto manía caleña encuentra el Bem Bem que es una casa igualita a la de enseguida, que queda en una cuadra como todas las cuadras; una vecindad vuelta avenida, con pavimento nuevo y comunidades rotas; casa habitada por el cariño expresado en una goma musical, en un chicle pa´l bailador y eso se le pega a uno, eso es como probar la mejor arepa del barrio, como encontrar el mejor pandebono de la manzana o como visitar la fritanga barrio bajera de fin de semana; eso toca volver…

Estamos en otra orilla de la ciudad, entre la oscuridad y las luces que guardan la penumbra; cerca, cerquita a los barrotes infames de la cárcel de Villanueva, en las fronteras del olvido que encierran a la libertad. Ahí está El Bem Bem, punto melódico con nombre venido del mundo afrocaribeño y en particular de la patria boricua que significa baile, rumba, bailoteo, bailadero... Este Bem Bem es puro pueblo desde siempre; no hay nada que le determine por fuera de su melodía y su goce; ni capitalistas, ni traquetos, ni guapitos, ni políticos, esto nació en el barrio, es del barrio y sigue en el barrio. Aquí se pone música de golpe popular y se ha escuchado bolero, son, tango, fox, charlestón, mambo, pachanga, charanga, montuno, guaguancó; pero lo que más prima es la salsa clásica de golpe de barrio; ahora, timba y eso del regueton y la bachata, eso no se pone porque se acaba el negocio.

La vecindad de origen de este Bem Bem es el incunable barrio Eduardo Santos insigne eje de la gesta de los destechados por la tierra colorada y fangosa. Esta casa del movimiento inicio en el Eduardo Santos en 1972, ahí estuvo 24 años hasta que se trasladó a la troncal de Aguablanca en el barrio con nombre del luchador popular Alfonso Barberena, funcionando por 17 años sin parar; ya está en la cuarentañes, en el cuarto piso con 41 años de aquelarre; ahí se trasladaron porque era más fácil legalizar el negocio con la municipalidad, la avenida tiene usos comerciales y el barrio de antes era solo residencial. ¡Cómo lo extrañan en Eduardo santos! y que poco comercial y  solitaria es la avenida; a veces al salir al andén dan ganas de gritar con el Pete Punto Bare, ta bueno ya punto Bare, para que resuenen en esos parajes las memorias de las batallas por un pedazo de rancho en la ciudad.

La historia comenzó en los años 60 cuando Hernando collazos adolescente comenzó a acompañar a su cuñado al negocio Tango Ladrillo en el barrio Villanueva donde fulguraba Celina y Reutilio entre tangos y melodías arrabaleras; allí se fue formando el oído, el amor por la música y por su mujer doña Alba Caicedo (q.e.p.d); ya joven y casado, decidió armar a inicios del 70 una fuente de soda, un barcito donde se escuchara la tradición antillana, matancera y bolerística. Pero ya arrancando comenzó a sonar el nobel pregón de Arsenio Rodríguez con mami me gusto, el divorcio, papa upa, el reloj de pastora, la yuca de catalina y el bolerazo la vida es un sueño; el gran Tito Rodríguez con su inolvidable; se dejaba asomar un poco más adelante el venezolano Ray Pérez y la Flamboyan con sus primeros atisbos; se jugaba fútbol en las mangas aledañas y se tiraba paso en los antejardines polvorientos; tocó entonces pasarse para el segundo piso del bar en el año 72 y armar el barullo, el bailoteo; en el Bem Bem había que llegar temprano, sino no se podía entrar. Ahí arrancaron y cerraron su vida bailarines como el famoso Machura, la flaca Lourdes, Don Arístides y su sombrero, y Pedro Álzate tirando ritmo en las alturas, gritando “eso es mucho tema por dios”; por ahí pasaron innombrables jugadores del América y el Cali extraviados de sus concentraciones. Por eso aún, en el local actual, las paredes están teñidas de rojo y verde, como guardando la caldera y el melao de caña que viene de la pasión alumbrada con fuego en las plantaciones de la vieja hacienda esclavista.

