jueves, 20 de septiembre de 2012

Memoriay paz



Que cantidad de lugares comunes: que “ni un día nuestra generación ha vivido este país en paz”, que “queremos dejarle a nuestros nietos un país en paz ya que no hemos podido dejárselos a nuestros hijos”, que “tenemos que ser capaces de romper la inercia del conflicto para reconciliarnos de verdad”; en fin, todas ellas retóricas retorcidas y platanizadas de un discurso hecho para convencer, dicho siempre por sujetos del país político que no están convencidos del cálculo de la paz, porque el problema es ese. La paz es un asunto de cálculos y ahí estamos mal ya que el dolor de cabeza de los bachilleres colombianos en el último siglo ha sido la clase de cálculo y porque los gobernantes, para creerse estadistas, se van siempre al extranjero a aprender a gobernar con estadísticas; confunden la estadística con ejercer éticamente el gobierno de las instituciones y por eso una cosa pasa con lo que se le echa al fogón en los hogares y otra con los indicadores del costo de vida. Por eso tenemos el país que tenemos, porque no le hemos calculado a la apuesta colectiva y en cambio sí todos, sobre todo los que usan la retórica política, le echan cálculo a sus propios intereses: “reelección”, ”formar el nuevo partido porque el que se compartía con otras tendencias no ha caminado”, ”traducir en gobernabilidad regional y local el poder militar sobre el territorio”, ”generar confianza inversionista”, ”explotar los recursos naturales en zonas a las que hoy no se puede entrar”, “que alguna tierrita de la que van a repartir me toque a mi”, cálculos y más cálculos; y es que el cálculo y la probabilística son hijas de la “modernidad” que nos agobia, se centra en una sola racionalidad, se concentra en el diseño a partir de la cuadrícula, apunta a la solución de un problema, y sobre todo conduce a una salida final pensada desde un sujeto que piensa su propio pensamiento, es decir el cálculo es la guerra. ¿Cómo vamos a encontrar con ese método la paz si este es un país que tiene muchas racionalidades? sí requiere múltiples diseños, sí tiene que resolver varios problemas, no sólo el tema de las armas, sino también el tema de las ollas y lo que se cocina dentro;  Cómo vamos a resolver con el método del cálculo una solución final a partir del afán de dos actores si en cada esquina de barrio y en cada vereda encontramos actores diversos que tienen que ser tenidos en cuenta…
A mí se me vienen a la memoria, a propósito del énfasis de nuestras culturas en el olvido, varias imágenes desordenas que seguramente son parte del pacto generacional que guardamos aquellos adultos criados en las ciudades setenteras y que hoy en la adultez vemos con cierta incertidumbre otro episodio de la novela que tiene por título y prólogo la paz, pero que suele tener epílogo de guerra…
¿Qué hacemos con los relatos de los abuelos e incluso de los padres de entonces, que nos llegaron a las orejas hasta la experimentación infantil de la neurosis?, el terror de Sangre Negra y de Chispas, el relato del Cóndor nunca faltó, la miseria del corte franela y el lenguaje fatídico de los colores que animaron el genocidio; pero aquella historia de Guadalupe Salcedo tiene punto aparte para la inauguración del mito de la paz como el señuelo de la traición… se dice desde entonces que hacer la paz es tan o más peligroso que hacer la guerra; se ha impuesto desde entonces un sentimiento colectivo que adjetiva la empresa de la paz como un asunto delicado; si no hay garantías mínimas es mejor no hablar de eso. ¿Pero quiénes son los pactantes?¿Serán solo los del cálculo político?