Las músicas del Bem Bem han llegado de muchas partes, en Cali se ha conseguido siempre mucha música que llega por el puerto de Buenaventura, todo amante de la música sabe que las pastas y los cd llegan con el oleaje del mar Pacífico y saben que ahora viajan más veloces por la nube virtual, pero a don Hernando también le ha enviado melodía desde siempre una cuñada de Puerto Rico, Doña Lucy Caicedo y en el último tiempo su hijo Carlos Caicedo que está en los Estados Unidos, en New Yersey, donde es más conocido como Mister Salsa por su afición a las músicas de golpe clásico salsero; ambos le mandan música que llega por el Bonilla Aragón; son músicas que se demoran en llegar comercialmente a Colombia y primero han sonado en el Bem Bem versiones de La Dicupe, de Charlie Palmieri, de Frankie Dante, de Los Lebron; expresando universos mezclados de ritmos melodías y narrativas, gestas de lenguajes sentimentales, alejados de la razonabilidad de la escucha, que solo se pueden oír con la fuerza venial del canto a la raza…

Se vive ahí una nocturnidad que es disfraz, en cualquier momento suena Esperándote de la orquesta Isla Bonita como recordando que este pueblo es enamorado, entonces se siente una camaradería vuelta risa cómplice de la lírica que suena en cada ocasión, y van los Lebron con sé que sufriré… Una casa llena de fantasía y ensoñación atrapada en un tiempo sin nombre, llena de guaguancó pal que sabe, en medio de luces y sombras que prometen lo incumplible a la luz del día, colores que guardan la memoria de los años sesenta, y de los setenta, y de los ochenta, y de los noventa, y de los de ayer; paredes que acogen los relojes parados, puestos al revés, muros añejos de colores verdes y rojos; santos y vírgenes en un altar que gobierna desde su escondite todo el espacio, alumbrando la creencia de un mundo animado por esperanzas y aseguranzas.

En la pista rodeada con mezclas de bar cincuentero, de grill setentero, de salsoteca ochentera, de casa inmemorial, se vivencia una disposición al baile que es figura, cintura y piel; remolino sensible, apretuje orgiástico que se siente sin siquiera tocarse; amor en playa a solas, en cuarto olvidado por el tiempo, en la soledad de este universo tan azul, tan negro, tan verde, tan rojizo; lucecitas decembrinas, bombillas de primer día de la humanidad, piso de noche oscura, de andar a tiendas, donde lo mejor es abrazarse para aguantar el paso del huracán

Y ahí están siempre tres mosqueteros; Don Hernando circula de la barra a la puerta con pisadas moderadas, va de mesa en mesa, habla del barrio de ayer y  de hoy, asocia las noticias con las músicas; para cada situación hay una lírica rumbera que nombra o da respuesta a las más variadas situaciones; hombre enamorado de sus recuerdos, responsable de sus herederos, armador de familia, amante enternecido que acuna sus amores con músicas, que se duele dignamente de la partida de su señora cantando a dúo con sus amigos boleros y tangos nacidos en los primeros años del siglo pasado. El duelo se lleva entre cigarrillos, con ojos vidriosos, con pasadas de manos por el cabello, con historias que son moraleja y mensaje vital para estos tiempos, concejitos nocturnos medio dichos, razones entrecortadas, risas que encarnan la paciencia a los tiempos que de todas maneras vendrán y pasaran.

Entre la barra y la pista está circulando el flaco Víctor con su trompeta imaginaria, con sus LP en vinilo, con sus mechas rodando, con su moto de mensajería que le acompaña hasta en el momento de tirar paso; este flaco Víctor se formó en el barrio Obrero, en el mundo de los zapateros, desde allí arranco su peregrinar por las calles melodiosas de la ciudad que lo pasean por la amistad en cada rumbeadero; él no está en el gesto de competencia melómana que tanto cuestiona la posibilidad de un compartir rumbero. El flaco está en la sonrisa popular, en el movimiento fiestero; no hay paso que se tire sin que el flaco no lo esté reflejando en cualquier esquina de la ciudad. Rumbero que no para, que lleva músicas desde la casa Bem Bem a muchas partes, pasando por el tejido de las ondas hercianas inundadas de salsa, pero que siempre al anochecer está en el cielo del vecindario barrial con su risa característica.

Y  siempre en la barra, con un ojo en el sonido y otro en la discografía esta Hernando junior; un obrero amiguero y dedicado a sus oficios, de esos virtuosos que las multinacionales explotan en el país con la gabela de la confianza inversionista; Hernando hijo tiene marcado en los ojos la herencia rumbera, se mueve por todas las líneas de la rumba, pero su goce es con el montuno y el guaguancó; Hernando Jr. recibe en el Bem Bem a todos y a todas como en familia, presenta, pregunta, regala músicas; no es fácil encontrar un sitio donde te regalen música no más con verte entrar, y eso es lo que hace Hernando Jr, a veces acompañado de su hijo Danny, con una risa acogedora y tranquila.   