¿Qué hacemos con el recuerdo de millones de colombianos que han peregrinado del campo a las ciudades para arrancarle a los especuladores de la tierra urbana un pedacito para construir el nicho en la barriada? Ya nuestros padres aquí en las incipientes selvas de cemento nos pusieron en la tarea de coger un pedazo de tierra y tocó aprender a protestar, a ir a la huelga por servicios públicos; a hacer la minga mientras los padres iban a pedir un cometida de energía, una manguera de agua, una ruta de transporte a los doctores; si así se hizo una generación en la calle, en el jolgorio, en gallada, en la protesta mientras no entendíamos porque los padres tenían rostros tan serios; porque sus silencios y porque insistían en andar detrás de los doctores del Frente Nacional, si era la gente humilde la que cargaba y los doctores los del sancocho de gallina y del aplauso en cada visita a la pobresía. Y ahora en la nueva mesa de negociaciones se habla de reforma agraria y el pueblo sobrevive o muere en las ciudades que se fueron inflando por décadas de expropiación en los campos…
¿Qué hacemos con el recuerdo adolescente de salir a pedir calidad en la educación, educación pública de verdad y de haber terminado tratados como terroristas por el gobierno de Turbay?, Turbay con su estatuto de seguridad, tratado a la juventud urbana y a sus justas reivindicaciones con las patas, mientras ese mismo gobierno se hacia el de la vista gorda, e incluso ponía sus manos ligeras en la bonanza marimbera que continuaría con la expropiación y el despojo en los campos. Más desplazados para las ciudades, ¿será que en este nuevo escenario los dignos jóvenes de la Mane podrán ser tratados de manera diferente a como trataron a nuestra generación?, en el caso de mi generación fue el mal-trato a las luchas estudiantiles lo que nos enseñó contra quien era la guerra; no era entre armados, no señor. Piedra contra bala se decía en aquel entonces; sería bueno hacerle otra vez la memoria estadística a las matanzas de finales delos setenta e inicios de los ochenta, para que veamos el porqué del crecimiento de los grupos de “bandoleros” forjados en décadas pasadas.
Nos tocó también ver a Belisario Betancur por televisión con su hablar pasito de abuelo poeta tratando de movilizar una predica perezosa para apaciguar los ánimos rebeldes y de reconvertir con muy buenas intenciones las posibilidades de pensar en clave de país. Lo bueno también hay que recordarlo, Belisario inició todo el camino de la reforma descentralista que le hizo hueco a las élites hacendadas e industriales y a los gamonales regionales, pues les tocó comenzar a disputar y compartir los gobiernos locales con sectores que siempre fueron invitados de piedra. ¡Ahh! pero el epílogo de ese acápite de la historia nacional mostró el desmadre que fuimos armando a partir de una escala que traspasa las fronteras nacionales: Con paramilitarismos remozados, nada más ni nada menos que el MAS pasando del machete a la metralleta y a la motosierra, con alianzas de los gamonales con los nuevos ricos de la harina maldita, con la estética traqueta paseándose por Cali,  Medellín, Bogotá, San Andrés, Cartagena, y por los parnasos exclusivos y por la moda y por la televisión y por la radio y en el fútbol y en la salas de casa de casi todas las familias colombianas. Ya el drama nacional cobraba otra escala asociada al viciecito metropolitano de occidente, a la enfermedad de la modernidad individualista de meter drogas por la mañana y por la noche. No se puede decir ahora que el problemita es que somos traquetos, pero tampoco podemos decir que los que consumen tiene toda la responsabilidad ¿Qué tendrán que decir los consumidores al respecto? ¿Quién responde por la guerrita contra las drogas que armaron los modernos en este pedacito de mundo?