En varios momentos de la noche estos tres mosqueteros se juntan en la barra, comparten un aperitivo cruzado de las diversas mesas, hablan de las cosas de la semana, hay chiste en la audiencia y los ritmos se van marcando sin repetir el guion, es como si cada día trajera la urgencia de la musa rítmica en el Bem Bem; es que después de 41 años de estar sonando músicas los caminos son diversos y como en la vida cualquier cosa puede suceder. Pero este mundo tan familiar, tan vecinal, tan compartido, tan donado al visitante va por la banda jugando con la soledad llevada al extremo de las músicas, enreda su silencio en el golpe de cadera, en el girar cadente de la cintura, entre el abrazo de carnaval y el salto de pisadas livianas.

En medio de la virtuosidad melódica de una jornada rumbera, con el entrar del amanecer, el Bem Bem viaja por momentos hacia el bolero y el tango que guardan en su susurro un fluir de poesía urbana, de canto interminable encajado desde las ciudades del sur que no cesan de vibrar como ríos corrientosos; en noches que no duermen sin despertar espíritus desde sus profundidades… Se vive así un viaje musical que es oleaje comunal, suena oh patricia, oh mujer adolorida, canto colectivo que cierra con Que falta que me haces para que no muera la esperanza; energías que van y vuelven por el caribe urbano alcanzando esta ciudad negra y sureña.

Dirán que es un negocio más, pero que problema es mantener un negocio de rumba abierto con dignidad por décadas. En 41 años el mayor problema ha sido mantener la legalidad del negocio, porque la oficina de planeación con los tales usos del suelo, la cámara de comercio controlando los registros, la DIAN metiendo la mano al bolsillo de los pequeños negocios, la Secretaria de Gobierno controlando sólo a los que se dejan controlar; Sayco y Acinpro cobrando impuestos sin control ahogan cualquier negocio… Pero ahí está, incólume el Bem Bem, el rumbeadero, el bailadero, la taberna salsera, la casa del ritmo más vieja de la ciudad en el oriente; un negocio familiar que va pasando de padres a hijos y a nietos, saga melódica que no es ensaladita light, es empanadita en la esquina y papa aborrajada en la otra, por eso el Bem Bem es como una vuelta a la esquina…

Mundo popular en la ciudad que guarda secretos para el futuro en medio de una urbe de tumultos atropellados a la cual el Bem Bem le opone la danza mirando a los ojos, saludos y despedidas con abrazo. Cuerpos obreros, trabajadores que llevan la vida con dignidad… Vale la pena insistir: una hospitalidad y una sencillez que enternecen; familia, vecindad, dialogo generacional. Una cimarronería urbana que no tiene porque explicarse, quizás se pueda vivir y contar algo de esa felicidad, de ese goce y ese placer gratuitos en el sentido profundo del vivir. Aquí hace presencia el viento que trae las viejas músicas, aquí se guarda un tesoro de la Cali que espera como si no lo hiciera...

 

Nota: Esta narrativa va dedicada a los obreros de Michelin quienes desde el barrio San Nicolás de Cali, albergados en carpas, defienden el futuro de sus familias y el derecho a no ser esquilmados.
 
 

jueves, 18 de julio de 2013

Viernes Aroma de Carnaval



Tus labios son ricos Melao de caña,

Tus labios son ricos Melao de caña,

 saben de rico panal, dulce miel azucarada…


El tiempo es una relación total con el cosmos, es la existencia; implica formas de estar en el mundo. El amanecer que nos trae el viento boreal, la mañana con sus soles, el medio día que brilla sudoroso; el atardecer, ese mundo vespertino que trae el retorno al hogar y el calor de una bebida que nos acoge en el ser doméstico que somos todos: ¿quieres un café?, ¿un matecito?, ¿un chocolate?, ¿un tecito?, ¿un aguardientico?, ¿un caipiriña?, ¿quizás una bebida frugal?, son preguntas presentes en ciertos momentos del día, indicadoras de una forma local de vivir el tiempo total como el andamio simbólico que nos circunda.
El tiempo moderno, dicen, es una forma de subjetividad espacializada donde se concentra  la vivencia compartida y medida – en segundos,  minutos, horas, meses, años, instantes, eternidades-, pero esta medida se manifiesta en relación con haceres, con sensaciones, emociones, objetos y vínculos que crean sentido. El reloj como invención produce la ficción de que hay un solo tiempo, pero eso en realidad no sucede, existen tiempos orgánicos que nos acunan en el mundo y que también ayudamos a hacer con nuestras propias convenciones y prácticas. Está claro que ese tiempo orgánico es el tiempo del ritual, es una construcción social relacional, que se arma con emociones compartidas, con imágenes y gestos comunales, con disputas de posición imaginaria, con formas de sentido que se heredan y se agencian, que permanecen transformándose…
Quizás lo que vivimos en medio de la naturalización del tiempo es una gran lucha entre formas de existencia; es decir, existen otros tiempos que se enfrentan recurrentemente con la rutinaria métrica del tiempo - reloj; tiempos que sediciosos abren espacios a una lucha por el sentido temporal, por el sentido histórico, por la significación de la vida. Así, como el río de Heráclito nunca es el mismo río, un año no es igual a otro, ni un segundo tiene la misma intensidad del anterior o del que vendrá. La vida son instantes insinuaba Borges. En particular, en la vida de ciudad se experimenta una gran confrontación entre el reloj y la sensación intima de un tiempo sin márgenes que se parece más al oleaje del mar, y que va con el clima, que se regula por el sol o la luna, que se mide en intensidad de sonidos o que sencillamente vivimos en colores; esta sensación se intensifica en la confrontación entre la ciudad formal y los territorios populares en los cuales la fisura, la ruptura del tiempo laboral se presenta con más fuerza y con más intensidad sensible.
Caminamos en los mundos populares entre la nostalgia y la fiesta, entre la añoranza, la melancolía y el carnaval; entre el dolor y el placer, entre la risa y el llanto; si de algo están hechas las ciudades no es solamente de cemento y vidrio, de escaparates y señales viales, sino sobre todo de risas y llantos, y de eso es que se alimentan los aromas de carnaval en las ciudades…
El aroma de carnaval en una ciudad como nuestra Cali se expresa en la esencia de un sabor que azota baldosas con aleteo de mariposas, digámonoslo claramente, la explosión del cuerpo en Cali puede pasar en cualquier tiempo: minuto, hora o día. Pero el viernes, “es viernes social”, y eso está marcado como el tiempo de salir a vacilar; día quinto de la semana, que proviene del latín Veneris, Venus diosa de la belleza y el amor; el día de venus esta ciudad se deja arropar por un clima y un sabor a carnavaleo que es homenaje a la brisa, al abrazo, a la risa desmedida, a la ingesta de alimentos en grasa, al consumo de “bebidas embriagantes”, al exceso controlado y/o descontrolado, al suave nena, suave suavecito nena; en todo caso el viernes Cali rompe el molde, rompe la camisa de fuerza, emerge como la ciudad increíble y pasa del verde al azul, al rojo, a la banda multicolor que envuelve el sabor variopinto de todas las etnias y culturas regionales que se mezclan en estas callecitas y avenidas entrañables ¿Cuánto sudor se tira al pavimento? ¿cuántos metros cúbicos de Blanco del Valle se podrán consumir un viernes en Cali?; es que si juntamos sudores, rones, aguardientes y fluidos de cebada con todo lo que corre por las venas de la ciudad, se podría hacer más correntoso cualquiera de los ríos que atraviesan de occidente a oriente este valle urbano .
Y es que desde la noche del Juernes las mentes piensan y los cuerpos se inflan, ¡mañana es viernes!, un no sé que no sé donde, un preparar, un preludio, un adviento, una imaginación que vuela, una fantasía que se pierde en su propia ensoñación, un esperar. Y el día llega…