Recordemos, recordemos que el adusto Virgilio Barco que casi no hablaba, que no era tan meloso como Belisario y que cuando hablaba las palabras le salían en español agringado -es que se crió allá, era más de allá;- le tocó la pragmática, armó un Plan Nacional de Rehabilitación para armar una piadosa contrainsurgencia en los campos, ofreció armisticios que concretó con taxis por millares a los “facinerosos” y mientras tanto se fue desangrando lo que había de política de izquierda a punta de plan pistola; no voy a recordar los muertos que todo el mundo recuerda, invito a que pensemos en todos los anónimos que murieron creyendo que la guerra se puede tranzar con la política, cuando históricamente la verdad es que se transa más con la economía; por eso aunque en ese periodo hubo varias desmovilizaciones y pactos de paz, la guerra se escaló, ¿por qué?, pues no fue porque hubieran terrenos para sembrar café o plátano; todo se dispuso en el territorio para traquetear y para sacar los minerales y por las  fronteras para sacar y entrar contrabando; el arma de la política y las armas de la soberanía nacional se pusieron radicalmente al servicio del negocio más rentable que se encontrara, los guerrilleros que se fueron pa’ la casa, muy pocos mantuvieron una postura alternativa; los más se fueron a enfilar otras filas armadas o se fueron para las microempresas tradicionales de la política…
Esas aristas en buena medida definieron lo que se vino. Sí, nueva Constitución en el 91 pero no se tocó en esa reforma ni a las fuerzas armadas, ni a la economía, lo cual ha implicado que los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales son un juramento a la bandera, son poesía; preguntemos por la salud, la vivienda urbana o la educación del país. La guerrilla creció, el paramilitarismo también, el ejército se profesionalizó en el oficio de la muerte. La élite del establecimiento aplicó toda la receta neoliberal desde el Estado, los rebeldes aplicaron la política de vender lo que se compra, los colombianos clavamos la cabeza en sobrevivir, tuvimos una década de embrujo autoritario que significo más guerra para la gente; los contendores no se han aniquilado, se han enfierado, se han arrancado partes, pero cada uno ha desarrollado nuevas partes hasta el punto de desfigurarse cada uno un poco.
Ahora se sientan a la mesa, ¿extrañamente? no, previsible. Desde el comienzo Santos dijo que tenía “la llave de la paz”, como diciendo en la cancha común que él tiene el balón y que si no lo dejan patear de primero se lleva el balón, y la insurgencia en otras condiciones también busca que le presten el balón para “acabar con el conflicto”; vuelvo a decir que está bien que hablen, pero ¿el diálogo con las victimas qué?, ¿y las políticas sociales para enfrentar la exclusión y la desigualdad campeante que? ¿ y las garantías para la participación política de todos los sectores – no sólo para los señores de la guerra- qué? ¿Será que están pensando que sólo con repartir tierra se logra el propósito de la reconciliación? ¿y el territorio como espacio común qué? ¿y la tenencia y conservación de los recursos naturales qué? ¿Y la democratización de la economía? ¿y el desmonte del aparato de guerra qué?.  En fin, se trata de preguntarnos si estamos asistiendo a una negociación para ampliar monolíticamente la Unidad Nacional, en cuyo caso el juego es de coordinación, muy parecido a lo que hizo la joyita de Uribe en el Ralito con los paramilitares, si estamos hablando de una nuevo pacto que inaugura otra etapa de la guerra contra el pueblo colombiano, o si estamos hablando de la respuesta a problemas viejos y nuevos del país desde una nueva concepción de sociedad, de Estado, de ciudadanía; de una reforma moral y cultural que es proyecto para todos y todas. Muchos quisiéramos pensar que se están abriendo las puertas para un diálogo nacional, sólo con una dinámica así podremos realizar una reforma moral de la sociedad, es decir un cambio cultural de alcances generacionales que implica mucha adultez, pero también mucha infancia, en el sentido de entender la infancia de este país que a pesar de los eufemismos se juega a la muerte todos los días. Es bueno que en estos tiempos todos y todos hagamos nuestra propia memoria y nuestro propio balance. Después que no se diga que no hay métodos diferentes a la estadística para construir un país mejor…

viernes, 14 de septiembre de 2012

A propósito de los Diálogos de Paz ¿Y la Suerte del País Qué?


Apenas comienza a moverse en serio el diálogo entre el gobierno y la guerrilla germinan mil tesis sobre el propósito de la paz en Colombia, que en un buen sentido común remite a la superación del conflicto social y político que es canalizado por las vías armadas...