El cuerpo desde que se levanta sabe que es viernes, se pone más ligero, se mueve rápido, como que está dispuesto a bailar desde que se levanta. Ese día el alma callejea, es como si hombres y mujeres de la ciudad asumiéramos nuestra indigencia cósmica. Ese día todo huele diferente, la gente se viste diferente.
El viernes el tiempo cambia, nos hace recorrer las propias calles, se siente un aroma que nos saca de la rutina. El tiempo se acelera, se vive más rápido. Hay expectativa en la noche, hay expectativa en la calle, hay adrenalina por lo que pueda suceder, por lo que se pueda encontrar; juega lo no planeado, lo no acordado, juega la sorpresa; el asombro reventando el cansancio. Como cuando está cerca el gol, hay aroma de carnaval.
Al mediodía, cuando la mañana ha cobrado velocidad y ha fenecido todo con págame, págame pues, con la carrera pa' vender lo último que queda de la mercancía, con el cierre del último papel, con el golpe de suerte, con el billetico de lotería, con el chance, con la última gestioncita de la semana, que pena me da, llega el cierre y se busca el mejor guisado, el mejor corrientazo, el mejor y más alborotado lugar para almorzar, incluso las invitaciones de almuerzo a casa suelen ser motivo de amotinamiento vecinal; pero también es cierto que los correos electrónicos y las redes sociales viajan más ligero, bailan sediciosas dando referencias, posiciones y santo señas para el encuentro; como nunca el viernes se regalan músicas. En esas argucias se va armando el plan, se arma con risas, se valoran las perdidas, se hacen las sumas y las restas; toca reír de sí mismos, del jefe y de los devaneos cotidianos que angustian y regocijan; es como un arqueo semanal que va prefigurando la invención de un relato que no ha sucedido, pero que ya sucedió la semana pasada y que seguramente después de que acontezca, seguirá pasando con unos tonos más bajos o más subidos, pero en el mismo registro musical en la misma temperatura corporal.
El viernes es como un arco iris de mil colores pasamos de la clave gris a los amarillos, los verdes, los rojos o azules cielo y claro, por supuesto, los violeta. Es que el viernes se abre una esperanza, vuelve a nacer cíclicamente una ilusión que florece con el nosotros, cada quien está ahí pero diluido en una comunalidad, a mí no me gusta la rumba desbocada, pero ver los amigos !uhhh! …
El viernes en otras partes es diferente. El día de la movida en otras partes es los sábados; incluso en algunos pueblos es los domingos pero aquí el quilombo se forma es los viernes, aunque mi papa dice que antes era más los sábados pero que esta ciudad se envalentonó y ya la rumba es todos los días… claro que el viernes esta ciudad se viste de rumbón…
Al atardecer el cielo caleño, el nuevo cielo, el azul de todos los colores, se exacerba entre  el sabor a mango viche, cebada, el olor a riego de yerbas que se le tira en la tarde a los negocios nocturnos y la luna que medio se deja ver coqueta y agraciada, como queriendo sacar al sol a bailar chirimía mientras este se evade a sus aposentos. El sol comienza su sueño y se vive la ampliación del espacio, los andenes le ganan terreno a las vías, la música de las salas rompe las paredes hasta el antejardín. Las cocinas hierven en frituras, se aparceran el comer y el beber. Se experimenta algo así como un desalojo del cuerpo que  va viajando entre músicas y ruidos urbanos. Se desordenan las rutinas funcionales, vemos los amigos con ojos de ternura, explota así una felicidad reprimida, que es chocar de manos, ensanche de caderas en la figura del cóncavo y convexo en el que siempre triunfa el amor abrazador de la luna y la calma no es posible, agita Cali.
Las tardes de viernes para mi huelen a sándalo, tienen el color del arco iris y me saben a lulada del parque de la novena, esa sensación que se siente cuando se viene la brisa, que parece lluvia con ese vientico un poquitín friito y ese humedecer la piel, eso es el viernes. ahhh pero si estoy en los días de mayor algarabía pues sencillo me huele a la hierba cortada, como cuando le pasan la guadaña a un prado alto que comienza a reverdecer. Eso, reverdecer es el viernes…
A mí me evoca los amigos de siempre y los amores viejos, los encuentros de los jóvenes en la seducción; como una espectadora la música que siempre será una compañera, el humo del cigarrillo que aunque mal hace, el placer es seductor, la brisa y sobre todo y por encima de cualquier consideración, la búsqueda en compincheria de una buena porción de algo que sea de sal; vivir la rumba, es alimentar el alma y saberse vivo

Al caer la noche llega la tregua, pasamos de esquinas, tiendas, oficinas, casas de ventanas y puertas abiertas, estancos, barras, cafés, panaderías, parques y andenes etc... a las fritanguerias, los puestos de comidas rápidas, los cenaderos tradicionales; las ventas ambulantes de empanadas hacen su agosto; puntos del sabor en los que fluye la candela y se vive el recargar fuerzas para la velocidad de la noche, desde esas plataformas toman pista raudos y veloces mil destinos que dibujados podríamos soñar como un big bang de coloridas lucecitas musicales que van y vienen juguetonas, chocando como campanitas de cristal

La noche del viernes florece, es el agite, el alboroto parce, lo que hay es otro estado de conciencia, la risa, el apretuje, la mirada que cambia, la velocidad de los colores, usted puede ir por la sexta y le suena la melodía, la quince es un taller de rumba, los barrios de abajo son una telaraña donde se socializa con músicas y almizcles de todo tipo; voy caminando por todas partes; nada puede retener la aglomeración; los más fifi se van de bar gourmet pero el viejotequeo del parque de la caña, el rumbón antillano de lucho Lenis en Junín, del Anacobero en Guayaquil, de la Neliteca en el obrero, y más de golpe las salsotecas del oriente son un hervidero, mientras que el eje de la quinta pasa por la Topa Tolondra, Don Beber (Eberth), TinTideo; las salas se llenan de rumbita pa todos los gustos; y si da la vuelta y usted puede seguir por la treinta y nueve hasta la Bodega Cubana o volver a los griles de la avenida Roosveelt, o que tal si pega pa Menga de remate, o pa' juancho... pues encuentra pa todos los gustos; mejor dicho esos son mis recorridos pero sé que soy injusto no hay ciudad en Colombia que aguante un incendio musical como el que se vive el viernes en Cali, con decirle que si tomamos una foto de arriba lo que veríamos es una psicodelia alborotada… ¡Ay yo quiero tener esa foto! 
En  fin, al amanecer muchas cosas pasan un viernes, muchas cosas pasan en la vida, pasa todo y no pasa nada; hay muchas personas a las que la rumba no les alborota en Cali,  pueden pasar por ese alboroto sin quemarse las alas; pero solo circulando por las calles un viernes, es posible enterarse de una experiencia ritual que le da sentido el arraigo caleño en el tiempo y el espacio, que es metáfora de sueños y esperanzas que revolucionan y manifiestan la vida tal y como la sentimos colectivamente por aquí…
A mí que me quiten el dominical, que me hagan trabajar el domingo si toca, que me pongan a madrugar todos los días, pero el viernes de la tarde al amanecer es mío, eso que no me lo toquen…
En la ciudad por unas horas todo se revuelve y se redefine, se vive otro tiempo y los espacios se desdoblan; tiempos y espacios que se transforman: se comparte más, se duele más, se ríe mas, se extraña más, se sueña más, se abraza más; la ciudad sensible que llevamos dentro se alborota, y como minotauro adolescente se revela del régimen del reloj y los ángeles y querubines que van por la cuadrícula se queman las alas, se amacizan como haciendo melao de caña en la plantación…
Y vos, ¿cómo vivís tu viernes?

Nota: el Abrazo para Liza, Elizabeth, Yamileth,  Alejandra, Bencho y Wilson entre vari@s amig@s que sacaron de su tiempo para compartir de corazón sus viernes con aroma de carnaval…

viernes, 12 de julio de 2013

Un legado del áfrica: hacer posible lo imposible.


Un sardinel en ladrillo limpio, tres viejos lavaderos apostados en un arbusto sobre el separador, una polvareda que arropa toda la barriada, una tarde extensa que se soslaya en sí misma; un lunes que no se deja atrapar, que es esquivo; así son los lunes vespertinos en el barrio San Marino, animados por las músicas negras, por relatos a voz en cuello que hablan del dolor de la partida, de la esperanza de un regreso, de la rabia que acuna una ausencia; canciones que narran de las cosas nativas, del sabor criollo, del melao con piña, de tu boca, tu rica boca; que no dejan de recordar que el amor artificial es la muerte cada noche y por supuesto que es diferente conmigo; temprano ha sonado Daniel Santos con Patricia y Nelson Pinedo con Borrasca, no ha faltado Tito Rodríguez con Inolvidable o Ismael Miranda con me voy ahora en tiempo de bolero; en tiempo de romance y mueca que le hace un pasar a la desdicha, al infortunio y al penar; de todas maneras poco a poco, mientras llega la noche y las luces azules recuerdan la mar de esta ciudad, la playa que llevamos por dentro, nos va ingresando a otro ritmo que marca otra vez el mar y yo que nos pusimos de acuerdo para que nunca tu nombre cruce por mi pensamiento. Que difícil que es cumplir acuerdos me dice Wilber, eso no es como cumplir años; él está cumpliendo años y azota la melodía con sus palmas, con todo el cuerpo.
 