El asunto está en que muchas de las tesis germinadas se marchitan y quedan atrapadas en opiniones dichas, cosas dichas, pero que poco contribuyen a movilizar la voluntad colectiva para avanzar en un propósito común de país. En Colombia movemos mucho la lengua, nos preocupamos mucho de la cabeza, pero poco movemos el cuerpo y poco atendemos colectivamente de los asuntos que nos ocupan.
Respecto a esa situación retórica que en el fondo esconde un gran descompromiso de la ciudadanía respecto de los asuntos colectivos, quisiera enunciar una tesis que ya ha sido dicha ahora y en el pasado, pero que quisiera remarcar y subrayar como la médula del asunto que por estos días, de una u otra manera, nos asalta a los colombianos. Después sólo quisiera señalar para que podría servir esa hipótesis y que podríamos lograr con ella.
El diálogo entre el gobierno y las guerrillas es importante si conduce a un diálogo nacional que permita, rediseñar y relanzar para este momento histórico los referentes de construcción de país, de lo contrario a lo que estaríamos asistiendo es a un show, más o menos previamente acordado, entre dos élites enfrentadas históricamente, pero que por un momento coyuntural se ponen a manteles en el propósito de definir sus propias suertes. ¿y la suerte del país qué?, los representantes del gobierno y sus impugnadores sitúan la acción política en un lugar que deja pasivamente a los ciudadanos esperando qué definen ellos y sus respectivos asesores y bases sociales, que las tienen sin duda, pero que no son todo el país.
Pongo sólo dos ejemplos a manera de pregunta:
¿Recoje esta agenda de diálogos, las bases para la salida estratégica institucional a los problemas irresolutos en el marco constitucional y legal actual, respecto de las etnias indígenas y afrodescendientes, de los despojados que inflan la ciudad en las márgenes y que hoy escasamente sobreviven?
¿Van a discutir en términos de poderes reales los temas de víctimas del conflicto armado, política agraria y de favorabilidad para la participación política, sin tener en cuenta importantes sectores de la población colombiana que no necesariamente se recogen en los actores sentados en una mesa de dos sillas?
El propósito de los diálogos es loable, ajalá avancen más que rápido sinceramente y con concreciones específicas; pero todo lo que pase ahí depende de la capacidad que tengan los interlocutores para abrir el espectro del diálogo hacia una perspectiva de construcción de país, lo cual implica, ni siquiera que pongan más sillas, sino que se generen ordenadamente las agendas y los espacios de conversación en un nuevo taller de país que permita avanzar en un nuevo pacto político incluyente de la diversidad regional, urbana, étnica y en términos generales social.
Los términos de un proceso constituyente quizás serían una posibilidad, a falta de otros más abiertos, que permitiría movilizar el cuerpo social hacia una dinámica refundacional del país, dado que lo tenemos tan desatartalado por todos los lados.
¿Estarán las élites colombianas dispuestas a eso?
¿Estará la insurgencia en capacidad de comprenderse como parte del país y sus problemas sentidos?
¿Estaremos los ciudadanos en capacidad de juntarnos a repensar el país y  a hacer que nuestras urgencias y dilemas cotidianos valgan en el diálogo?
Pues bien, el asunto a mi modo de ver va por ahí; toca afirmar que la paz es un derecho constitucional, toca hacer ejercicios de memoria para que no nos reduzcan el conflicto a un problemita entre el establecimiento y un sector del país alzado en armas; que nadie hable por los otros; abramos un diálogo sincero... de lo contrario estaremos repitiendo otro aburrido capítulo más de la misma novela.
Por lo pronto yo voy a sacar de mi biblioteca el viejo libro dieciochesco del socialista francés Ferdinan Lasalle QUE ES UNA CONSTITUCION, puede servir como literatura de fin de semana y de pronto para otros menesteres....
 Asuntos de las calles y del proyecto de país que nos llama. Pero ¿Cuál país?.