Por ahí pasa el País de la Calle, el que muere y el que vive, el que llora y el que ríe, el que dice amar y no lo hace, el que no lo dice pero lo hace. El País de la Calle en el que se hace posible lo imposible porque ahi se guarda la vida con el don que se comparte; se dá de lo que hay que es sabrosura, no importa lo que no hay porque lo que se comparte basta para gozar. Menos mal, porque si estuviéramos en manos de las figuritas de oficina o del malabarismo de la palabra dulce que peca de noche y a puerta cerrada, pero reza de día y de puertas abiertas, pues estaríamos perdidos, nada nos redimiría, ni una piel canela de negros ojos…
Expedicionando por una y otra ciudad de esas que se representan siempre como la misma Cali, hace algunos meses me deje llevar por las calles del barrio San Marino; una barriada negra, de gentes sobre todo venidas del pacifico que se fundó a inicios de los años setenta al calor de la lluvia, la inundación y el golpe salsero, con canto de arrabal; en esa época de invención de la banda oriental de la ciudad, cuando se armaron barrios asociados a la lógica industrial como las Delicias, el Sena, la Rivera, la Base, Guayacanes, también se formaron suburbios a expensas de la explosión migratoria, armados por príncipes y princesas del rebusque y la informalidad en una ciudad que comenzaba a inflarse y a producir sus escasas ínfulas de capital en la región, mientras el Barrio se hacía candela. Arrabales como Siete de Agosto, López, Gaitán, Andrés Sanín, y San Marino entre ellos, fueron poblamientos más atropellados pero también más cocinados al calor de la solidaridad vecinal, del esfuerzo material de los pobladores para introducir los servicios y también con vínculos identitarios más compartidos alrededor de la espiritualidad, del lenguaje y de valores encarnados en el cuerpo colectivo; así se puede sentir que barrio es familia, es pareja, es amigo, es solar, anden y cuarto en la penumbra lleno de ensoñaciones; barrio de picada de ojo, de forma de caminar, de gritico cantado, de estribillo de hincha; barrio que es sancocho de leña, minga para arreglar el parque, que es viaje en bus viejo y visita de tienda, pelea a grito tendido y reconciliación en mesa de parques, lugar que se siente en el son, el montuno, el bolero, el guaguancó. Es que mi barrio, el de la pelea y el bochinche, vive en la mente, en la memoria, en el recuerdo inmediato que nos hace respirar de una particular manera.
Mis visitas recientes al Lavadero estuvieron ligadas a conocer un encuentro de domingo en la noche donde cientos y a veces miles de personas se reúnen a vivir un ritual colectivo de baile abrazado y salsas gritadas a mil voces que se vive como sacrificio y desprendimiento; palo mayombe es lo que hay, ritual palero del África pal pacifico que vive en el oriente de Cali. lo que compartimos se puede nombrar como sublime, comunalidad a flor de piel, regalos de músicas de generación a generación, intercambios de comidas, empanadas de camarón, tollo frito, tostadas de plátano con ají endiablado, cero conflictos interpersonales, músicas venidas de todas partes, gentes venidas del oriente, de toda la ciudad y regresadas de la diáspora caleña en otros continentes, cencerros, campanas bongoes, claves, palmas, pies que vuelan, cuerpos que se aman, liricas boricuas, cubanas, venecas, newyorkinas, que viajan por ciudades atiborradas y campos desolados, contando sus letras dolidas y enamoradas.
Algún lunes de estos me fui nuevamente al lavadero a devolver a sus poseedores uno de los relatos del libro Banda Oriente que recoge una crónica de esas visitas felices al domingo de aquelarre en el arrabal, y tuve la oportunidad de conocer a través de su gente la génesis de este lugar que fácilmente puede ser uno de los emprendimientos más importantes de Santiago de Cali, lo que pasa es que no se anuncia por televisión con avisos oficiales y queda en el Oriente, por lo tanto como todo lo que vive por allá, es estigmatizado y puesto sobre sospecha; pero este lugar de encuentro viaja como buena noticia en las gualas, en las esquinas y trabajaderos informales, en los taxis y en los cenaderos populares. Hable largamente con el gestor y los promotores de la idea; en particular converse con Henio Hincapié y con Wilber Cuesta, en su reunión de fraternidad melodiosa; este primer día de la semana ellos se encuentran para compartir en familia boleros y músicas que dependen del estado de ánimo: si un amigo cumple años todo el barrio desfila a abrazarlo, si alguien partió se le recuerda, si hubo velorio se llora en hermandad sobre una tumba humilde y si no pasa nada por esos días pues se celebra el futuro construyendo un proyecto desde el andén o el recuerdo, o el estar ahí que ya es una razón para pelar la muela escuchando al Anacobero que viene a decirle adiós a los muchachos.
Cuentan que el poseedor de la esquina en mención era un duro del reciclaje que llego ahí con su familia, buen mozo, y no quería salir de su lotecito con mejora, por mas plata que le ofrecieron el hombre no quería soltar la mejor esquina del barrio, solo salió cuando le ofrecieron una buena casa en el mismo barrio en cuadras cercanas; después fue necesario encontrarle el registro civil, hacerle cedula y acompañarlo en la formalización de su herencia  familiar. Ya con el lote pelado, la cofradía de señores, unos dedicados a la construcción, otros a la fabricación de muebles, a la pintura, a las cocinas de exclusivos negocios gourmet de la región, levantaron el primer piso de un nicho para escuchar música; Henio dice que los amigos querían un lugar para hacer bulla porque en la casa no los dejan; y en obra negra del primer piso, hace unos cuatro años comenzaron a sonar los cueros en la esquina; rápidamente todo el barrio se sumó a los domingos de bullicio y después todo el oriente comenzó a dejarse danzar por las melodías en una verbena de domingo al atardecer que copa dos cuadras de una calzada doble … solo melodía, solo armonía, no hay un problema y si hay conato de él los vecinos se ocupan de que no pase a mayores; lo que pasa a mayores niveles, es la felicidad que produce un bailar comunal y una cadencia que se acompaña con el rozar de los cuerpos, esto así solo pasa en Cali; con otros ritmos yo lo he visto en el Patio del Indio  Froilán en Santiago del Estero al norte argentino, en las bandas industriales del centro de Sao Paulo; pero este carnavaleo san pachesco con salsa, solo en San Marino…
Lo que he visto en estos paseíllos por la rumba del Lavadero es un currículo vital de educación de los sentimientos, de liberación del cuerpo, de aprender a gozar en convivencia con los otros, de formación del oído, del gusto; se esculpe la cadencia en la  forma de hablar, formación de la piel y de la sangre que mantiene su hervor.  Ya deberían ir los educadores angustiados por la rutina letrada y los burócratas incapaces de construir un régimen de convivencia en la ciudad, visitar semejante propuesta de educación en la convivencia; y que quede claro es un emprendimiento popular que no salió de ningún artificio o propedéutica de la industria cultural; salió de estar ahí, florece de las caras lindas de mi gente negra.
La vida, que parte en cada amanecer en una carrera contra el tiempo, se extravía en este lugar, toma aire, le hace una jugarreta al mercantilismo y a la funcionalidad de la ciudad y se esconde en el danzar popular para vivir en plenitud la calle, la música, la conversa ritual entre géneros y generaciones. A veces lo grande es lo sencillo, a veces como el amor, lo importante, el gran proyecto no se tiene que ir a buscar muy lejos, está ahí y  no lo vemos; porque está demasiado presente y no estamos preparados para ello. No estamos preparados para sentir semejante emoción atrapándonos en una esquina, en una verbena popular que solo tiene el permiso de la vida y que va sabionda buscando la felicidad. Fuerza moral de la barriada, sacrificio que es abandono al cuerpo en sus jugos, desprovisto de sentido utilitario o de acumulación, porque lo que interesa es el derroche, el exceso de amor y de pasiones para dar y compartir…
Larga vida para el Lavadero…
Nota: Es clave el apoyo popular a otra iniciativa salsera: SALSA AL PARQUE, para que sea involucrada en la agenda pública la ciudad en los próximos años y para que sus organizadores tengan condiciones para seguir haciendo del símbolo de Jovita un encuentro amoroso con nuestras músicas y bailaos.